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Don Simón y las bolas calientes

En la plaza de toros todo está ordenado, cada elemento perfectamente dispuesto en el lugar preciso para la verificación del rito. Quien haya estado alguna vez en una plaza de toros habrá tenido en un primer momento esta misma sensación: aquí parece que nada se deja al azar. La pulcritud en el ordenamiento espacial del coso taurino salta a la vista. Sin embargo, esta primera impresión ciertamente deslumbrante —incluso el sol y la sombra parecen estar en su sitio justo— no nos puede hacer pasar por alto una paradoja fundamental: el ordenamiento preciso y riguroso de la plaza no es más que un escenario, un dispositivo, un lugar perfectamente pensado, diseñado y construido para el advenimiento de la suerte. Aquello que por definición escapa a cualquier tipo de previsión, aquello que excede en cualquier caso los límites siempre estrechos y obtusos de nuestro entendimiento más o menos razonable. Aquello, en definitiva, ante lo cual todo ordenamiento, por riguroso que se nos presente, sucumbe por completo.

Los aficionados nos congregamos en torno a un lugar privilegiado para la llegada de la suerte. Un espacio reservado para lo que está por venir, para lo imprevisible. Ese lugar es el ruedo. En una de sus muchas fórmulas admirables, José Bergamín decía que el ruedo es “la rueda de la fortuna”. En efecto, el ruedo no sería más que ese espacio en que se manifiesta lo accidental, lo imprevisible, incluso lo innombrable. Con su estricto orden arquitectónico, lumínico e incluso socioeconómico, la plaza de toros guarda en su centro un espacio reservado para el advenimiento del azar. Cuestión absolutamente fundamental en tauromaquia, hasta el punto de que lo que se dicen y se desean los toreros en el patio de cuadrillas antes de comenzar el paseíllo es justamente eso: “Suerte”.

Vista así, la plaza de toros sería un campo de juego, un lugar perfectamente delimitado que se ofrece como espacio privilegiado para la llegada de aquello que, por definición, no se deja delimitar. Pero esta conclusión no nos puede hacer confundir la tauromaquia con un mero espectáculo (uno más entre otras ofertas de ocio),y mucho menos con un deporte. No obstante hay quienes parecen empeñados en su tarea de “deportivizar” la tauromaquia con la peregrina intención de ponerla en los medios a base de estrategias de marketingque no hacen más que desvirtuar por completo el rito taurómaco. La última ocurrencia en este sentido ha sido la del “bombo de San Isidro” como forma de llamar la atención sobre la confección de los carteles del próximo ciclo madrileño. Las corridas de San Isidro como la Champions League, o cómo conciliar el culo con las témporas.

A lo largo de su dilatada carrera como matador de toros, Curro Romero sólo acudió a Pamplona seis tardes. Su última actuación en la capital navarra fue el 16 de julio de 1967,y juró no volver a pisar el ruedo pamplonés, promesa que cumplió. Después de aquella última tarde,dijo que nunca volvería a una plaza con bombo. Para el torero de Camas,el sosiego, el respeto y el silencio eran elementos esenciales para poder expresarse toreando. El barullo, la algarabía y el griterío en los tendidos le impedían centrarse con los toros.

Al parecer hoy estamos en esta misma tesitura: mucho barullo y mucho ruido en torno a la confección de los carteles de San Isidro, eso que los cursis han dado en llamar “el Mundial del torero”. El morbo estaba servido de antemano y el personal,excitadísimo por lo que pudiera salir de las combinaciones de toros y toreros al azar. Pero, como en todo buen sorteo que se precie, aquí también parece haber algunas “bolas calientes” que echan el freno al imprevisible azar. Así, el resultado de las combinaciones salidas del bombo de Simón Casas ha sido realmente asombroso. Nunca el azar manifestó una lógica tan aplastante. Enrique Ponce, ¡qué casualidad!, con los toros de Juan Pedro; Diego Urdiales va a lidiar la que viene siendo su ganadería fetiche en Bilbao en los últimos años, Alcurrucén; Sebastián Castella, después de su rotundo triunfo hace dos años con aquel magnífico Hebreade Jandilla, vuelve con esta misma ganadería; Miguel Ángel Perera ha tenido la suerte de ir emparejado con la ganadería que lidia en todas las ferias en las que se anuncia, Fuente Ymbro; y por fin,Roca Rey,con los toros de Adolfo Martín (¿de verdad hay que recurrir a este recurso tan zafio del bombo para que la primera figura del momento se anuncie con la ganadería que él considere oportuna?). Y aún nos quieren convencer de que apuntarse al bombo es poco menos que una gesta por parte de los toreros de cartel. Este parece ser el signo de los tiempos. Joselito el Galloimponía a las empresas los toros que toreaba (y exigía torear los toros de Miura en las principales plazas). Hoy,Roca Rey se apunta al bombo de Don Simón y todos tan contentos.

Hace no tanto tiempo, este mismo Simón Casas,a quien gran parte del mundillo taurino alaba ahora por su entusiasmo y su pasión como promotor taurino, se pronunció públicamente en contra de sortear los toros. Comparaba entonces a los toreros con los artistas,y decía que, al igual que un violinista elige para tocar el instrumento que mejor se adapta a sus condiciones interpretativas, de igual forma un torero debía traerse a la plaza sus dos toros elegidos en el campo. En realidad, con este último subterfugio zafio y ramplón del bombo, nada cambia. No nos engañemos: no resulta creíble que las figuras estén dispuestas a dejarse mangonear de forma tan humillante. Una vez más, sólo pretenden despistar a la afición con el barullo y el ruido ensordecedor. En el colmo de la paletez más suprema, han terminado por convertir a la primera plaza del mundo en una plaza con bombo. No se puede caer más bajo. ¿O sí? Tiempo al tiempo.

En relación a la Champions League, en los medios de comunicación se ha hablado en numerosas ocasiones de “bolas calientes” para referirse a la sospecha de sorteos dirigidos para que los diferentes equipos quedaran emparejados de la forma más conveniente de cara al show futbolístico-televisivo por excelencia, sin que el azar influyera más de lo aconsejable. Para este San Isidro 2019, el maestro de ceremonias de la nueva tauromaquia parece haber usado de un mecanismo similar por el cual unas bolas calientes se imponen sobre el caprichoso azar. En cualquier caso, y una vez pasado todo el ruido mediático en torno al bombo de Don Simón, ya verán ustedes como este próximo será, una vez más, el mejor San Isidro de toda la historia. Show must go on!

TERCER AÑO. NÚMERO SIETE. FERIAS. MAYO-AGOSTO. 2019