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Las plazas de Madrid

 A MEDIADOS DEL siglo XVII, la vida de Madrid pasaba por la plaza Mayor. Fiestas religiosas, verbenas, mascaradas, autos de fe, ejecuciones, celebraciones reales… y toros. El 23 de mayo de 1623, con motivo del recibimiento del príncipe de Gales, Felipe  IV e Isabel de Borbón presidieron desde el balcón de la Casa de la Panadería una corrida a la que asistieron 40.000 personas, en una ciudad que apenas rondaba las cien mil almas. Todo Madrid había asistido a un espectáculo brutal en el que caballeros y toreros a pie alanceaban y apuñalaban a los toros hasta que caían muertos.

Las fiestas y corrida de toros habían empezado en Madrid mucho antes, en el siglo XV, cuando nobles y caballeros alanceaban toros en distintas plazas de la Villa: en las explanadas que rodeaban al Alcázar, en el Campo del Moro y entre el abigarrado caserío de las plazas de la Cebada, Lavapiés o la Puerta del Sol.

En septiembre de 1789, para celebrar la coronación del muy taurino Carlos IV, se encomendó al mismísimo Goya la ornamentación de la plaza Mayor, donde se programaron cuatro festejos taurinos. En las corridas participaron los toreros de a pie Costillares, Pedro Romero y José Delgado, Pepe-Hillo, que tuvieron más protagonismo que los hidalgos que rejoneaban a caballo.

A veces la Fiesta era menos multitudinaria. Desde 1630, ya en la época de Felipe IV, los monarcas dispusieron de su propia placita, también rectangular, dentro del Palacio del Buen Retiro para festejos de carácter más reservado.

Efímera y desconocida, la primera plaza de toros circular y exenta, con estructura de madera, se levantó en 1737 en terrenos de  Casa Puerta, a orillas del Manzanares, con una causa benéfica: dar tres corridas de toros para sufragar la reconstrucción del puente de San Isidro sobre el Manzanares. El Arquitecto Mayor de Madrid, Pedro de Ribera, se hizo cargo de la obra.

La llegada de la Ilustración había transformado también las corridas de toros. Por primera vez se planificaron las plazas de toros como espacio arquitectónico específicamente “pensado” para la correcta celebración de los festejos, con las mejores condiciones de seguridad para los participantes y la correcta visibilidad de los espectadores. Empezaba el toreo organizado.

Con este espíritu, en 1739, Felipe V, alentado por el marqués de la Ensenada, mandó construir una en el exterior de la cerca, junto a la primitiva Puerta de Alcalá. Esta primera plaza, que aprovechó el maderamen de la de Casa Puerta, fue “concedida” a los padres de Atocha para dar corridas a beneficio de los Reales Hospitales. No duraría mucho tiempo: cuatro años más tarde se levantó otra, también de madera, en terrenos aún más próximos a la Puerta de Alcalá. Finalmente, sobre esta misma plaza, en 1749, el rey Fernando VI, ordenó, pagándola de su propio peculio, una nueva  plaza de obra de fábrica de ladrillo, cerrada a “cal y canto”. Exactamente como las actuales. No era un encargo cualquiera: el arquitecto fue Juan Bautista Sachetti, que por entonces se ocupaba también de la construcción del Palacio Real, ayudado por Ventura Rodríguez.

La plaza estaba situada entre las actuales calles de Serrano, Alcalá y Claudio Coello; contaba con un ruedo de 250 pies de diámetro, capacidad para 12.000 espectadores, nueve filas de tendidos, 120 palcos numerados y gradas cubiertas, Palco Real del lado de la Puerta de Alcalá y corrales para toros y caballos en el frente opuesto. La rica decoración de su interior, barreras incluidas, contrastaba con la austeridad que presentaba su fachada exterior con pequeñas ventanas cuadradas y revoco de cal sobre el ladrillo.

Esta plaza sirvió de prototipo y modelo de muchas otras que fueron edificándose en distintas ciudades. Su aspecto era muy parecido al de la actual plaza de Aranjuez, edificada con este mismo patrón en 1790 y que todavía hoy ofrece corridas todos los años el día de San Fernando.

Con sucesivas mejoras y adaptaciones, la plaza la Puerta de Alcalá fue el centro de la vida taurina de Madrid. Estuvo abierta casi 125 años y en ella torearon los espadas de la primera edad de oro del toreo: Lagartijo, Frascuelo, Martincho, Costillares, Pedro Romero, Cúchares, Francisco Montes y el muy querido y popular Pepe-Hillo que murió allí tras una pavorosa cogida el 11 de mayo de 1801. La propia reina María Luisa, presente aquel día, relató el espanto en una carta a Godoy y Goya hizo tres grabados diferentes con el acontecimiento.

A pesar de contar con una plaza estable, todavía se daban toros en la plaza Mayor para celebrar las ocasiones especiales: la boda de Fernando VII, la coronación  de Isabel II y la última vez en 1846, con motivo de la doble boda de la propia Isabel II y de su hermana Luisa Fernanda.

A finales del siglo XIX, Madrid se estaba transformando en una gran ciudad. El marqués de Salamanca había empezado a promover la construcción del barrio más elegante de la capital, que a la postre le llevaría a la ruina, en las inmediaciones de la plaza de la Puerta de Alcalá. Allí mismo se había levantado en 1864 un parque de atracciones, con el pomposo nombre de Jardín de Recreo de los Campos Elíseos, que incluso tenía una pequeña plaza en su interior. El parque quebró, pero la placita no se cerró hasta 1881.

Empujado por la especulación, el marqués de Salamanca propuso una permuta de terrenos para quedarse con los de la plaza y trasladarla kilómetro y medio más arriba, a la derecha de la carretera de Aragón. La excusa de que sería más grande, cómoda y moderna no evitó el revuelo entre los aficionados, que se resistieron sin éxito al nuevo emplazamiento, más alejado del centro de la ciudad.

El nuevo coso, llamado de la carretera de Aragón o de la Fuente del Berro, se edificó con ladrillo visto, era de estilo neomudéjar y acomodaba a 13.200 espectadores. El  diseño, la comodidad de la nueva plaza y la ligereza de las columnas de hierro fundido que sostenían el graderío y mejoraban la visibilidad, lograron convencer al público… ayudados por la construcción del  tranvía que llevaba a los aficionados a los toros.

La antigua plaza cerró el 11 de julio de 1874 con la actuación de Lagartijo y Frascuelo. El propio Frascuelo compró la barrera de madera antes de que se derribara y se la regaló a Chinchón, donde aún hoy ve cómo se matan toros cada año en su plaza Mayor.

La corrida inaugural de la nueva “Monumental” se celebró el 4 de septiembre de  1874, a beneficio del Hospital. Para la ocasión se anunciaron, además de Lagartijo y Frascuelo que hicieron doblete, otros seis diestros. En sus sesenta años de vida, la nueva plaza acogió a figuras como Espartero, Guerrita, Vicente Pastor, Rafael el Gallo, Antonio Montes y nuevas rivalidades como las de Bombita y Machaquito y la aparición de Joselito el Gallo y Belmonte, que torearían juntos allí por primera vez el 2 de mayo de 1914.

Este recinto es considerado de forma unánime por los cronistas como el más bello y romántico coso que ha tenido Madrid, por su tamaño, esbeltez y equilibradas proporciones. A la plaza se llegaba por una corta pero anchísima avenida, que unía la carretera de Aragón con la puerta principal. Se la bautizó como avenida de la Plaza de Toros y no es otra que la actual avenida de Felipe II, que une la calle de Alcalá y el nuevo Palacio de los Deportes.

Las “Monumentales” no eran, sin embargo, las únicas plazas del Madrid de la época, ya que convivieron con otras dos situadas en las barriadas más populares. Las de Tetuán de las Victorias (1870 y 1900) vieron torear a Manolete sus dos primeras novilladas en 1935; la de Carabanchel Bajo (1908), una coqueta plaza apodada “La Chata” con capacidad para 8.000 aficionados, fue inaugurada anunciando nada menos que a Bombita, Machaquito y Rodolfo Gaona, y en su ruedo debutó como novillero Domingo Ortega.

Para no ser menos, otros barrios y municipios periféricos también contaron a principios del siglo XX con pequeñas placitas locales, entre las que destacaron las del Puente de Vallecas, Ciudad Lineal y Puerta de Hierro. Tal era la popularidad de la Fiesta.

A finales de los años veinte, el aforo de la Plaza de la Fuente del Berro comenzó a resultar insuficiente. Joselito convenció a su amigo el arquitecto José Espeliús de la necesidad de construir una nueva Plaza Monumental, y a ambos se unieron un grupo de empresarios para presentar el proyecto a la Diputación. Para la construcción de la nueva plaza se escogieron unos amplios terrenos a la altura de unas antiguas ventas, llamadas del Espíritu Santo, porque en ellas se despedían los cortejos de entierros que  se dirigían al cementerio de La Almudena. La familia Jardón canjeó los terrenos por la explotación de la futura plaza durante cincuenta años.

Espeliús diseñó un magnifico edificio, de estilo neomudéjar al igual que el anterior, con un carácter manifiestamente monumental. Un ruedo de 60 metros de diámetro, amplios y cómodos tendidos, gradas, andanadas y 28 palcos para un aforo total de 23.000 espectadores. En su parte trasera se construyeron ocho corrales, patios de cuadrillas y arrastre y una bien dotada enfermería.

La República inauguró la plaza apresuradamente el 17 de junio de 1931 con una corrida a beneficio de los obreros en paro, en la que actuaron los principales diestros del momento; el primer toro que saltó al ruedo —Hortelano, de Domecq— le correspondió a Fortuna. Los accesos a la plaza estaban impracticables y se volvió a abrir definitivamente tres años más tarde, el 21 de octubre de 1934, con un festejo que anunció a Juan Belmonte, Marcial Lalanda y Cagancho. El diestro sevillano triunfó clamorosamente, cortando las dos orejas y el rabo al cuarto de la tarde, de nombre Desertor. El domingo, siguiente, Lalanda volvió a llevarse el rabo de uno de sus toros. La plaza había empezado con buen pie.

Desde entonces la Monumental sigue ahí, siendo la primera del mundo. Y ocupando el puesto dieciséis en el orden de las plazas de toros de Madrid.

Ambrosio Aguado es sociólogo urbanista.

NÚMERO UNO. FERIAS. MAYO – AGOSTO, 2017.