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Postal (íntima y taurina) de Sevilla

Tantas veces se ha dicho ar público que er toro que necesita er torero moderno pa divertirno ha de sé chico, paraíto, con los pitone como platanitos, que, hoy, sediendo un poco, mañana otro poco y al otro más, se ha llegao a perder por completo la emosión der toro”.

A.Martínez de León, Oselito, 1935

 

Mediados de los ochenta, sólo sé que era lunes de abril, toreaba Esplá en la Maestranza y estaba, por primera vez, en Sevilla.

El “lunes de resaca” fue un invento de Luis Uruñuela, uno de los fundadores de aquel PSA de Rojas Marcos y primer alcalde de la ciudad tras el final del franquismo, inicio de lo que a algunos les ha dado por llamar, con tanto  desprecio como ignorancia, “Régimen del 78”.

No gustó en Sevilla lo de “resaca”, pues en la Feria —con el tiempo lo comprobé—, si hay resaca de juerga se lleva por dentro. Pero se institucionalizó como coda de su feria taurina y de abril hasta la del año 2000. Ese mismo año,inicio de milenio,fue también el del último paseíllo de Curro Romero en la Maestranza, el Domingo de Resurrección; en octubre, tras torear en La Algaba, hizo así y se fue para no regresar. De aquella tarde última sin saberlo del Faraón en su plaza sí guardo memoria, pues acudimos la familia entera (esposa e hijas) para regocijo del reventa. Por cierto, lo mejor de Curro en la corrida fue el paseíllo.

En la corrida del “lunes de resaca”, que se retransmitía en directo por TVE(eran otros tiempos),se anunciaban toros de la ganadería de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas, “los pedrajas”, y quienes se las veían con ellos eran, por lo general, toreros adscritos en las filas de los considerados lidiadores —como si lidiar no fuera fundamental, que esa es otra—, entre ellos Manili, los hermanos Campuzano (Tomás consiguió un triunfo memorable con Topinero) y, cómo no, Luis Francisco Esplá, poco considerado por la afisión sevillana, pero indiscutible como salvaguarda de esencias en desuso en el toreo contemporáneo y lidiador ejemplar.

Los toros de Doña María Luisa respondían por lo general a la morfología de lo que se ha dado en llamar “toro de Sevilla”,que —cuentan los que saben— no es otra que el de armónicas hechuras y encornadura que cabe en la muleta. Precisamente era llegados al tercio final cuando los “pedrajas” tenían su talón de Aquiles,puesto que, salvo casos puntuales como el mencionado Topinero, se dejaban en el caballo toda la bravura que manifestaban en cuanto asomaban al albero, tomando los capotes con vivacidad y acudiendo a su encuentro con el piquero puestos en suerte desde lejos y en más de dos ocasiones. La pelea en el peto solían realizarla estos toros con entrega, fijeza y empuje. Pero hasta ahí. Luego quedaba en manos del matador solventar, con mayor o menor pericia, las menguadas opciones que, por lo común, ofrecían en el último tercio.

A esa corrida acudía otro tipo de público, distinto al del resto de la Feria, en busca de aquello que se les negaba tantas tardes de figuras y ganaderías ad hoc,y que constituye, justamente, la esencia del rito. Sin embargo, eso no fue suficiente para que, desaparecido del calendario festivo el lunes postrero de la Feria, apagado el alumbrado, esa corrida o una similar se mantuviera en la programación maestrante al tiempo que el hierro y el encaste de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas quedase —como otros tantos, ¡ay!— en el olvido.

Desde aquel primer encuentro con Sevilla y la Maestranza han llegado muchos más, a los que se suman las retransmisiones por el canal televisivo de pago y al completo de sucesivas Ferias de Abril y, claro, de todo ha habido: tardes de gloria, indultos incluidos; fracasos sonados de los que mi selectiva,o tal vez ya frágil,memoria prefiere no acordarse y la percepción, seguramente errónea, de que muchas cosas se están perdiendo por el camino.

Pretender que la Sevilla taurina quede a resguardo de vientos que, dentro y fuera, soplan a la contra de la tauromaquia es, claro, una quimera. Pero mis amigos de allí (de los que luego les hablaré) me ponen sobre la pista de, vamos a llamarlo así, alicaídos ánimos que tienen que ver con tardes rutinarias, faenas monocordes y toros sin emoción. Claro, que de vez en cuando salta la liebre —perdón, el toro—  y ocurre lo de Orgullitoy El Juli el año pasado,y todo parece cambiar. De forma efímera.

El viajero ocasional que abajo firma acude a las fuentes para hacerse una composición de lugar,y qué mejor que los amigos, esos que sienten el palpitar de la ciudad en el día a día,que en Sevilla —me consta— transcurre con una rutina distinta. Y mejor, diría.

Profesores de Derecho; un pintor de Guanajuato; un psiquiatra de la Línea de la Concepción; familiares directos y mismos apellidos del torero alma del 27; la presidenta de la Maestranza, entre otros, forman mi cuadrilla allí. Con ellos comparto inquietudes (taurinas, también) y risas en tertulias maravillosas con el Bar Taquilla como sede y la Maestranza al fondo. Entre todos hemos creado la “Tertulia Oselito”, homenaje al alter ego de Andrés Martínez de León, que escribió y dibujó de toros, pero no sólo, como pocos,y de quien es la cita de inicio. En ella,Oselito, en 1935 y con su particular y sabio gracejo, cuestionaba los derroteros por los que transitaba la tauromaquia en aquellos años.

No era el único ni el primero, tampoco el último. Es recurrente en la historia del toreo anunciar el fin de los tiempos y lo chocante es que este no sólo no llega,sino que siempre sucede algo, aparece alguien, que lo aplaza.

Valga un ejemplo: en la corrida del Corpus de 1982 en Sevilla, José Bergamín acudió, una vez más, al encuentro del toreo, como llevaba haciéndolo más de tres cuartos de siglo. En el cartel,Manolo Vázquez, Curro Romero y Rafael de Paula, ahí es ná.

En La visiómemorable, Bergamín deja testimonio de ello:

“Quisiera ahora escribir, describir, decir algo de la maravillosa, indescriptible, indecible corrida de toros que vimos en la Maestranza la tarde del Corpus… Las lágrimas que se le saltaban al Gallo, al torear, estaban en los ojos de los toreros como en los nuestros. Nunca ‘la música callada del toreo’tuvo más claridad y transparencia de alma que en aquellos tres toreros que nos la trasmitían con su encanto, su canto y su cante propios…Cante y canto es el toreo / es cante en Rafael de Paula / y canto en Curro Romero.

Y cante y canto y encanto o embeleso de brujería, de mágico señorío torero en Manolo Vázquez.

Esa música, ese canto / ese melodioso eco/ que escuchamos con los ojos / y con los oídos vemos.

Esa soledad sonora / de musicales silencios. / Ese inaudito, invisible / saber  y sabor del tiempo.

Esa ilusión del sentido / (saber y sabor toreros) / que en Vázquez, Romero y Paula / quintaesencian el toreo.

Mejores entre los mejores de todo tiempo son estos tres toreros andaluces. Y su ‘visión’la tarde del Corpus, visión maravillosa, visión admirable, visión deleitable, visión memorable. Doy gracias a todos los dioses y demonios de este mundo que me han dado tan larga vida para poder verlo”.

Sucedió en la Maestranza, ocurrió en Sevilla.

 

Paco March es periodista, crítico taurino y presidente de la Federación de Entidades Taurinas de Cataluña.

TERCER AÑO. NÚMERO SIETE. FERIAS. MAYO-AGOSTO. 2019