¿Y el toreo del año 2000?
¿Se toreará en Toronto y en Tarento?
Gerardo Diego
Cuando escribo esto apenas faltan unos días para la Navidad y el cambio de año y lo que deberían ser tiempos de felicidad, emociones, planes, celebración, nostalgias… son una nebulosa de tristeza e incertidumbre al dictado de la epidemia del nunca acabar.
En lo taurino, el 2021, pese a que su andadura empezó al ralentí —por el camino quedaron sin celebrarse las primeras ferias, de Valdemorillo u Olivenza a Fallas, Magdalena o Abril, con un remedo de San Isidro en Vistalegre, y después los Sanfermines, julio en Valencia, Azpeitia, Donosti, Bilbao…— acabó en una cima de gran toreo y renovadas ilusiones, a lo que también contribuía la esperanza sanitaria. Pero ¡ay!, el virus marrajo parece que aún no ha dicho su última palabra y todo ha vuelto a ensombrecerse.
Unas sombras que no pueden evitar el fulgor de tanto toreo bueno esparcido por plazas de todas las categorías y ante toros que, pese a —o tal vez a consecuencia de— la crisis ganadera derivada del COVID-19, lo han propiciado, vía toreros que todos los aficionados tenemos en mente. Toreros que se han adaptado a las circunstancias —honorarios, edad y trapío de los toros, reducción de festejos y aforos…— y que alimentan todas las esperanzas futuras, empezando por el 2022, si el bicho, sus variantes y las decisiones político-sanitarias (también las empresariales) lo permiten.
Haciendo bueno el aserto de que las crisis no tienen que ser por definición negativas, sino que de ellas puede surgir algo distinto y/o mejor, el toreo vive un esplendor, un renacimiento, que empieza en el capote, sumido durante años en un marasmo repetitivo de lances y suertes expresadas con ánimo bullanguero. Resulta así que 2021 ha sido el año del renacer del toreo a la verónica, expresado en divina forma por Morante de La Puebla, Diego Urdiales, Juan Ortega, Daniel Luque, Pablo Aguado, Emilio de Justo, Ginés Marín… Toreros de distintas tauromaquias, pero mismo concepto artístico, de ortodoxia y pureza.
No queda ahí la cosa, con Morante como indiscutible protagonista. El genio de La Puebla se ha «inventado» una temporada que lo sitúa en una cúspide difícil de imaginar en un torero de su corte. Pero ¿cuál es el corte de Morante?
José Antonio Morante Camacho ha bebido no sólo de la fuente referencial de Gallito (en el ruedo, pero también en los despachos, libre de ataduras), sino que se ha impregnado de Belmonte, Chicuelo, Pepe Luis, hasta decantar en una tauromaquia personalísima, en la que nada es mimetismo, sino recreación. Esa es su grandeza. Morante omnipresente en la temporada, un aquí estoy yo impagable, comprometido y luminoso, capaz de asumir —por propia voluntad— retos impensables hasta que la pandemia se cruzó en la vida de todos, porque lo suyo, a menor nivel, ya viene del año anterior.
Hay quien se interroga sobre la irrupción de Pablo Aguado y Juan Ortega. Éste, desde un ostracismo doliente, ha estimulado una rebelión interior de Morante para dejar las cosas en su sitio. Si así fuere, ole.
No sólo estos toreros y los antes citados, también otros, veteranos consagrados (con la incógnita del planteamiento de Alejandro Talavante) y jóvenes con aptitudes demostradas en cuanto se les ha dado opción, esperan, como todos los aficionados, que la temporada 2022, de la que ya se anuncian los primeros carteles y aventuran otros, pueda tirar p’alante sin freno pandémico que la limite.
El toreo mira al horizonte cercano del nuevo año entre la realidad y el deseo. Con José Tomás en él.
PACO MARCH es periodista y crítico taurino