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La guadalupana

Debemos a Pepe Ortiz (Guadalajara, Jalisco, 1902; Ciudad de México, 1975) un ramillete de quites que engrandecen el toreo de capa: la orticina (variante de la primera versión de la chicuelina), el quite de oro (genial ocurrencia con la que obtuvo la Oreja de Oro en tarde de competencia), el quite por las afueras (variación de las chicuelinas andantes) y la Guadalupana, hermoso recurso donde el torero lleva el capote a la espalda y abre los vuelos de frente a la embestida con el afán de llevarlo al caballo o bien, para sacarlo del tercio a los medios, una vez picado.

El torero se coloca al hilo del pitón, con el capote izado por la espalda y en el momento de la reunión, abre los vuelos del mismo caminándole al burel en su propia cara; el animal pasa por la espalda y el torero repite la suerte, colocando nuevamente la capa como un telón a punto de abrirse, ahora hacia el lado contrario. En los pasos, está el toreo andante, que lleva al animal de un palmo de terreno hacia otro, embebido en el engaño.

Al parecer, Pepe Ortiz estrenó este quite durante una Corrida Guadalupana como homenaje a la Virgen Morena reina de México y emperatriz de América cuya fiesta se celebra año con año el 12 de diciembre.

No falta quien asegura que el quite es además una no tan velada alusión al milagro del Tepeyac: el torero explaya su capa a la manera en que el indio Juan Diego abrió su tilma de humilde tela ante el las autoridades eclesiásticas la lejana mañana de 1531 en que habiendo reunido rosas de Castilla en el cerro del Tepeyac, el indio las vació en el suelo revelando la imagen de la Virgen de Guadalupe ya impresa en su ayate. Así como el lance a la Verónica honra el instante del Vía Crucis en el que una mujer limpió el rostro del Nazareno, La Guadalupana abre en fugaz ritual el paso milagroso de la embestida en un birlibirloque funcional que mueve al animal de terreno con gracia y salero, no exento de riesgo.

No pocos cronistas optan por llamar “galleo” a este sortilegio por desconocer el legado de Pepe Ortiz, llamado Orfebre Tapatío por la cantidad de aportaciones e interpretaciones que aportó al toreo de capa y sobra recalcar que hay un vado de cultura, historia y magia que se olvida en la medida en que se califique como simple “galleo” un quite con elegancia, donaire y gracia que siempre que se realiza transmite profunda emoción estética en los tendidos… de ambos lados del Atlántico.

NÚMERO TRES. AMÉRICAS. ENERO – ABRIL. 2018

Jorge F. Hernández, escritor.