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Generación Woodstock

El 15 de agosto (la fecha más taurina del año) de 1969, en un descampado de Woodstock, pequeño pueblo a pocos kilómetros de la ciudad de Nueva York y durante tres días, el rock convocó a medio millón de personas. La Guerra de Vietnam, la llegada del hombre a la Luna, el macabro Charles Manson… Estados Unidos hervía, mientras a Woodstock llegaban caravanas de hippies entre flores, símbolos de la paz, ropas multicolores, sexo y drogas. La contracultura a lo grande y un elenco de artistas como jamás antes se había reunido: Joan Baez, Simon & Garfunkel, Ravi Shankar, Santana, Janis Joplin,  Canned Heat, Creedence Clearwater Revival, Blood Sweat & Tears, The Who, Crosby, Stills, Nash & Young, Jimi Hendrix —que actuó el último y tocó con su guitarra el himno nacional en protesta contra el gobierno presidido por Nixon— y muchos más, entre los que no estuvo Bob Dylan, que a última hora dio la espantá.

 Medio siglo después, ¿qué queda del espíritu de Woodstock salvo la nostalgia? De quienes intervinieron en ese festival muchos desaparecieron aún jóvenes, víctimas de excesos. Otros, como es el caso de Joan Baez —que acaba de despedirse de los escenarios en Madrid—, Neil Young, Paul Simon o el mismísimo Dylan, no sólo siguen cantando, sino que de vez en cuando alzan la voz contra injusticias y desigualdades. Su legado fue agitar conciencias y dar carta de naturaleza a nuevas formas de expresión cultural. Y la música salió ganando.

El toreo no ha vivido su Woodstock, pero a lo largo de su historia, épocas y nombres han marcado su evolución. Toreros, ganaderos, apoderados y empresarios —el «sistema»—, cada cual desde su respectivo ámbito, han ido introduciendo elementos estilísticos, tanto en la selección del toro bravo como en la forma de actuar en la gestión del espectáculo, que han contribuido a que la Fiesta de los toros haya llegado a este primer cuarto del siglo XXI contra acciones de papas, reyes y tribunos, a los que han sucedido las actuales hordas puritanas con disfraz izquierdista. Ahora, quizá, estamos ante una de esas épocas, un punto de inflexión absolutamente necesario dadas las amenazas que sobre ella se ciernen.

Guerrita, Belmonte, Gallito, Manolete, el Cordobés —sí, también El Cordobés—, Paco Ojeda, José Tomás… Nombres de toreros que, junto con otros muchos, han dado argumento a cada época del toreo y, aún más, han marcado su evolución. Y ahora, justo a tiempo, con Roca Rey al frente, parece que estamos ante uno de esos hitos.

La temporada 2019 es la de la ratificación del diestro peruano al mando del toreo. En tan sólo un par de años como matador, Roca Rey, desde su arrogante juventud y con una tauromaquia en constante evolución pero sin perder un ápice de aquello que la identifica —una combinación perfecta de arrojo y técnica envueltas en una subyugante puesta en escena—, llena las plazas allá donde se anuncia, y a su llamada acude también una juventud con quien comparte más cosas que la edad. A ello contribuye, sin duda, una calculada presencia en los medios de comunicación, más allá de los estrictamente taurinos. Prueba de su impacto es la convulsión provocada tras anunciar una baja indefinida que le apartaría de los ruedos europeos tras torear la primera de las dos tardes contratadas en Pamplona. Una situación que ha obligado a replantear ferias cerradas en las que el peruano era base y reclamo, con el consiguiente impacto (a la baja) en taquilla.

Ocurre, además, que junto a Roca Rey, cuatro o cinco toreros de la misma generación aportan motivos para la esperanza. No creo equivocarme si afirmo que Pablo Aguado —el mayor de todos ellos— es, desde su tarde en la pasada Feria de Abril, y precisamente compartiendo cartel con el peruano, la gran sensación de la temporada. Aguado, consciente de que no se le podía escapar la oportunidad, hizo así… y acabó con el cuadro, para empezar otro en el que tan sólo necesitó veinte muletazos para pintar el toreo grande, hecho de naturalidad, compás, gracia y aroma. Se paraba el tiempo en cada trincherilla, molinete, cambio de mano, redondo o natural, y el tic tac del reloj viajaba hacia atrás para llevarnos al encuentro de Pepín Martín Vázquez o Antonio Bienvenida; y algunos creían ver también a Pepe Luis. Tal fue el impacto, tal la conmoción, que al inmutable Roca Rey le cambió el rostro y en su segundo turno pareció no entender qué hacía allí. Pero ambos, tan distintos, tan complementarios, son imprescindibles.

Román, David de Miranda, Ginés Marín, Álvaro Lorenzo completarían un hipotético cartel de de esa «generación del relevo». Tomás Campos, Juan Ortega, David Galván… y, ¿por qué no?, el denostado Luis David, podrían entrar en él. Román, pura sinceridad en la calle y en el ruedo, se ganó en Las Ventas y con tributo de sangre el reconocimiento de todos; David de Miranda, ejemplo de superación tras un percance que lo pudo dejar postrado de por vida, también tuvo en Las Ventas el escenario perfecto para torear con aplomo y clasicismo; de Ginés Marín, con una de las mejores mano izquierda del escalafón, y de Álvaro Lorenzo, exquisito capote y fino estilista con la muleta, se espera mucho y hay que exigirles más.

Entre las figuras de larga trayectoria y los antes citados como alternativa, por edad y cualidades, el escalafón se salpica de otros toreros que enaltecen cualquier cartel: el reinventado (para bien) Antonio Ferrera; un Diego Urdiales al que adjetivarlo a partir de la pureza de su concepto no deja de ser un ejercicio de reduccionismo; Curro Díaz, capaz de imponer su alma de artista sobre las divisas más duras; el ejemplo de tantas cosas de Paco Ureña, que acaba de escribir en Bilbao una de las más bellas páginas de su historia, la personal del torero de Lorca y la de la propia plaza de Vista Alegre; Daniel Luque, en plena madurez personal y torera; Cayetano que ha sacado toda su raza de estirpe reemplazando —cosas de la vida—  en muchas plazas al caído Roca Rey; Manuel Escribano, Octavio Chacón, Rubén Pinar… o Finito de Córdoba quien, como escribió Salvador Boix en un pasodoble dedicado a él, «si bajas la mano, nos subes al cielo». Ese cielo al que nos llevó José Tomás en su puntual (re)aparición en Granada.

No se trata del viejo (y falso) dilema entre lo viejo y lo nuevo. El toreo se alimenta de su pasado, bebe en él, para seguir latiendo. Motivos (y nombres) hay para la esperanza.

 

Paco March, Periodista, crítico taurino y presidente de la Federación de Entidades Taurinas de Cataluña.

TERCER AÑO. NÚMERO OCHO. OTOÑO. SEPTIEMBRE-DICIEMBRE. 2019