
Se murió Paco Camino y la historia del toreo se engrandeció con su incorporación al palacio de los inmortales, de las leyendas inolvidables. Fue un grande en tiempos de otros grandes, fue el mejor dotado, el más completo. Junto con Diego Puerta y Santiago Martín El Viti compuso unos de los carteles míticos del toreo.
Fruto de unas intensas conversaciones en su finca «Los Camino», ubicada en el valle del Tiétar, al pie de Gredos, hace ya treinta años tuve la oportunidad de escribir su biografía. Allí repasamos juntos su vida profesional y me reveló las claves de su personalidad y de su tauromaquia. Fue un privilegio escucharle hablar sobre sus inicios en Zaragoza y Barcelona, en cuya Plaza de Las Arenas le vi torear por primera vez el 22 de febrero de 1959, alternando con Pepe Osuna y Curro Montes. Y fue un placer evocar su entrañable amistad con Diego Puerta y con El Viti, su profunda admiración por Antonio Ordóñez, su rivalidad con Manuel Benítez El Cordobés y su clamoroso éxito en México, del que he podido saber gracias a los testimonios directos de quienes allí tanto le quieren. También tuve ocasión de escucharle explicar cómo, según él, se debía coger la muleta, matar recibiendo o interpretar la chicuelina.
Fue clásico en su verónica: el capote en su vuelo justo, con naturalidad en el paso al frente, sin posturas recargadas. Al mero quiebro grácil de su inventor y sucesores, el quite por chicuelinas de Paco Camino aportó el traerse al toro toreado y el temple. No hay variedad en su capote: salvo en muy contadas ocasiones ofreció un quite por gaoneras o un lance de frente de por detrás. No existen imágenes de Paco Camino dando una larga cambiada a porta gayola, aunque yo se la vi dar en una de sus primeras actuaciones de novillero en Barcelona. «Carlos —me dijo—, cuando se empieza hay que hacer un poco de todo, aunque vaya en contra de tu concepto».
También admitió que solía rivalizar en quites en los toros de sus compañeros. No hay más que recordar su gran rivalidad con Diego Puerta y aquel otro quite que motivó su desavenencia pugilística con El Cordobés en la plaza de toros de Aranjuez. Me reconoció: «El hacer un quite al toro de otro alternante es el único momento en el que se puede comparar con él en el mismo toro».
Fue muy poderoso e inteligente con la muleta, excepcional con la mano izquierda. Su cabeza privilegiada le sirvió para ver el toro mejor que nadie —ahí quedó el faenón al toro de El Jaral, que sólo él adivinó— y para dosificar su entrega. Dosificación que algunos confundieron con pereza y que algún crítico bohemio llegó a calificar injustamente de «mandanga». «Más vale que digan que no has querido a que digan que no has podido», me dijo muchas veces para ilustrar su inteligente capacidad para estar bien donde había que estar bien y para taparse cuando era mejor no empeñarse en otra cosa, prolongando innecesariamente un trasteo. Insistía siempre en este argumento, por eso es muy ilustrativa la anécdota que me contó el propio José Antonio Chopera en la plaza de toros de Granada. En el quinto toro, Curro Romero realiza una gran faena. Al salir el sexto, con la gente todavía enloquecida por lo que acaban de ver, Camino se da cuenta de que su toro no vale gran cosa y abrevia, dejando que la gente se vaya de la plaza con el buen aroma de Romero. Ya en el hotel, su apoderado le dice: «Hoy me has demostrado por qué eres una figura del toreo; porque en seguida te has dado cuenta de que hoy con ese toro no ibas a poder superar la actuación de Curro y era mejor abreviar».
Como colofón de sus faenas, Camino tuvo un sentido del adorno justo: el molinete, el pase de la firma, el trincherazo, el cambio de mano, el desplante. Con la espada, de su época ha sido el matador que ha ejecutado el volapié con mayor lentitud y pureza. Hay fotos de sus estocadas que deberían ser de obligada visión en todas las escuelas, peñas y clubs taurinos del mundo.
Por último, cabe destacar su grandeza como torero, su coraje, valor y rebeldía. Porque un rebelde es quien, al ver —por primera vez en su carrera— que en 1970 se quedaba fuera de los carteles de San Isidro, se ofreció a la entonces Diputación de Madrid para torear en solitario la corrida de la Beneficencia, consiguiendo aquel triunfo de clamor: ocho orejas de siete toros de diferentes ganaderías y encastes. Tener coraje es haber sufrido varias cornadas muy graves, algunas entrando a matar, y aún así seguir ejecutando la suerte con idéntica pureza.
Cuando en 1981 le pregunté por qué había vuelto a los toros después de un terrible cornalón sufrido en Aranjuez, que marcó su pecho para siempre, me dijo una frase que, como biógrafo suyo, quiero que todos conozcan: «Porque no quiero que la historia del toreo diga que Paco Camino se retiró después de una cornada».
CARLOS ABELLA es escritor y autor del libro Paco Camino, el Mozart del toreo