m
Post Recientes

Michín

Hay toros célebres por su gran bravura –Jaquetón o Bravío por ejemplo– o porque han matado a diestros famosos –Bailaor e Islero son nombres conocidos por todos los aficionados. Y algunos por haber inferido tremendas cornadas que, sin ser mortales, acabaron con una carrera. Fue el caso de Michín, de la ganadería mexicana de San Diego de los Padres, lidiado en la capital azteca el 29 de noviembre de 1929…

Armando Pérez Gutiérrez nació en Texcoco en 1908, hijo del dueño de una barbacoa, pero muy pronto sucumbió al virus de la afición. Para que no se enterara su mamá, ya viuda, se anunció en el ruedo como Carmelo Pérez, y comenzó una etapa de novillero de gran éxito. Era un torero temerario, electrizante, tremendista… aunque falto de técnica. Entabló una feroz rivalidad con Esteban García, de estilo más clásico, una competencia fomentada por su odio mutuo.

En noviembre de 1929 Carmelo tomó la alternativa en México DF, y dos semanas después alternó en la misma plaza con el español Antonio Márquez y el diestro mexicano Pepe Ortiz. Carmelo estuvo mal en su primero, así que cuando saltó al ruedo el último de la tarde, Michín, castaño y bien armado, echó el resto. A continuación copiamos del excelente blogspot Mano a Mano, de Parsifae y El Zubi:

“Después de darle tres lances a la verónica muy ajustados, el toro, lleno de codicia, se lo llevó en el viaje hundiéndole el pitón en el muslo izquierdo. Lo mantuvo en el aire, lo sacó hacia el tercio y volvió sobre su presa, cebándose en él e hiriéndole con el mismo pitón en el costado derecho, de tal manera que le destrozó todas las costillas al torero. El toro era una auténtica fiera encelada con su víctima, un perro de presa exasperado… Nadie podía entrar al quite. Transcurrieron unos minutos eternos. La escena era espantosa. No había manera que el toro dejara al pelele ensangrentado. Cuando lo soltó, Carmelo era un guiñapo, parecía que estaba muerto. Había recibido cinco cornadas, de ellas muy grave la del muslo izquierdo y gravísima la del tórax, que interesaba el lóbulo del pulmón y la pleura. El público estaba aterrorizado, pues cuando llevaban al torero destrozado a la enfermería por el callejón, Michín desde la arena seguía a las asistencias… hocicando por encima de las tablas, desesperado de rabia al ver como le quitaban su presa. Antonio Márquez manifestaba años mas tarde: ‘Nunca he sentido como aquella tarde que el toreo fuera tan duro, ni he visto un toro tan encelado con su presa’”.

Pero como se suele decir, los toreros están hechos de otra pasta. Tras múltiples intervenciones médicas Carmelo reapareció en enero de 1931, en el mismo coso. Luego de algunos éxitos, y a pesar de las continuas molestias de la herida del torax, se fue a España en busca de mejor fortuna. Tuvo una sola corrida, la del Corpus en Toledo de aquel año, cuando Chicuelo le concedió una alternativa española.

Poco después, deseando estar en mejores condiciones físicas, Carmelo se sometió a una operación para cerrar la fístula y las adhesiones pleurales. Sin éxito: la herida se infectó y sufrió una bronconeumonía. Murió solo en una pensión de Madrid. Manuel Mejías Bienvenida, el Papa Negro, corrió con los gastos del traslado del cadáver embalsamado hasta México. Fue recibido en el muelle por su hermano menor Silverio. Hondamente impresionado por la odisea de Carmelo, Silverio Pérez no tardaría en hacerse una gran figura del toreo mexicano. Michín segó una vida torera pero sembró otra.

William Lyon es periodista

NÚMERO TRES. AMÉRICAS. ENERO – ABRIL. 2018