
Vamos a remontarnos al siglo XIX, a la época romántica. Aquélla en la que un chaval podía hacerse torero por motivos tan extraños como lograr casarse con la mujer que amaba. Ése fue el caso del gaditano José Ponce, a quien una familia de toreros gitanos, los de la saga de los Ortega (la casa de los Cucos y los Gallos) le exigió que se dedicase al arte de Cúchares para matrimoniar con su hermana Cristina.
Ponce se hizo torero por amor y, por amor, murió en Lima. Lo canta una seguiriya que todavía hoy se escucha: “Pobrecito Ponce que en Lima murió, murió llamando a Cristina,miren que dolor”. Pero esa es otra historia. Hoy la que importa es la historia de Ponce con un sabio toro de Saltillo, el toro Caramelo.
El gaditano Ponce y Caramelo,de Saltillo se encontraron en la Plaza de Cádiz el día 9 de junio de 1867. Fue —salvando su muerte—una de las tardes más complicadas de la carrera de este torero. El relato de esa corrida, cuya reseña también se puede leer en el Boletín de Loterías y Toros, nos llega a través de un artículo de la serie “Memorias del tiempo viejo”publicada en la revista Sol y Sombray firmado por P.P.T., pseudónimo de Aurelio Ramírez Bernal, un nostálgico escritor taurino malagueño de finales de siglo XIX. Otro romántico, aunque este algo trasnochado.
Caramelo,de Saltillo, colorado, ojo de perdiz, bien puesto de cabeza, de unas nueve yerbas (traduzco, ocho años) y con mucho sentido. Se lidió en segundo lugar, y desde la salida ganó la atención del público y el respeto de las cuadrillas,pues tomó 27 varas de Pinto, Calderón, Gallardo y un reserva. Rompió cuatro garrochas. Dio siete tremendas caídas a los picadores, dejando a dos de ellos, Gallardo y el reserva, fuera de juego, y mató nueve caballos.
El caso es que cada vez que salía del caballo perseguía con saña al peón que estaba al quite, al que obligaba a tomar el olivo, donde el toro llegaba siempre antes,pues cortaba el viaje escandalosamente.
Hay una fotografía antigua de la Plaza de Cádiz. Antigua,aunque posterior a la época de Ponce, en la que se ve una escena probablemente muy parecida a lo que se vivió ese día de junio de 1867 durante la lidia de Caramelo. En la imagense puede observar cómo las asistencias arreglan el ruedo en las cercanías de un caballo muerto. El toro, que mansea y se defiende, acaba de arrebatar su capote, que yace en el suelo, al peón que está en primer término. Otro de los toreros cita al toro con bastantes precauciones.
Pero volvamos a nuestro toro. Al acabar, como se pudo, el tercio de banderillas,Caramelo se entableró. El público, viendo lo que había, pidió que saliesen los mansos, pero el presidente se negó,por lo que Ponce (de azul y plata) tuvo que salir, muy resuelto, con toda la plaza en expectante silencio. En el trasteo de muleta —trasteo que no faena—, Caramelo se defendía con la cabeza en las nubes. Y, lógico, nuestro diestro se lió a pinchar en hueso repetidamente sin conseguir matarlo.
Sin embargo, en un determinado momento, Ponce logró, jugándosela, darle una gran estocada en lo alto. El toro, al sentirse herido,tiró un derrote y le enganchó por el brazo derecho, dándole un puntazo en la cabeza, un varetazo en el pecho y tirándolo al suelo, pero cayendo el toro mortalmente herido al mismo tiempo.
Cuando el torero se levantó, la ovación fue unánime y atronadora. Máxime cuando, pese a la oposición de los médicos y del Tato, con quien alternaba, salió a matar a su segundo toro, Copa-Alta.
Tales fueron los pesares y penurias del torero con el toro Caramelo y tal el alivio cuando consiguió matarlo, que Ponce quiso fotografiarse en este trance, citando a matar, frente a la cabeza disecada del cornúpeta que tan mal rato le había hecho pasar en la Plaza de toros de Cádiz. Una fotografía que se publicó en el citado número de Sol y Sombray que hoy conservamos.
Durante la lidia del toro sucedió un hecho curioso,y es que al Cuco se le ocurrió quitarle la vara que llevaba un monosabio y, desde el callejón, descargar con ella un golpetazo sobre el lomo del toro,escondiéndose tras la barrera a continuación.
Según contaba el propio diestro personalmente a Aurelio Ramírez Bernal, el toro,al recibir el fuerte palo,se volvió y,poniendo las manos en el estribo,asomó por el filo de la barrera el hocico buscando a quien le había pegado el golpe.
¿Era o no sabio Caramelo? Preguntaba el famoso banderillero.
J.M.
TERCER AÑO. NÚMERO SIETE. FERIAS. MAYO-AGOSTO. 2019