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Chaparrito

El diminutivo superlativo

El agotador y estéril debate de toristas contra toreristas —y viceversa— se despeja cuando aparece en la arena un ejemplar como Chaparrito, seudónimo de un torazo con las hechuras y la cornamenta de Albaserrada, al que se debió premiar con la vuelta al ruedo. 

Las Ventas es una plaza cicatera en la hostilidad policial del palco. No se concibe que pueda indultarse un toro, como si fuera una blasfemia, ni se estilan los pañuelos azules. A cambio, Chaparritoamontona en su descargo una montaña de premios “póstumos”. Incluido el que le hemos concedido en el Club Matador por la Peña Antoñete.

Las razones únicamente requieren un ejercicio de memoria, evocar aquella tarde del 8 de junio,  cuando asomaron por los toriles las “perchas” del ejemplar de Adolfo Martín. Veleto de encornadura, armonioso, largo de cuello, un toro guapo.

Predisponía a su bravura el trapío. No siempre los toros bien “construidos” embisten como lo hizo Chaparrito, pero la relación entre las hechuras y el comportamiento apunta casi siempre a la causalidad. Por eso había gustado tanto el toro en el sorteo. Tenía presencia, imponía, sugestionaban sus ojos negros como escarabajos, pero el “adolfo” también proporcionaba equilibrio en la romana —549 kilos— y tenía cinco años. 

La edad es una desventaja cuando el toro sale malo, y una buena cualidad cuando sale bueno. Lo demostró Chaparritoen el caballo con la fijeza y los riñones. Tuvo que emplearse como un gondolero en la tormenta el piquero del Cid, Antonio Carbonell, pero el castigo no hizo otra cosa que empoderar al cinqueño. Se desplazaba con franqueza en los capotes. Humillaba como luego haría hasta abrir surcos en la arena, persiguiendo encelado la muleta de Pepe Moral.

El “adolfo” se comportaba como el mejor “victorino”. Y relucía su bravura en la prontitud, en el tranco, en la fijeza. No sólo embestía con recorrido. Planeaba. Hacía el avión con los pitones. Se vaciaba en cada vuelo rasante, pero no era un toro fácil.

La bravura de los “albaserradas” es exigente. Acometen con memoria. Saben lo que se dejan atrás. Y embisten tan despacio que templarlos resulta una labor de nodrizas. Se trata de mecer la fiereza, de mandar con autoridad y delicadeza.

Lo hizo Pepe Moral con gusto y estética. Le faltaron apreturas a las series, pero prevaleció la emoción y el pulso. Hubo hermosas series de muletazos por la mano derecha. Y “volaron” los naturales con enjundia y pasión, pero la partida la ganó Chaparrito.

La suerte de lidiar un toro bravo en Las Ventas puede ser una maldición. El torero no sólo se expone al peligro de la bravura, a la entrega, a la presión de Madrid. También debe asimilar la jerarquía de la res y la devoción del público venteño al acontecimiento del toro boyante.

Chaparritorepresentó la unanimidad. Tuvo nobleza y bravura. Clase y raza. Casta y franqueza. Hubiera castigado con sangre cualquier error o imprudencia. Pepe Moral no los cometió, pero fue consciente de su posición gregaria en la faena. Se le debe agradecer incluso la modestia, la resignación. Lució al toro. Nunca incurrió en la tentación de esconderlo.

El premio de una oreja premiaba el temple y el esfuerzo. Y bien podrían haber sido dos. Las llevaba colgando Chaparritodesde que asomó por los chiqueros, pero el pinchazo de la primera estocada disipó la duda de una Puerta Grande que se hubiera abierto a regañadientes.

Al toro lo trató la presidencia como a uno más. Ni pañuelo naranja ni pañuelo azul, pero estas miserias administrativas han adquirido un valor anecdótico con el paso de las jornadas. Chaparritoestá en la galería de la fama de Las Ventas y en la memoria de los aficionados. ¿Toristas o toreristas? Ni una cosa ni la otra. Chaparristas. No cabe un diminutivo tan estrafalario ni paradójico —chaparro significa retaco— para un toro tan mayúsculo y superlativo.

 

Rubén Amón es escritor y periodista.

TERCER AÑO. NÚMERO SEIS. AMÉRICAS. ENERO-ABRIL. 2019