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Las edades del toreo

Son tiempos de verificación constante e impredecible renovación. Hay quien se alarma ante los tendidos vacíos en algunas corridas celebrabas en plazas de importancia y ferias antiguamente abarrotadas, y hay quienes subrayan el creciente número de aficionados jóvenes que empiezan a anclar su asiduidad; por allí hay quien anhela el regreso a los ruedos de algunas viejas glorias, mientras se multiplican los fieles de una figura que parece ya consagrada con apenas poco más de un año de alternativa en ruedos.

Son tiempos en los que la tragedia parece informarse al instante en todas las pantallas del planeta, a la vez que el silencio de siempre reina durante la convalecencia de las cornadas; en proporción casi inversamente proporcional al tiempo que decrecen los asistentes a los sorteos matinales de los lotes que se lidiarán por la tarde, todo el planeta presencia y opina —a favor y en contra— acerca del novedoso sorteo que se ha aplicado para una feria en Las Ventas: matadores y ganaderías se juegan sus fechas en un bombo.

Los diestros en plena madurez parecen rejuvenecer ante el joven diestro con el que alternan en tercios de quites, y la electricidad intergeneracional se extiende a las faenas de aliño o empeño, de excesivo esfuerzo y exposición, con el que parecen de pronto confluir o convivir todas las edades posibles del toreo. Por allá resucita en un breve vacío de luz el remate en sepia de una tauromaquia que parecía olvidada, y por acá, sin aviso, un torero acaba de inventar un quite absolutamente impensable.

Un banderillero, al filo de perder su anonimato, se asoma al balcón, habiendo cuadrado en la cara y encunado entre los pitones, desenponvando en las enciclopedias el recurso de poder clavar un par al relance; un peón de brega, pasamanería de azabache, se lleva de tercio a tercio, con la punta de su capote, la embestida de un negro ferrocarril. Dicen que en Ronda reapareció un capote de seda pura, y que uno de sus vuelos aún no ha terminado de dibujar lo que llaman los entendidos “media verónica belmontina”; y al día siguiente, en el silencio que intenta respetar la suerte de varas, un aficionado que peina canas murmura en voz baja la mejor explicación posible para el recién llegado. Hay quienes anhelan los billetes de antaño con óleos que retratan a los inmortales y los que agradecen la facilidad cibernética con la que se reservan entradas de tendido bajo desde la sobremesa del restaurante donde alguien ha logrado convencernos de un cartel. Hay quienes no soportan el transcurso de una tarde sin las mismas pipas que entretuvieron sus ansias de la infancia, y quienes no pueden dejar de consultar la pantalla del móvil para estar sin estar en las plazas de estos tiempos, en las que parecen decantarse, en el crisol donde se divide el sol y la sombra, todas las edades del toreo.

SEGUNDO AÑO. NUMERO CINCO. FERIAS. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE. 2018