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Por una nueva crítica

A comienzos de los años ochenta del siglo pasado, el poeta José Ángel Valente hacía un demoledor diagnóstico de la crítica literaria que le tocó sufrir en sus propias carnes; diagnóstico que, salvando las distancias, podríamos aplicar a la crítica taurina que se practica a día de hoy. «La falta de calidad —escribía Valente—, la mala escritura y la negligencia de la crítica son acaso el más preciso síntoma de un medio cultural que da la impresión de estar entre enfermo y traspuesto». El medio taurino actual también nos deja muchas veces esta misma impresión, y una parte de responsabilidad hay que achacársela a la crítica.

Salvo alguna escasísima excepción, dentro del actual panorama de la crítica taurina se puede apreciar una absoluta sumisión por parte de la mayoría de los críticos más influyentes (si es que esto existe a día de hoy fuera del cerrado gueto del taurinismo militante) hacia los matadores más acomodados. Por mal que estén algunos toreros en la plaza, por vulgares que sean sus faenas, les tapan siempre los defectos. Mientras que el ganadero, por regla general, tiene que aguantar que critiquen duramente el juego de sus toros sin posibilidad de réplica. Vivimos una época especialmente mala en cuanto a la crítica taurina se refiere; vendida en su mayor parte a los intereses del sector, amancebada con los profesionales que apuntalan el statu quo del sistema, esta crítica —más propaganda que otra cosa— va en contra de los intereses de la afición, y se hace necesario denunciarlo. La situación no es nueva, pero quizás haya llegado el momento de presentar al aficionado alguna alternativa.

Para hablar y escribir de toros actualmente necesitamos un nuevo uso de la lengua con el fin de transmitir el toreo y sus metáforas por medio de la palabra y de la letra impresa. Pero, ¿cómo hacer uso de la palabra de un modo capaz de trasladar al oyente o al lector lo que está dentro del arte de torear y lo que le otorga su dimensión y grandeza? Esta esa una cualidad fundamental que se debería valorar en la crónica taurina, teniendo siempre en cuenta que, en efecto, resulta sumamente difícil hablar de toros. Este es el reto. Si ya es complicado saber observar la corrida, más difícil todavía resulta saber hablar de ella con sentido, trascendiendo la simple anécdota o la enumeración de los distintos pases y las distintas suertes, que es lo que estamos acostumbrados a leer en las crónicas al uso.

Al crítico habría que exigirle que, ya sea para hablar de toros, de política, de actualidad, de deporte, de literatura o de arte, emplee el mismo esquema de pensamiento y la misma forma expositiva. No debería haber diferencia respecto del toreo, lo cual elevaría esta práctica o la pondría al mismo nivel de importancia y trascendencia que puedan tener otros asuntos o temas de interés. El registro en la utilización del lenguaje castizo y la jerga específica de la afición taurina debería tener su espacio, sin duda, pero siempre a condición de contraponerse o complementarse con otros elementos que suelen tenerse por contradictorios o excluyentes de lo castizo. ¿No debería ser más amplia la mirada del crítico taurino? La mirada de la nueva crítica taurina debería articularse desde la comprensión y la contradicción; si se aceptan las tradiciones españolas es porque no se renuncia (ni falta que hace) a lo más cosmopolita.

Comprender a fondo la faena, el hecho del toreo en sí, implica hablar de ello con la máxima corrección y claridad posibles, para expresar la complejidad de lo entendido desde el tendido. El crítico debe distinguirse tanto por el lenguaje que emplea como por el modo de usarlo. «El toreo —escribe Bergamín en El arte de birlibirloque— solo quiere ser entendido, puramente, exclusivamente, sin contactos de utilidad […]. Por eso las morales utilitarias lo rechazan: porque es inteligente, exclusivo, hasta la crueldad; porque elude expresamente, expresivamente, toda conciencia práctica de moralidad». Con Bergamín aprendemos que la palabra es, al menos, tan importante como el ojo que ve la faena.

 

CUARTO AÑO. NUMERO NUEVE. INVIERNO. ENERO – ABRIL. 2020