Más tardes voy a Las Ventas, más me gusta la Maestranza. La de Madrid es una plaza justiciera e inhóspita. La de Sevilla es una hermosura arquitectónica que predispone la experiencia lúdica sin renegar de la exigencia. Sevilla castiga con el silencio. Madrid lo hace con el alboroto.
Y es verdad que pesa más un triunfo a la orilla del Manzanares que en aguas del Guadalquivir, pero el valor de una puerta grande en Las Ventas proviene del heroísmo que implica sobreponerse a la gran conspiración de cada tarde: el viento, la arrogancia presidencial, el hooliganismo del siete, la desproporción de las reses, la arbitrariedad de los tendidos, los bailes de corrales, los toros devueltos, el énfasis inquisitorial del graderío.
Madrid asusta a los toreros. Sevilla los motiva, los excita, entre otras razones porque Las Ventas es una fortaleza urbanita, mientras que la Maestranza es una proyección del campo. Tan cerca están las ganaderías, tanto, que los aficionados maestrantes frecuentan los tentaderos, participan de un ambiente taurino preparatorio e iniciático cuyo desenlace o último acto es el festejo.
Festejo se deriva de fiesta. Y no es cuestión de reivindicar el jaleo ni la escandalera, sino de relacionar la tauromaquia con su vocación recreativa. Madrid carece de fiestas. No se paraliza la ciudad. No se interrumpe el flujo laboral. San Isidro no se vive en la noción de abandono.
Reviste importancia el matiz porque la larguísima isidrada, por ejemplo, se resiente de una inercia depresiva. Se amontonan las tardes. Se resuelven demasiadas veces en el sopor y en el desasosiego. Y se escruta a los toreros y a los ganaderos como protodelincuentes.
Las Ventas es un tribunal. Un ruedo bajo sospecha. Se recela de las figuras, se sospecha de los hierros de postín. Y se alimenta la gloria heroica, efímera y compensatoria de los toreros antisistema que se instrumentalizan en un ejercicio de subversión al orden.
Ya decía Emilio Muñoz que en Madrid se hace el paseíllo sin aire en los pulmones. Y ya decía Ángel Luis Bienvenida que una mirada de reojo al tendido de Sevilla permite identificar a un becerrista, a un ganadero, a un torero de galones, a un novillero de relumbrón. La Maestranza es un hábitat acogedor, propiciatorio, aunque la indiferencia de los aficionados pueda herir y aunque prevalezcan criterios discriminatorios con los toreros y ganaderías que cruzan Despeñaperros.
Se los hace pesar el linaje y la cultura. Cuesta trabajo asimilarlos, especialmente si su reputación se la ha proporcionado… La Ventas. Recela la Maestranza de los “inventos de Madrid”. Así los definen peyorativamente cuando ha sido Madrid el punto de lanzamiento. No fue el caso de César Rincón ni de José Tomás, pero sí el de Antoñete, Curro Vázquez, Dámaso González, Roberto Domínguez, el Niño de la Capea, Julio Robles y el propio Joselito.
No se concibe la historia contemporánea de Las Ventas sin los unos ni los otros, pero tampoco se entiende la trayectoria de Madrid sin las glorias que jalonan la devoción sevillana. Romero y Paula. Manolo Vázquez. Pepe Luis,el padre y el hijo. Martín Vázquez. Camino. Puerta. Ordóñez. Ojeda. Es más, la sensibilidad de Las Ventas a los héroes maestrantes es tan evidente como el recelo a los toreros madrileños. Se los mide con dureza. Se los expone a un tormento. No digamos cuando adquieren fortuna y se transforman en figurones. El ejemplo más evidente al respecto es el del Juli. Consiguió abrir la Puerta Grande en 2007, pero la suya es una ejecutoria contra corriente. Ha tenido mucha más comprensión en Sevilla. Y ha roto en la Maestranza los prejuicios que tantas veces sabotean a la figura que desciende de Madrid.
Abusa Sevilla de la sevillanía, de la pinturería, pero los defectos de la afición del Baratillo penalizan menos la ceremonia de cuanto lo hace el rigor y la crueldad madrileños.
La gran ciudad está muy lejos del toro, del campo. Pensamos los madrileños que el toril es el útero. Que las reses han estado en los corrales hasta el momento de salir. Y se consolida una percepción de la tauromaquia como espacio de castigo y de justicierismo.
La cualidad de tantos obstáculos amontonados consiste, paradójicamente, en la válvula de escape que implica liberarlos. Sucede pocas veces, pero es entonces cuando Las Ventas engendra una fuerza telúrica y una pasión indescriptibles. Ruge Madrid. Revienta la olla a presión. Se abandonan los espectadores. Sobreviene el éxtasis.
Es cuando Las Ventas “adelanta” a la Maestranza. Y cuando representa Madrid una combustión y un delirio que no se conciben en ninguna otra plaza. Son las tardes de la locura. Y se incorporan a la idiosincrasia de la capital como remedio a la cotidianidad y el aburrimiento.
La escasez de las tardes de alienación perjudica la competitividad de Las Ventas respecto a la Maestranza. Los aficionados de Sevilla disfrutan más. Hay mayor receptividad sensorial. Una actitud mas propicia al ceremonial, un superior escrúpulo litúrgico.
El lugar es la gran diferencia. La Maestranza establece un espacio de sugestión. Predispone una estética. No es cuestión de llevar al último término la dialéctica de las escuelas sevillana y rondeña, pero sí de plantear el regusto hacia la tauromaquia superflua, al adorno, al desmayo, en contraste con el dogmatismo escurialense y sobriedad castellana de Madrid.
Las diferencias no contradicen las comuniones. Morante de la Puebla es una de las más fervorosas en el viaje de ida y vuelta, así como el hierro de Victorino Martín aglutina el fervor torista. Le ha costado al hierro de Albaserrada presentarse en la Maestranza —lo hizo en 1996—igual que le ha ocurrido a otras divisas salmantinas o “extra-andaluzas”, pero los cárdenos de Victorino forman parte de la cadena de hermanamiento y de consenso. Y de los mecanismos de deshielo que separan las aficiones como si hubiera una frontera mental y estética.
La arquitectura neomudejar de Madrid es premonitoria de la ortodoxia de la madrasa. Al contrario, la Puerta del Príncipe es la puerta del paraíso, el sueño de Triana en la otra orilla, el espejo del Guadalquivir, el torero a hombros convertido en paso de Semana Santa.
Rubén Amón es escritor y periodista.
TERCER AÑO. NÚMERO SIETE. FERIAS. MAYO-AGOSTO. 2019