La carretera es malísima. Han sufrido ya más de una avería en el trayecto. El coche ha sido puesto a disposición de Joselito para que, adelantando el viaje, pueda ultimar y dar por cerrado en Sevilla el contrato para torear el próximo invierno en Lima. Junto al chófer viaja el banderillero Rufaíto. Atrás, el dueño del coche (no sabemos quién), el matador de toros Isidoro Martí Flores, Joselito y un redactor de The Times. Se dirigen a Madrid.
—José —le suelta el plumilla nada más emprender viaje—, he leído el ABCy me ha sorprendido que C. no le hace a usted ninguna justicia al hablar de las últimas corridas de San Miguel en Sevilla.
—Pero…, ¿cómo puede ser eso? Si precisamente he estado como nunca y me he jartao de hacerle de todo a los toros.
—Pues él escribe que usted ha toreado «en el patio de su casa». Vamos, que, en la Monumental, por ser todos amigos y empleados suyos, le habían aplaudido; que sólo éste era el secreto de su triunfo allí, dando a entender que no había hecho nada de nada.
—¿¡Será posible!? —exclama indignado el torero.
—Pues…, siento decirle que así es. Ahí está la crónica.
Después de una larga pausa:
—Pero, ¿qué es lo que le pasa con ese hombre? ¿No era amigo suyo? No hace mucho tiempo, este mismo C. le dedicaba a usted sus mejores crónicas, llenas de elogios hacia su toreo y su persona. ¿A qué se debe ese cambio?
—Es que es insaciable, insaciable…
En ese momento, Joselito ignora el revuelo que aquella crónica titulada «Gallito torea en el patio de su casa» ha levantado en Sevilla. Soto, su hombre de confianza, ha tenido un serio altercado con C.
—Vamos, José…, en confianza. ¿Qué le ha pasado con ese hombre? Tanto le defendió en sus comienzos que ahora, justo cuando está en lo más alto, cuando mejor torea y más domina a los toros, justo ahora se mete con usted de esta manera. ¿No le ha hecho un montón de favores?
Joselito mira fijamente a su interlocutor, con un extraño brillo en las pupilas.
—¡Muchos, muchos favores! Pero le repito que es insaciable. No merezco que me trate así. Ese hombre es mi sombra negra; me quita hasta el sueño, ¿sabe usted? No sé…, no sé… Este mismo año, al acabar la feria de Valencia, donde estuve muy bien, como C. me puso a parir en el ABC le llamé indignado. Estaba en nuestra peña, «El Gallinero», y no vea usted las cosas que le dije allí mismo, delante de todos los del club.
En el interior, el dueño del coche duerme a pierna suelta mientras los demás escuchan la conversación sin decir ni pío.
Ya en la estación, llega el correo de Sevilla. Joselito sube en un coche cama e invita al reportero a entrar con él. El torero lleva en la cartera más de 20.000 pesetas. Al poco rato duerme profundamente. Cuando despierta, siguen conversando. Le confía algunos secretos, dándole cuenta de sus proyectos, hablan de su novia, de sus planes de boda, de su vida en el mundo de los toros… Se le ve feliz.
Después de la bronca de Soto con C., y visto el alboroto que ha provocado la insidiosa crónica, Manuel Pineda, administrador del torero, y el propio Soto se trasladan a Madrid, hospedándose en el Palace. El viaje tiene el propósito de visitar, junto con el propio Joselito, a Luca de Tena, director del ABC, para quien traen una carta de parte de un influyente amigo sevillano. Después de hablar con el torero, Pineda le convence sobre la necesidad imperiosa de esa visita.
Meses después, Joselito se reconciliará definitivamente con el influyente crítico del ABC haciéndole un último favor: acepta ir a Talavera de la Reina en la próxima feria de mayo para torear, mano a mano con su cuñado Sánchez Mejías, una corrida organizada por unos parientes cercanos de C.
El Tato, aficionado impenitente y desclasado