El año cero de la temporada 2020 amontona las dudas en el terreno frágil de la incertidumbre, no sabiéndose si las Ventas va a permanecer cerrada en 2021 ni en qué condiciones podrá organizarse una campaña de emergencia. No sólo por culpa del coronavirus, sino porque la pandemia ha acelerado la caducidad del modelo. La tauromaquia está constreñida a un ejercicio de realidad y de sinceridad consigo misma. Es la perspectiva desde la que procede enumerar todas las dificultades que obstaculizan su camino de prosperidad, incluidas las cuestiones más conceptuales y prosaicas.
– El distanciamiento con la sociedad.
– La hostilidad política.
– La degradación mediática.
– Los cánones públicos que asfixian a los empresarios.
– La resignación al rechazo de la publicidad y de los patrocinios.
– La escasa relevancia de los derechos de imagen.
– Los números rojos de los empresarios y los ganaderos.
– La desproporción de la remuneración de las figuras y la correspondiente brecha salarial.
– La crisis de novilladas y la depauperación del toreo base.
– Los conflictos de intereses.
– Los gastos de producción.
– La falta de transparencia del negocio y del espectáculo. El dinero es un tabú.
– La pasividad de la militancia taurina en comparación al activismo de los adversarios.
– El sabotaje de la tauromaquia a sí misma.
Este último argumento es a la vez concreto y abstracto, pero define la insolidaridad y hasta la podredumbre del mundo de los toros. No revestían demasiada importancia las guerras internas en tiempos de bonanza, pero resultan temerarias y desquiciadas en estas épocas de carestía y emergencia.
Recelan unos y otros sectores entre sí, cuando no se perciben como enemigos. La tauromaquia es un ejemplo de desunión y de sectarismo. Los distintos estamentos se reconocen… en la desconfianza. Ni los empresarios están unidos ni lo están los toreros. Uno y otro ámbito presumen de sus espacios a asociativos, pero no puede hablarse de corporativismo.
Sucede igual con los ganaderos. Y con los subalternos. Las urgencias contemporáneas de unos y otros tanto desdibujan el sentido de comunidad como descuidan el porvenir. La tauromaquia es vanguardia. El mundo de los toros es arcaico y enfermizo, cuando no anticuado y más pendiente de su gloriosa historia que de su oscuro porvenir.
No cabe peor momento para una crisis sobrevenida. La salud del espectáculo taurino estaba seriamente amenazada, de tal manera que los principales actores del sector no tienen otro remedio que convocar una suerte de «estados generales de la tauromaquia». Urge diagnosticar los problemas y consensuar las soluciones. Y es necesario como nunca hacer concesiones, entre otras razones porque a la tauromaquia le hace falta una mirada prospectiva. La endogamia y el cortoplacismo la mantienen atenazada. La cuestión no consiste en saquearla en los últimos años de vida, sino en proponer un modelo de espectáculo y de negocio viables, más todavía cuando los toros pueden convertirse en un espacio de reacción no reaccionario al acoso político y a los dogmas prohibicionistas.
¿Debe entonces el aficionado sentirse llamado a una militancia y a un activismo? Cuesta trabajo identificarse con una respuesta política a la anomalía de la politización. No significa que el sector taurino deba resignarse a las inercias hostiles ni que deban subestimarse la importancia de los lobbies y de las «acciones», pero la comunidad taurina es abstracta, indefinida y hasta inclasificable. De ahí proviene su grandeza y se deriva su universalidad.
Los aficionados a los toros no somos mejores. Tampoco somos peores. Simplemente «somos». Resultaría forzado y artificial recrudecer un partido o una plataforma llamados a aglutinar las reclamaciones o preocupaciones de los miembros de una comunidad difusa.
No hay que dramatizar. La tauromaquia ha cruzado el umbral del siglo xxi en unas condiciones de prestigio y de porvenir suficientes. Más se respeta a sí misma y más auténtica se plantea, menos razones tiene para sentirse intimidada. El peligro consistiría en transigir con el edulcoramiento y con las concesiones a la asepsia que reclama una sociedad insaciable en sus propósitos moralizantes y prohibicionistas.
Rubén Amón es periodista y presidente de la Peña Antoñete
QUINTO AÑO. NÚMERO DOCE. INVIERNO. ENERO – ABRIL. 2021