m
Post Recientes

Victorino

Si todos los elementos de la Fiesta (toro, torero y público) son importantes, está claro que el toro es el fundamental.

El toro bravo, aunque animal, es un producto artificial, fruto de una selección lenta y cuyos resultados tardan años en verse. El ganadero tiene que conseguir un toro bravo para el gusto de cada época, mezclando diferentes ingredientes a veces contrapuestos. La humillación, la dureza, la fijeza, la fiereza, la nobleza, la casta, la repetición, la duración… Lo que llamamos «bravura». Una labor compleja fiada a las leyes de la herencia que, en lo tocante a comportamiento, no es cuestión de matemáticas. Por eso los ganaderos son verdaderos alquimistas de la bravura.

Entre los ganaderos hay nombres míticos que ya son historia: Carriquiri, el de toros navarros, pequeños y picantes como guindillas; Vistahermosa, la ganadería madre de todas; la viuda de Concha y Sierra, Celsa Fontfrede, una de las Suripantas, ante cuya casa sevillana se descubría al pasar Juan Belmonte en homenaje a ese toro que, una tarde en Madrid, le permitió pegarle un baño a Joselito y a Gaona; Pablo Romero, tan querido, cuyo ganadero don Felipe trataba a Gallito como a un hijo… hasta el día que José le dijo que quería casarse con su hija Guadalupe; Miura, con 175 años de historia y leyenda, en manos siempre de la misma familia; el Conde la Corte (o debería decir el marqués de Tamarón), simiente de tantas ganaderías.

Hablando de simientes, hay una ganadería del siglo xix que tiene una relevancia especial en la historia de la Fiesta. Se trata de la ganadería del Marqués de Saltillo. Fundada en 1854, fue ganadería de toros bravos, aunque criticada por los radicales de la época por ser la preferida de Guerrita («las monas de Saltillo», decían). Pero eran tan bravos que una feria de Sevilla en que sus toros no salieron buenos, el marqués de Saltillo le pudo decir a Miura: «Don Eduardo, usted con sus bueyes bravos y yo con mis toros mansos nos hemos hecho los amos de la feria».

Y tenía razón Saltillo, pues su toro, como el de Miura, es radicalmente distinto a los demás. Tanto en su comportamiento (el de Saltillo embiste al paso —por tanto, humillando— y no galopando como lo hace el toro de Parladé), como en sus hechuras. Y cuando digo hechuras no me refiero sólo a su trapío o a su emblemática pinta gris, sino, sobre todo, a la conformación de la cabeza más afilada y, por tanto, con un ángulo de visión más estrecho (quizá de ahí su viveza y su inteligencia).

También por aquellos años, el conde de Santa Coloma, cansado de la excesiva nobleza de sus toros, decide cruzar sus ibarreños (bravos, nobles y galopadores) con los toros de Saltillo. Pero, como se suele decir, se le fue la mano. La mezcla fue tan explosiva que Santa Coloma le endosó la parte más picante de su ganadería, la más asaltillada, a su hermano el marqués de Albaserrada (que no debe confundirse con el actual Albaserrada). Un toro del marqués, Barrenero, fue culpable de la debacle de Gaona el día del debut de la ganadería en Madrid en 1919.

Tras varias vicisitudes y tras pasar los Albaserradas por varias manos (José Bueno, Juliana Calvo y sus sobrinos), en los años sesenta del pasado siglo —con la ganadería totalmente perdida y desperdigada, pero siempre con un importante fondo de casta latente—, la fue comprando por lotes Victorino Martín Andrés, quien, con no pocos esfuerzos, la reflotó y colocó en primera línea. No voy a contar su historia, que todos conocemos, pero tal es su importancia en la Fiesta que el nombre de Victorino y su ganadería («los victorinos») puede ponerse a la altura y parangonarse con cualquiera de las ganaderías míticas que he nombrado unas líneas antes.

El actual ganadero, Victorino Martín García (Victorino hijo), nacido en Madrid en 1961, intentó ser torero, aunque no pasó de novillero. Estudió veterinaria en la Complutense de Madrid, donde se licenció en 1987. Fue en esa época cuando se inició en su faceta como ganadero de toros bravos en la ganadería familiar, ayudando a su padre, al que considera, según sus propias palabras, «maestro, espejo y referente».​

Tras la muerte en 2017 del fundador del hierro madrileño, Victorino hijo asumió la dirección de la ganadería junto a sus hijas Pilar y Miriam, regentándola hasta la actualidad. Ese mismo año 2017 se puso al frente de la presidencia de la Fundación del Toro de Lidia, compareciendo en la Comisión de Cultura y Deportes del Senado, donde expuso y explicó las nefastas consecuencias derivadas del animalismo en la cultura occidental. Polifacético, ha sido también apoderado de algunos diestros, como José Tomás (junto con Antonio Corbacho), Miguel Abellán o el colombiano y amigo Luis Bolívar.

Por lo que respecta a su papel como ganadero, tras la muerte de su padre muchos agoreros presagiaban el fracaso y decadencia de «los victorinos». Nada más lejos de la realidad, puesto que gracias a su buen hacer y criterio ganadero su ganadería está en alza.

Ejemplos sobran. El año pasado en Sevilla, un excepcional toro suyo, Patatero, de embestida mexicana al ralentí, permitió a Manuel Escribano demostrar su capacidad y su valor (hay que tener mucho valor para no dudar cuando el toro pasa tan despacio que parece que se va a parar —o que se para de verdad, como hizo Patatero— y seguir el muletazo). Por cierto, Escribano fue quien indultó también en Sevilla en 2016 al famoso Cobradiezmos, padre de una larga camada de toros bravos (Patatero incluido) y émulo, por tanto, del histórico toro Diano de Ibarra.

Finalmente, Escribano es también quien, en este 2024, ha vuelto a hacer historia (historia y leyenda) con otro bravísimo toro de esa ganadería, Fisgador, cuando, después de ser cogido a portagayola por el primero de la tarde, salió en el último —también a portagayola y con el muslo izquierdo partido por una cornada que le tuvieron que operar con anestesia local—, y le cortó las dos orejas tras una lidia completa tan trepidante como emocionante.

Para el que guste no ya la alimaña (¡vade retro!), sino el toro bravo y muy encastado, ahí tiene para elegir la corrida de Madrid del pasado año. Una corrida para toreros valientes, como lo fueron en aquella ocasión Emilio de Justo y Paco Ureña. Una corrida para esa épica tan del gusto de la afición madrileña.

Se trata, por tanto, de una ganadería con un abanico excepcional de comportamientos, que van desde el toro bravo, pero nobilísimo, hasta el toro bravo, pero encastadísimo. Esa es la ganadería de Victorino.

 

JOSÉ MORENTE es arquitecto y autor del blog taurino La razón incorpóre