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Pocapena

Pepe-Hillo, Joselito, Manolete, Paquirri… Barbudo, Bailaor, Islero, Avispado… Madrid, Talavera, Linares, Pozoblanco… Desde hace más de dos siglos los nombres de matadores muertos por toros bravos en plazas de España se suceden en una lúgubre letanía. Pero de todas esas cornadas mortales pocas más espeluznantes que la que Pocapena infirió al joven Manuel Granero en Madrid en 1922.

Granero había nacido el 4 de abril de 1902 en Valencia, en el seno de una familia burguesa, y era un consumado violinista. Pero pudo más su afición por la Fiesta y, tras una carrera meteórica, se encontraba entre las promesas más firmes del momento: era un diestro fino, dominador, especialmente original y perfecto con la mano derecha; Corrochano bautizó su elegante derechazo como el pase de la firma. En una época de desolación por la muerte de Joselito dos años antes, muchos aficionados veían en Granero al heredero de su trono. Cossío afirma que, de no toparse con Pocapena, Granero “hubiera llegado, sin duda, a hacer época en la línea histórica del toreo”.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la ganadería del duque de Veragua era una de las primeras de España, según un historiador, “la preferida por los toreros y los públicos. Sus toros… propician unos espectaculares tercios de varas”. Por lo menos en Madrid, el duque cobraba la desorbitada cifra de mil pesetas por toro, con lo cual un billete de esta cantidad llegó a llamarse popularmente un veragua. Pero para los años veinte de la nueva centuria, la ganadería había perdido prestigio: muchos de sus toros llegaban al último tercio manseando y buscando las tablas, algo que no favorecía la creciente importancia de las faenas de muleta.

Así era Pocapena, lidiado en quinto lugar el 7 de mayo de 1922, cuando Granero alternaba con Juan Luis de la Rosa y Marcial Lalanda, que confirmaba la alternativa. Era “cárdeno bragado, cornalón, astifino…, manifiestamente mansurrón y con sospechas de andar algo reparado de la vista”. No mejoró su condición durante la suerte de varas, y buscó el refugio de la barrera. Granero —bien por ignorancia o bien por terquedad y pundonor— no intentó sacarlo de su querencia, y en el primer muletazo Pocapena lo prendió por el muslo derecho y lo aplastó contra la barrera, debajo del estribo, donde no paró de atestarle cornadas, destrozando completamente la cabeza y metiéndole un pitón por la órbita del ojo derecho. En palabras de un experto, fue “tal vez la cogida más horrorosa sobrevenida sobre las arenas de un ruedo”.

Tanto impresionó que todavía hoy el Museo de Cera de Madrid exhibe un grupo escultórico, con la cabeza del matador a merced de las astas mientras los demás toreros observan horrorizados. Durante años Marcial fue criticado por no acudir al quite con rapidez. Eran tantos los aficionados que juraron haber presenciado la tragedia que esa vieja plaza de Madrid tendría que haber sido más grande que el estadio Bernabéu de nuestros días.

¿Estuvo entre ellos el escritor francés Georges Bataille? En 1928 publicó Historia del ojo, una novela erótica —pornográfica, según muchos lectores— sobre el idilio de una pareja de adolescentes en Francia y España. En uno de los episodios asisten a una corrida en Madrid donde torea El Granero. Son testigos de la terrible cornada, y mientras el matador, agónico, es llevado hacia la enfermería, observan cómo el ojo cuelga de su cuenca. Del toro anterior del Granero habían conseguido los testículos, que la chica había insertado en su vagina. Sería el único momento de placer de toda aquella tarde aciaga.

William Lyon es periodista.

SEGUNDO AÑO. NUMERO CINCO. FERIAS. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE. 2018