m
Post Recientes

Los lenguajes taurinos

En el planeta de los toros coexisten dos lenguajes diferenciados: el de los aficionados y el de los profesionales. Tan cierta teoría me la desveló ya hace años Antonio Corona, buen banderillero a las órdenes de muchos matadores, que se retiró toreando con los hermanos Girón. “Mira Antonio, nosotros los toreros hablamos entre nosotros distinto de como hablan los aficionados. El único que conozco que hable nuestro lenguaje es el Gordo Berdegué”. Se refería al mítico Antonio Berdegué, librero en la calle de Cedaceros de Madrid. Su continuo e intenso contacto con el mundo de los toros y sus personajes —Belmonte, Ortega, El Estudiante…— le había aupado a esa especie de aristocracia del lenguaje taurino.

En una de las últimas actuaciones de Curro Romero en Las Ventas salió un toro de Miura muy abanto. Como era habitual, Curro se inhibió de pararlo. El inefable Gonzalito, su mozo de espadas, le gritó: “¡Maestro, vamos a él! ¡Que va a rompé pa güeno!”. El críptico mensaje sacudió a Curro que fue p´al toro y le enjaretó tres verónicas y media por los terrenos del 7 que crujieron al público. Claro queda que había utilizado el lenguaje reservado a la gente del toro.

Desde la boca del burladero, los banderilleros pueden decirle al matador: «Vamos a lucirlo», «¡Sitio! (distancia)” o la nueva cursilería  de «Dale importancia». A buena hora se iba a atrever nadie a decirle algo de eso a Antonio Ordóñez, que era muy celoso de su posición de figura. En estos tiempos se ha extendido el decirle al matador «pásalo» en vez de «más cruzaíto», con objeto de que el tendido bajo no se entere de que el torero no está en el terreno adecuado.

Desde mi privilegiada barrera del 9 en Las Ventas oigo a los banderilleros que forman corro junto al matador para decirle palabras de aliento cuando no le han rodado bien las cosas. «El toro no ha servío«, «era muy andarín«, «desde la salida ha echado las manos por delante» o «siete gatos llevaba en la barriga». Con estas dichas, se trata de mitigar el hundimiento del torero.

La gente del toro nunca habla de cuando el toro «llega a jurisdicción», ni de «abierto de pitones», ni de «toro boyante». A Joselito le gusta hablar de toro «chochón». Raro es que un aficionado use esa palabra.

Los comentaristas de los canales de toros en televisión pretenden siempre ejercer un magisterio verbal no solicitado por el televidente. Si son matadores retirados —Bernardó, Emilio Muñoz (insufrible) o Cristina Sánchez (ilustrativa)— les encanta decir que el toro «se agarra al piso», que «el toro ha descolgado» (cuando se consuma la suerte de varas), que «el toro le ha estado midiendo durante toda la faena» o que «ha conseguido meterlo en el canasto».

En los largos viajes en coche de cuadrillas se habla (o se hablaba) del toro, del toro y del toro. No hay más tema. Lógico es que de esa convivencia salga una jerga exclusiva del oficio. Me complace admitir que casi todo lo que he aprendido de toros me ha llegado por la vía de mi amistad —o roce— con picadores y banderilleros. A Ángel Majano le debo que me explicara la clave de lo que hace el peón que pone en suerte al toro para las banderillas. Ahí va como regalo a los lectores: el último capotazo que da el banderillero que lidia lo da por el pitón por el que va a clavar su compañero. Si es diestro, lance por el pitón derecho; pitón izquierdo si es zocato. Así de simple.

Entretanto, el aficionado de a pie utiliza con sus contertulios y aledaños de tendido el lenguaje de siempre, el de toda la vida. No se le ocurriría usar palabras aprendidas como periférico en una tertulia ocasional con la gente del toro. Aunque a los aficionados de primera división, a los cercanos a las figuras o medio figuras les encantaría graduarse como entendidos con máster en lenguaje taurino. Y ser uno más de ellos. Pero —eso sí— sin ponerse delante del «moro».

Antonio Álvarez Barrios es periodista y aficionado.

SEGUNDO AÑO. NUMERO CINCO. FERIAS. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE. 2018