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!Como nunca!

EL PUYAZO

 

Noche madrileña en un mes de junio especialmente tórrido, poco después de terminada la Corrida de Beneficencia, en el interior de un viejo colmado de la calle Echegaray, se oye comentar en la mesa de al lado:

 

—¡Qué maravilla lo de Morante! De capa, como nunca en su primero; verónicas, chicuelinas rematadas con una serpentina de antología. Un delirio. ¡Como nunca! ¡Qué torero! Y con la muleta… Con la muleta superior; naturales, redondos con la derecha, los de pecho, trincherillas y trincherazos, los molinetes abelmontados, los ayudados con las manos bajas… Todo con ritmo y compás, con cadencia, gracia y hondura a la vez, templado, con ese duende que Dios le ha dado… siempre que el bicho le obedecía y le entraba al trapo, claro está, que sin materia prima no se puede hacer una obra de arte. ¡Como nunca!, se lo digo yo. Como sólo él es capaz de hacerlo: despacio, con arte de verdad, con ese compás, como quien no quiere la cosa… Lo más difícil del mundo, la naturalidad. Como nadie, Morante.

 

—Oiga, ¿y qué tal en el segundo? —pregunta uno que estaba allí al lado.

 

—¡Ah, no sé! Ese no me lo han contao.

 

Lo mejor de todo es que, aún sin haberlo visto, aquel morantista irredento no había exagerado ni un ápice en su detallada descripción. ¿O sí? En el fondo, ¿qué más nos da? ¿Acaso alguien se pregunta si son exagerados o no lo son los mitos griegos, por ejemplo? Cada generación es responsable de los mitos que le deja a la siguiente; y a la nuestra le ha tocado dejar testimonio del que, sin lugar a dudas, ya es el torero de nuestra época.

 

En su imprescindible De Paquiro a Paula, escribe Juan Posada en relación al genial torero gitano de Jerez: «No se le podía reclamar conocimiento, técnica ni valor, porque “su toreo”, “mecío”, “jondo”, acompasado e intermitente, no era producto de una reflexión cerebral, asumida y filtrada a través del espíritu, como ocurre con los grandes toreros, sino gesto limpio y sutil, extraído, quizá inconscientemente, del principio puro del arte del toreo…». Es justamente ese gesto limpio y sutil —en el improbable caso de que llegue a ser entrevisto o simplemente adivinado alguna que otra vez— lo que queda grabado a fuego en la memoria del aficionado. Una vez que se ha tenido esa percepción fulgurante, el aficionado buscará por todos los medios volver a recuperar ese deslumbramiento primigenio. Sólo por eso sigue pagando la entrada para ir a los toros, con la esperanza de ver con sus propios ojos aquello que no se puede explicar con palabras. A veces ocurre, y entonces el acontecimiento pasa a formar parte de la íntima biografía de quien tuvo la fortuna de estar allí presente, formando parte de la comunidad de creyentes.

 

En ese mismo libro, Juan Posada decía que Rafael de Paula toreaba como los demás toreros soñaban que se podía torear. Pues bien, Morante de la Puebla ha hecho ese sueño realidad, especialmente en la presente temporada, a lo largo y ancho de nuestra piel de toro.

 

PD: El domingo 8 de junio de 2025, mientras Morante de la Puebla (azul noche y azabache) sublimaba una vez más el toreo en Las Ventas, volvía yo de Sevilla a Madrid en el AVE, cruzando los dedos para no quedarme tirado en medio de quién sabe dónde. Una vez en la capital, una vez más me tuve que conformar con lo que me quisieron contar los que tuvieron la fortuna de estar allí. Uno, en estos casos, al igual que sucede en la fábula de la zorra y las uvas, siempre tiene la tentación de decir: seguro que no fue para tanto. Pero en nuestro fuero interno tenemos la certeza absoluta de que sí, que seguro que sí fue para tanto y (quizá) más. ¿Quién se atreve a poner límites a la febril imaginación del aficionado al que se le acaba de aparecer el Espíritu Santo?

 

El Tato, aficionado impenitente y desclasado