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Alberto Serra Un cineasta al límite

Su Tardes de soledad ha hecho ya el paseíllo por festivales (Puerta Grande en San Sebastián) y sobre ella se ha escrito con profusión en los medios. Lo que aquí se recoge es una conversación —a duras penas sintetizada— con su autor, Albert Serra, días antes de Navidad en la cafetería de un hotel de Barcelona al que define su nombre: Alma.

«Estoy sorprendido de que apenas haya polémica con la película en los certámenes donde se ha presentado hasta ahora, tampoco en el extranjero, veremos cuando se estrene en cines en el mes de marzo», suelta Serra de inicio. Y qué mejor que empezar hablando de límites, esos mismos que cruza el torero y que, como nunca antes en el tema taurino, aquí cruza también el cineasta. «Hace unos días, en el coloquio posterior al pase de la película, me preguntaron si hubiera filmado igual la muerte del torero que como lo hago con la del toro. Todo tiene un límite y desde luego yo no pongo al torero en el mismo plano que al toro».

En el visionado previo a su presentación en el Festival de San Sebastián, aún a falta del montaje definitivo (setecientas horas filmadas que quedaron en algo más de dos) llegaron las objeciones del torero: «Por ejemplo, sobre por qué la primera corrida que aparece en la película es la última grabada, en la Feria de Otoño, que fue de triunfo, y la última es la primera, una de Beneficencia en la que se escuchan las protestas del público. Pero es que en la que el toro le coge, en Madrid, hace que desde el inicio el espectador, sea o no taurino, ya entre en la historia. Puede que sea un recurso elemental, pero sirve para entender el riesgo, esos límites que el torero cruza. Además, se está demostrando que las imágenes violentas son bonitas, son las que dan trascendencia, están perfectamente integradas. Lo que yo pretendía, y creo que se ha conseguido, es que la película tuviera la morosidad de una corrida con los seis toros, en la que se está esperando la magia, que baje algo del cielo y, mientras tanto, ahora un toro, luego otro, y no pasa nada, aunque con Roca siempre acaba pasando algo».

Albert Serra trabaja desde premisas no habituales: «Nunca tengo un ideal de película antes de hacerla. Se va creando según se hace y al final queda como un todo compacto. En el caso de Tardes de soledad las imágenes que quedan son las que se han impuesto por ellas mismas. Por ejemplo, nos dimos cuenta que Roca mide 1,85 metros o así, y que en las plazas de segunda el toro es, en general, más pequeño y según con qué ángulos de cámara aún más, lo que nos obligó inmediatamente a descartar lo rodado en ellas. Queda la de Santander con la cogida terrible, que la propia cuadrilla comenta que era un corridón de toros».

Hacer esta película conllevaba asumir un riesgo: «Sabes que habrá polémica y asumes el compromiso. Yo no hago cine para criticar, sería un desperdicio de mi vida, también como artista. En este caso, por ejemplo, no eludo la violencia porque sería ignorar la trascendencia sacrificial del toreo. Los planos que han quedado son los que me gustaban, como los del toro ya muerto, por su interés narrativo y plástico, incluso informativo, que hacen del toreo algo único. Si esto no fuera así sería el Cirque du Soleil. En esos planos concretos del toro ves la vida que se le escapa lentamente».

La lentitud, la calma, van con el toreo y con el torero: «El torero observa siempre al toro, le va la vida en ello. Y escucha, también cuando no torea. Son gente reflexiva, parsimoniosa, de gestualidad morosa que contrasta con el mundo contemporáneo. Es el temple, incorporado a la vida cotidiana. Roca Rey, en cualquier gesto, en cualquier momento en la plaza, controla sus vértices, la postura del cuerpo, siempre marcando una autoridad. Transmite un misterio. La tauromaquia también es esto y la película, al haber eliminado al público y todo folklorismo, lo evidencia. La tauromaquia es, además, transgresión porque escapa de la lógica moral e invoca preguntas tan incómodas como necesarias. Es un canto a la vida porque en ella, como en el toreo, está la muerte».

«La vida no vale nada»; «con qué verdad has matado los dos toros»; «verdad plena»; «ese es el precio», sentencias de la cuadrilla, lenguaje poético.

El cineasta de Banyoles —que de la mano de su padre vio toros desde la niñez en las plazas de la Costa Brava y, mucho tiempo después, volvió su mirada al toreo al reclamo de José Tomás con La Monumental de Barcelona como escenario principal— resalta un rasgo fundamental de Roca Rey: «Su grado de compromiso es brutal. Asumir ciertos riesgos en pos de un ideal vale la pena, viene a decir con su ejemplo, y eso nos impresionó a todo el equipo».

Cine al límite, el toreo sin límites.

PACO MARCH, periodista y crítico taurino