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FRENTE AL TENDIDO 7

Al aficionado se le impone en nuestros días, lo quiera o no, un compromiso combativo. ¿Será el crítico el menos ajeno a ese compromiso? Con seguridad, sí. Al crítico se le ha de adjudicar obligatoriamente la defensa polémica de la verdad. Entre algunos grupos de aficionados se viene clamando últimamente por la necesidad de una crítica taurina verdadera (si es que algo así fuera todavía posible). Más que nunca, urge una crítica clara, orientadora, discernidora, combativa. Una crítica, en definitiva, con criterio. Hay demasiada confusión e intereses mezclados (entre apoderados, ganaderos y empresarios) como para que el crítico se limite simplemente a señalar de forma esporádica lo bueno.

 

El crítico responsable se ciñe, por su propio bien, a elogiar lo bueno y se abstiene —o lo abstienen razones de índole variada— de referirse a lo malo, a lo mediocre, a lo equivocado, a lo fraudulento. Pero como no falta —más bien al contrario— quien elogie sin despeinarse esto último, resulta que al final todo aparece, a simple vista, situado en el mismo risueño y amable plano de lo encomiable. Como ejemplo paradigmático, no hay más que oír algunos nefastos comentarios en las retransmisiones taurinas, tanto por el canal de pago como, sobre todo, por los canales de televisiones autonómicas. Lo único que nos queda como índice revelador es saber que este o aquel crítico ofrecen garantías de verdad y ese o aquel otro, no. Pero esto requiere un previo «estar en el asunto», cosa de la que suelen presumir en las tertulias posteriores a las corridas de feria los aficionados más contumaces. Y el que no está en el secreto se queda inevitablemente en ayunas.

 

Esta falta de claridad, de exigencia crítica, explica, en parte, ese hecho tan visible de que nuestra vida cultural (no sólo taurina) se produzca sobre una dramática base de sobreentendidos, malentendidos, mentiras, verdades a medias, cosas que se callan —porque, ¿para qué decirlas?— y que se acaban sabiendo solapadamente, como de tapadillo, tarde y mal. Pero ¿quién las sabe? ¿Quién sabe que este o aquel señor, esta o aquella señora, elogia la labor de tal torero o el juego de tal toro porque sí, porque le viene en gana, porque pertenece su autor a la misma honorable cuadra de bombos mutuos? El resultado es parecido al de aquella encantadora canción infantil: «Los de adelante corren mucho, los de atrás se quedarán…». Sólo que aquí, en los toros, resulta que casi todo el mundo (algunos toreros muy válidos y algunas ganaderías con potencial, pero sin oportunidades para lidiar en plazas de cierta importancia) se va quedando lamentablemente atrás, aprisionado en la confusión, en la atonía, en el no saber a ciencia cierta dónde está la verdadera moneda. Dios perdone a los falsificadores, sobre todo a los bienintencionados, porque estos, además de falsificadores, no demuestran mucha inteligencia por su parte.

 

Entretanto, mientras esperamos una nueva crítica, nuevos modos de explicar y contar la tauromaquia, se nos va quedando atrás el gran público, el potencial aficionado, el gran espectador. El crítico está en deuda con él, con su gusto estragado por los clichés, los tópicos y los lugares comunes repetidos hasta la saciedad. Necesitamos una crítica diferenciadora, esclarecedora; una crítica que debe empezar necesariamente por ser crítica «en contra». Vivimos tiempos de atonía crítica y estamos rodeados de epidermis hipersensibles. Tan pronto como el crítico aplica, excepcionalmente, su «contrariedad» a esto o aquello (confección de carteles por parte de las empresas, sospecha de pitones arreglados por parte de los ganaderos, poca o ninguna convicción por parte de algunos matadores a la hora de afrontar su labor en el ruedo), se levantan de inmediato dolidas voces de protesta, como si el crítico —novel o maduro, experto o inexperto— no hubiera pretendido obrar con toda objetividad, sino movido por secretas e inconfesables predisposiciones personales. La crítica será tachada entonces de «destructiva» y con esta brusca y arbitraria traslación al plano moral queda el crítico descalificado por completo. Con lo cual, en esta época de susceptibilidades a flor de piel, queda demostrado que no estamos acostumbrados a ninguna clase de crítica auténtica. Claro que, en ciertos casos, lo que se echa de menos no es, propiamente, la falta de crítica, sino de un revulsivo más fuerte: toreros con fuerte personalidad capaces de defender su pasión y su concepto por encima de todo. Un ejemplo: en la última Feria de San Isidro fue emocionante ver a Roca Rey encararse al tendido 7 mientras se jugaba la vida a escasos centímetros de los pitones.

 

La inhibición produce costumbre, adocenamiento y, a la larga, consentimiento, aunque mudo, lo cual es una forma de cooperación. Otra cosa distinta es, por ejemplo, el silencio de La Maestranza en la semana de preferia, cuando en los tendidos de la plaza sevillana se sienta el que quizá pueda ser considerado como el público de toros más entendido que existe en el orbe taurino. Ese silencio maestrante no significa inhibición en ningún caso, bien lo saben los propios toreros. Ese silencio es una losa mucho más pesada que cualquier bronca o crítica despiadada. Dejando aparte el caso único y muy particular de esa porción de la afición sevillana, el silencio sobre un estado de cosas termina por comprometernos socialmente con él. Si un aficionado permite que otros, en el ámbito social donde él está inexorablemente obligado a actuar, se equivoquen acerca de su postura ante tal o cual fraude, está empezando a traicionar la inteligencia. Y es, precisamente, el crítico quien con menos disculpa puede inhibirse. Su labor es creadora y, a la vez, orientadora, definidora y de más amplia responsabilidad que la del escritor puro, puesto que se dirige al público y, a la vez, al artista mismo.

 

En el crítico importa tanto el hallazgo de la verdad como el hacer que esta verdad opere en su entorno. Nada debe repugnar más a la crítica que el conformismo. Su verdad está cargada de virtudes apologéticas y sin ellas el crítico no es ni bueno ni malo, simplemente no es. Si la crítica bajo cualquier forma —ensayo, artículo periodístico, nota, reseña— no cumple su carácter fundamental, ¿qué se le puede imputar a ella y qué a su circunstancia?

Vivimos una crisis, no particular, sino general, de la crítica debido, entre otros factores, a la confusión característica de la encrucijada temporal que nos ha tocado vivir. Pero lo más grave de todo es la falta de independencia, es decir, de libertad. Esta falta de libertad puede adoptar las formas más diversas: dependencia política, sumisión servil a consignas o grupos determinados, imposición económica… en cualquier caso, los resultados son siempre los mismos: esterilidad, silencio, es decir, campo abierto a la falsificación y al fraude. ¿Puede el crítico hurtarse entonces a su responsabilidad? Su obra habrá de producirse a pesar de la falta de libertad. Su libertad será no la que le den, sino la que él, a costa de lo que sea, sea capaz de ganarse. Como decía el crítico literario y ensayista cubano José Antonio Portuondo, «el buen crítico debe poseer, por encima de todas las virtudes intelectuales que tradicionalmente se le exigen, una eminentemente moral: el heroísmo». La crítica debe, como toda tarea de la inteligencia, afrontar su responsabilidad y hacer, a pesar de todo, su propia libertad. Todo un gesto heroico en los tiempos que corren, como el de Roca Rey frente al tendido 7 de Madrid. Tomemos ejemplo en la siempre frágil figura del torero.