QUITES
«Las corridas de toros son un espectáculo hermoso y crudo. A pesar de su apariencia y de muchos de sus accidentes, no son crueles ni violentas. No son crueles pues están reguladas por estrictas normas, bajo supervisión de autoridades, y porque sus suertes fueron creadas desde antiguo por gente acostumbrada a vivir con animales, criadores y peones ganaderos, pueblo menesteroso que trabajaba en los mataderos de las ciudades mediterráneas y veía cómo el ganado bravo resistía a aquella muerte ignominiosa y escondida».
Luis Pérez Oramas, Olvidar la muerte, 2015
«Señalemos que la dimensión indiscutiblemente cruel de la tauromaquia (cruel tanto por lo referente a la exposición humana como por la sumisión y sacrificio del cuerpo animal) es directo corolario de la evocada disposición a asumir que, efectivamente, la animalidad nos concierne en lo esencial. Pues asumir conlleva necesariamente renunciar a la neutralidad; asumir la animalidad exige enfrentarse a ella… ya se trate de la animalidad propia o de la ajena».
Víctor Gómez Pin, La escuela más sobria de la vida, 2002
«Nadie que conozca y ame la tauromaquia puede permanecer ajeno a la profunda crudeza de la fiesta y a los sentimientos contrapuestos que su contemplación provoca. Pero, aunque sus normas pertenezcan ciertamente a otro tiempo, aunque su imaginario sea indiscutiblemente arcaico, mantiene intacta una carga simbólica de gran potencia y una innegable belleza, basada en mantener el dominio corporal del gesto, en situaciones casi imposibles».
María Escribano, La pintura como tauromaquia, 2002
«Como en el toreo, creo, no se pinta con ideas. El cuadro ocurre mucho más allá de las ideas, contradiciéndolas incluso, y fabrica ideas. Por eso artes tan silenciosas fabrican tantas palabras. En eso se parecen la pintura y los toros, en la verborrea que los acompaña, como si su propio silencio fuera tan insoportable que necesitara pasodobles y páginas infinitas. Exorcismos de deslumbramiento».
Miquel Barceló, Apuntes para una conferencia sobre tauromaquia en Sevilla, 1991
«Manolete: Faena de lo Inmóvil. Cuando Manuel Rodríguez compone el momento en que puede quedar inmóvil, es cuando todo alrededor de él cristaliza para siempre. Mientras termina de cumplirse, rectilíneamente, todo el pedazo o el instante de esa perduración inmóvil, es cuando mira al público, como si él mismo ya no hiciera falta, ya no estuviera. Espiritualmente, esa actitud personal en el momento crítico y central es como la conciencia de que en ese Instante, vencedor, ya está fuera de la Muerte».
Jorge Oteiza, Goya mañana. El realismo inmóvil (El Greco, Goya, Picasso), 1949
«Lo que yo situaba por encima de todo era la corrida (descubierta con la más completa estupefacción durante unas vacaciones en España). Era la vieja Roma y sus spectacula».
Pascal Quignard, El origen de la danza, 2018