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Chicuelo y la Escuela sevillana

Son muchos los aficionados que niegan la existencia de las escuelas taurinas de Ronda y Sevilla, pues sostienen que, en el toreo, no existe escuela alguna,ya que, según ellos, este arte se rige por unos cánones únicos e inmutables y lo único que varía es el acento personal que cada torero pone a la hora de interpretar ese único modo válido de torear.

No creo que sea cierta esa afirmación. No es cierta, por supuesto, desde el punto de vista histórico, pues el debate y la disputa entre Ronda y Sevilla, entre Pedro Romero y Pepe-Hillo, entre el matador y el torero fue real y verdadera. Tan real y verdadera que dio lugar a la primera competencia de importancia que registra la historia de la Fiesta. Una competencia sobre el papel e importancia que deben concederse a la suerte de matar dentro de la lidia. Por una parte,los partidarios de Pedro Romero, defensores de la estocada como fin último de la lidia, la suerte suprema; y por la otra, los partidarios de Pepe-Hillo, considerando la estocada como mero punto final y dando tanta o más relevancia a los momentos anteriores. Tal llegó a ser el encono y la controversia entre los defensores de esos dos diferentes conceptos que alguna tragedia (la muerte de Curro Guillén en Ronda, por ejemplo) tuvo causa en esas querellas.

Tampoco creo correcto sostener hoy día que sólo se puede o debe torear de una única manera. Pues, no sólo la competencia comentada, sino todas las competencias que en la historia han sido, han surgido del contraste entre modos diferentes de entender el toreo. Entre diferentes modos de torear. Cúchares y el Chiclanero, Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, competían con diferentes armas y con diferentes medios.

No es lo mismo el torero que basa su toreo en el alarde de valor, que el que lo hace en el conocimiento, ni aquel que lo funda en el arte. No es lo mismo el torero que adapta su toreo al toro que el torero que impone su toreo al toro. Son modos contrapuestos pero perfectamente válidos, añado yo, todos ellos. Dicen que el mejor torero es aquel al que más toros le caben en la cabeza. Parafraseando, podríamos decir que el mejor aficionado sería aquel al que más toreros le caben en la cabeza.

Entre todos esos planteamientos diversos, uno de ellos es el que hoy, impropiamente, llamamos modo o escuela sevillana. Es en realidad, un acento, una forma de expresarse, común a algunos toreros de Sevilla, no todos de la misma cuerda y que tiene su ascendiente y origen en un diestro genial ninguneado por la historia y por la crítica taurina: Manuel Jiménez, Chicuelo.

Ya hemos hablado, en algún reciente trabajo, del papel trascendental de Chicuelo en la  historia del toreo. Su aportación trascendental a la técnica del toreo en redonda. Un papel que nos reveló el no menos genial Pepe Alameda. Chicuelo es —y ya no cabe discusión alguna a la vista de las pruebas aportadas—el puente genial entre el genial Joselito el Gallo y el no menos genial Manuel Rodríguez, Manolete. Chicuelo se orienta viendo a José esbozar tarde tras tarde el toreo en redondo. Manolete viendo a Chicuelo reconoce y se percata que tiene su mismo concepto: el torero como eje vertical alrededor del cual gira el toro. Es el toreo en redondo. Germen del toreo de nuestros días.

Pero lo cierto es que los tres, Joselito, Chicuelo y Manolete, son diestros muy distintos. No tiene nada que ver la contextura y la actitud de cada uno de ellos en la plaza. Joselito, el técnico José, soberbio, largo y dominador, revoluciona el toreo sacudiendo sus más firmes cimientos desde que tiene uso de razón hasta la tarde de Talavera. Manolete, valiente a carta cabal, da tarde tras tarde muestra de pundonor y casta extremas,lo que lo lleva a encontrar su destino en la plaza de Linares ante un toro de Miura. Manuel Chicuelo va a derramar sobre el albero de las plazas todas las inmensas exquisiteces de su gracejo sevillano.

Nace con Chicuelo un cierto modo de estar y de ser en los ruedos. Tras su estela irán después todos o casi todos los toreros de Sevilla: Pepe Luis, Pepín Martín Vázquez, Manolo González y un largo etcétera. Un etcétera en el que todos reconocerán a Chicuelo como la fuente de la que han bebido.

El torero de la Alameda,nacido en la calle Betis, trajo al toreo algo no visto antes. Una economía de movimientos, un cierto aire leve y ligero que se contrapone a la rudeza de los toros. Un contraste que subyuga a todos,pero que sólo puede expresar quien nace con ese arte.

Es también el suyo un arte reconcentrado y humilde. Pepe Luis Vázquez decía que andaba fascinado también por ese otro contraste “entre la personalidad apagada de Chicuelo y las iluminaciones de su arte”.

De entrada, en esos toreros, en los toreros de esa “escuela”, llama la atención cierto ensimismamiento en su obra, una especie de humildad cuando torean,incluso cuando torean muy bien. No hay alardes, no hay demostración de poderío, sino una actitud reconcentrada,como si toreasen para ellos mismos, como si estuviesen solos en la plaza. La anécdota de Chicuelo, el día del toro Corchaíto en la plaza de Madrid, es sintomática. Decía Rafaelito Chicuelo que su padre le contaba que, en un momento de la faena, “dejó de oír al público”,lo que le hizo pensar que no lo estaría haciendo bien, que aquello no estaba gustando. Su sorpresa llegó cuando, al rematar la tanda,encontró la explicación de ese silencio. Todos los espectadores estaban agitando los pañuelos emocionados y pidiendo la oreja,y eso que todavía… no había entrado a matar.

Otra característica de ese estilo son los detalles. Esa capacidad de repentizar, de improvisar, de hacer en un momento dado lo que nadie —ni posiblemente el propio torero—espera que surja. Se trata, como han dicho los propios diestros, de no llevar la faena hecha. De sorprender con un lance, con un recorte, con algo bonito. Como un suspiro.

Un planteamiento que plantea un dilema que algunos aficionados no logran poner en pie. El arte enfrentado a la lidia. El arte como algo esencial o como un mero adorno. ¿Es el arte algo que sólo puede tener validez si previamente se ha dominado al toro,o es el arte un regalo de los dioses que puede surgir en cualquier momento?

La esencia o el detalle. El fondo o la forma. El toreo:¿se hace o se dice? Esa es la cuestión. ¿Es el toreo de arte la sal que sazona el buen hacer del toreo? O, por el contrario,cuando hablamos de arte, del arte de estos toreros,¿no estamos hablando —quizás sin saberlo pero si intuyéndolo—de la esencia misma de su toreo, de la esencia misma del propio toreo?

El enigma y el dilema siguen y seguirán en pie por los días de los días, y quizás sea mejor no descifrarlo, dejarlo estar. En cualquier caso, lo cierto e indudable es que, con Chicuelo y gracias a él, el arte del toreo cobró toda su cabal y más completa expresión.

Por eso se pudo decir con total justicia que: “El arte de los toros/vino del cielo/y su mejor intérprete/fue Chicuelo”. Escrito está en un azulejo en la casa donde nació este genial torero, en la calle Betis. Frente por frente a la Maestranza.

 

José Morente, Arquitecto y autor del blog taurino La razón incorpórea.

TERCER AÑO. NÚMERO SIETE. FERIAS. MAYO-AGOSTO. 2019