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Arte y verdad

En el aciago 2020 se conmemoró el centenario de la muerte de Joselito el Gallo. Estaba previsto celebrar la efeméride como el rey de los toreros merecía, con un reconocimiento público por toda la geografía española. Me consta que Gelves, el pueblo en que nació, tenía organizada una panoplia de actividades, así como el Ateneo de Sevilla que, coincidiendo con el aniversario de su muerte, había anunciado la presentación del libro de los hermanos Fidel y Julio Carrasco y de Carmen del Castillo Dos temporadas y media como continuación del magnífico La Monumental de Sevilla, la dignidad de un proyecto, en el que relata cómo un torero de poco más de veinte años y escasa formación fue capaz de protagonizar un planteamiento social y vanguardista y de impulsar un proyecto de futuro que la muerte truncó. La importancia de Joselito no es sólo la de ser un gran lidiador, sino la del torero que llevó a la perfección el toreo clásico y permitió explorar nuevas vías de expresión de suertes y dominios. Su trascendencia viene dada porque sentó las bases de la posterior evolución del toreo, lo que ha supuesto que la Fiesta se haya mantenido durante cien años.

 

En este siglo se ha producido la revolución en el planteamiento taurino, cuando Juan y José, hace ahora cien años, sentaban las bases del toreo moderno tal y como lo conocemos hoy, en aquel breve período de tiempo de la segunda década del siglo xx que se ha dado en llamar «la edad de oro del toreo». Esa revolución que supuso pasar definitivamente de la aristocracia agraria y terrateniente que sostenía la tradición ecuestre de los juegos del toro al toreo a pie, como único vestigio y eje del arte de torear.

 

La importancia de Joselito se centra principalmente en tres aspectos fundamentales: el primero, la selección de los toros para adaptarse a la progresiva importancia que la faena de muleta iba adquiriendo en la lidia. Joselito apostó por la bravura, que permitía alargar el espectáculo de la lidia hasta la faena de muleta, incrementando la racionalidad en la selección y organización de la reproducción para mejorar el espectáculo. La introducción de criterios científicos como la genética ha sido muy posterior, pero ya entonces se empieza a «manipular» al toro a fin de conseguir unas características raciales que en ese momento sirven para llevar el toreo a las cotas que demandan los aficionados. Obviamente, las ganaderías que no se adecuaron a estos cambios iniciados a finales del siglo xix —no promovidos pero sí impulsados por Joselito— languidecieron o desaparecieron, como es el caso de los toros de la casta navarra, de mayor viveza y menor continuidad y duración de las embestidas.

 

El segundo aspecto es el impulso dado a la creación de las Plazas Monumentales, que significó la posibilidad de acceso de todos los grupos sociales a las corridas y, por ende, la democratización de la asistencia a los toros. De las vicisitudes de la Monumental de Sevilla nos dan cuenta Fidel y Julio Carrasco y Carmen del Castillo en un libro imprescindible, La Monumental de Sevilla, la dignidad de un proyecto, en el que se analiza desde un punto de vista técnico (sus autores son, además de grandes aficionados, arquitectos) qué fue exactamente lo que ocurrió con aquel proyecto. Técnicamente se realizaron mal las pruebas de carga. El empleo del hormigón armado como novedad constructiva requería de conocimientos técnicos que, al parecer, no se supieron aplicar. La plaza se cerró después de la muerte de Joselito y, aún cerrada, se mantuvo en pie más de treinta años.

 

La Monumental de Sevilla estuvo abierta y a pleno rendimiento las Dos temporadas y media (título del siguiente libro de los hermanos Carrasco y Carmen del Castillo), hasta la desgraciada muerte de Joselito en Talavera. Durante ese tiempo, la empresa que explotaba la Maestranza se hizo cargo también de la Monumental. El efecto inmediato que tuvo su apertura fue la bajada de los precios en la Maestranza, y eso que nos encontramos ante una competencia imperfecta, pues es la misma empresa la que se encarga de su gestión. En ambas plazas siguen toreando Joselito y Belmonte, como reclamo principal para todos los públicos. El movimiento del el campo a las ciudades que se produce a principios de siglo como consecuencia de la incipiente industrialización y búsqueda de mejores condiciones de vida hace que exista público suficiente para llenar dos plazas de toros, deseoso de presenciar el choque entre los dos colosos de la tauromaquia; con ello se consigue bajar los precios, que los toreros mantengan su caché y que los empresarios garanticen sus ganancias. En esa época aún no había espectáculos de masas, más allá de las celebraciones religiosas. El fútbol era aún incipiente y el cine empezaba a dar sus primeros pasos. Solo los toros eran capaces de encender al público y mover masas.

 

Por último, es importante destacar la decidida apuesta por la modernidad y el aprovechamiento de nuevos recursos a su alcance de Joselito. En concreto, del cine, arte aún incipiente en la primera década del siglo pasado. Según consta en la documentación encontrada, Joselito impuso en sus contratos una cláusula de derechos de imagen (cláusula 14) por la cual, si se introducía en la plaza algún equipo de grabación, la empresa debería pagar 5.000 pesetas. No hay muchas imágenes de Joselito toreando; está grabada su alternativa en Sevilla, el viaje en tren ese mismo día desde Madrid y varios toros de algunas de sus tardes más importantes.

 

Otro dato importante sobre el aprovechamiento de los medios a su alcance fue la planificación de las temporadas según la red ferroviaria de la época. Gracias a esto se convirtió en el primer torero que lidió más de cien corridas en un año, algo impensable teniendo en cuenta la precaria red de carreteras y la escasez de vehículos disponibles. Y todo ello, con apenas veinticinco años.

 

Esto ocurre hasta el inicio de la tercera década del siglo xx. El análisis de ese momento no puede ir desligado de los acontecimientos históricos acaecidos. La Guerra Civil (que estalla dieciséis años después de la muerte de Joselito) se lleva por delante la incorporación de España a las vanguardias europeas en materia de pintura, literatura, poesía o escultura, que en ese momento estaban en plena efervescencia, sin que el mundo del toro fuera ajeno a todos esos movimientos, ya que los intelectuales y artistas de la época encontraban en el toreo una manifestación artística más. Pero ese mundo se ve truncado por la contienda nacional y la durísima posguerra que coincide con la Segunda Guerra Mundial y la posterior reconstrucción de Europa. España queda relegada al ostracismo como consecuencia del régimen totalitario vencedor de la guerra y una cruel posguerra que hizo que desaparecieran la mayoría de las ganaderías de bravo por mera necesidad de subsistencia. En estas circunstancias, el régimen franquista utiliza el toreo como seña identitaria y emerge la figura de Manolete, que se convierte en el héroe taurino del momento. Los años siguientes, en una España autárquica que mantiene sus peculiaridades en una especie de exotismo de raíces atávicas, los toros son de nuevo un espectáculo al que los más pudientes se acercan como forma de lucimiento personal y que los más necesitados usan como trampolín para salir de la miseria («más cornás da el hambre»).

 

Las nuevas reglas sociales y la evolución de la sociedad durante el siglo xx han ayudado a admitir cuestiones impensables hace cincuenta años, unas para beneficio y otras para indudable perjuicio. En el primer aspecto nos encontramos, por ejemplo, con la intervención y participación de las mujeres en los espectáculos taurinos. Que las mujeres intervinieran como partícipes, es decir, como protagonistas de la lidia y muerte de los toros es la historia de un relato épico que aún mantiene sus barreras levantadas. La prohibición expresa a las mujeres de torear a pie en las plazas españolas se recoge en una Real Orden de 1908, se levanta en 1934 durante la República y se vuelve a prohibir en 1961. Finalmente, el 10 de agosto de 1974 se publica una orden ministerial autorizando a las mujeres el toreo a pie, en parte gracias a la tenacidad de Ángela, que tenía que actuar como rejoneadora dada la prohibición para las mujeres de ejecutar el toreo a pie. Ha habido pocas mujeres matadoras de toros. Además, han tenido que pelear sistemáticamente contra el machismo imperante, más incluso que contra los toros. La más conocida por su calidad ha sido Cristina Sánchez, y hoy en día es Rocío Romero quien representa la esperanza de que, tal vez, haya llegado el momento de romper ese techo de cristal.

 

Pero esa prohibición de torear a las mujeres, como una suerte de paternalismo protector, se expandió por todos los ámbitos y estamentos. Cuando en 2006, como consecuencia de la aprobación del Reglamento Taurino de Andalucía, se establece que las presidencias de los espectáculos taurinos recaerán en aficionados (liberándose de la tradicional carga policial), fui nombrada presidenta de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, comprobé que en una plaza de la categoría e importancia de la de Sevilla se podían contar con los dedos de la mano el número de mujeres que allí participábamos: las señoras que atendían los lavabos, la señora que atendía la capilla y limpiaba la enfermería, una enfermera, dos señoras en la oficina, una veterinaria y yo. Afortunadamente, la presencia de las mujeres en este ámbito empieza a normalizarse; ya nadie se extraña al ver a una mujer en la presidencia de la plaza de toros, como tampoco se extraña al verlas en la banda de música o como responsable de la vigilancia. Queda camino aún por recorrer para convertir en normal lo que es lógico: que somos el 51% de la población, que nos gustan los toros y que queremos asistir y participar en igualdad de condiciones.

 

Por lo que respecta a los perjuicios que las nuevas reglas sociales han provocado, hay uno especialmente preocupante. Desde finales del siglo xx , las nuevas generaciones se mueven en conceptos maniqueos y regresivos que han llevado a la aberración revisionista del arte; se revisa el cine, la pintura o la literatura para adaptarlos a la mirada del siglo xxi, bastante menos crítica y más complaciente con los conceptos políticamente correctos; prima en la actualidad la intención de «tapar» lo incómodo o de ignorar lo que no entendemos, y ello ha provocado el desapego y el rechazo a los toros. La educación de los niños está repleta de buenas intenciones y muy poco análisis. Es preferible ponerles nombre a las mascotas y atribuirles características y sentimientos humanos, anulando eso que tan bien describe Francis Wolff como «la ética de los animales», ignorando su naturaleza animal y atribuyéndoles cualidades humanas.

 

Es imprescindible que el toreo y su historia vuelvan a ser objeto de estudio y que su conocimiento se facilite en las aulas. El arte de torear es en la actualidad uno de los poquísimos ejemplos vivos de creación radical, entendida como un arte que se opone a la moralidad mayoritaria. Según el profesor Víctor J. Vázquez, la corrida de toros hoy en día es un exponente de la contracultura y, a diferencia de las vanguardias, en las corridas de toros es más fácil distinguir la verdad de la mentira, ya que todo lo que ocurre en una plaza de toros es verdad; no hay representación. Los aficionados tenemos un futuro oscuro. Desgraciadamente, las reglas sociales hacen cada vez más incómodo la aceptación del toreo como una manifestación de arte y verdad.

 

ANA ISABEL MORENO MUELA

Primera mujer en ocupar la presidencia de la Maestranza de Sevilla