m
Post Recientes

Péndulo

Se citaba en los medios, mientras el toro oteaba distraído por encima de algún burladero. Armada la muleta con esa rara forma geométrica —entre triángulo y parcial pentágono, que sólo vemos en el último tercio—, el torero esperaba la embestida de largo, oscilando el engaño como un péndulo. En el instante de la reunión, cambiaba el viaje del animal y vaciaba la embestida por la espalda. Los tendidos estallaban en un clamor que se ha perdido, quizá, por varias razones: la suerte que hacía Arruza en tiempos de blanco y negro, esa que se volvió esporádica y ocasional durante décadas, ha vuelto con exagerada frecuencia. Parece incluso que no hay tarde de toros en la que no la intente algún torero, aunque ya no se llama péndulo (porque han dejado de avisar o citar al toro de lejos, oscilando la tela en vaivén).

No neguemos que hay ocasiones en que parece recuperarse el escalofrío que destila un pase cambiado por la espalda, y que incluso hay quien lo ejecuta con una milimétrica precisión, elevando el riesgo al grado de descordar prácticamente al animal por el brusco cambio de trayectoria, o bien arqueando el cuerpo para evitar la desgracia. Hay quien hila dos o tres pases, luego del primer cambiazo por la espalda y terminar la serie con un forzado de pecho, pero para efectos de estos párrafos: ya no se realiza el péndulo y debe servirnos también como metáfora.

Las embestidas a galope, de largo y de tercio a tercio, se han limitado al primer tercio, en algunas raras ocasiones al esplendor de la suerte de la varas y en el segundo tercio ya generalmente cubierto por los toreros de plata. En esas circunstancias, las arrancadas de largo se limitan al inicio de las faenas de muleta; algunos eligen pararse en el tercio o incluso en tablas y recrear aquellos pases por alto que llamaban “de la muerte”; algunos —pocos— arman la trama de sus posibles faenas doblándose con el toro, ahormando sus embestidas en un lento andar hacia el tercio y, repito, una muy repetida o, incluso, gastada costumbre brinda al público en la boca de riego y se planta en el centro de universo para citar al pase cambiado —sin pendular la muleta—, para sorpresa de algunos espectadores, con creciente silencio entre los tendidos de aficionados.

Hemos insistido en que la variedad de quites con el capote, suertes en general e incluso adornos de pellizco han de salvarnos de la niebla del tedio o la monotonía de lo previsible. Es probable que en el ingenio del instante, la chispa de inspiración haga que ocurra un milagro. Cuando el próximo torero intente recrear de verdad el péndulo, quizá logre cristalizar la adrenalina sísmica que rompa todo letargo: entre el pasado y el futuro, entre la distracción y la concentración, la trepidante declaración de un principio —que se define en el último instante—, luego de oscilar en la incertidumbre.

Jorge F. Hernández es escritor. Es columnista del diario El País.

SEGUNDO AÑO. NUMERO CINCO. FERIAS. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE. 2018