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José Tomás. Una tarde, una tauromaquia

Menos torea José Tomás, más su tauromaquia se hace nuclear. Adquiere una esencialidad de la que se deriva la ejemplaridad del canon. La temporada que acaba de terminar es el mejor ejemplo de ello, porque el maestro sólo hizo una vez el paseíllo, en Algeciras. Un mano a mano con Miguel Ángel Perera que se resolvió con el triunfo hiperbólico de ambos. Y que expuso el camino de perfección de José Tomás: la pureza de la verónica, el empaque del natural enroscado. Y el derechazo hondo.

En tiempos de cantidad, José Tomás opone la diferencia cualitativa. Restringe su propia tauromaquia al corpus. Habría toreado alguna tarde más si no hubiera llevado tan lejos su campaña quijotesca contra el empresariado, pero el aislamiento del sistema ha contribuido a la mitificación en la psicosis de una tarde una. No ya por los precios de la reventa, por el ajetreo de aficionados esnobs, por la histeria de las televisiones, o por la militancia de los aficionados cabales, sino porque la discriminación de José Tomás a un espacio semiclandestino le obligaba a definirse en la dimensión de la estética y de la épica. Podría decirse que hizo el amor en su primera faena. Y que se fue a la guerra en la última. La coreografía y armonía de la actuación inaugural sobrentendía, en efecto, una dimensión del placer y del estilo a la que ofrecieron contraste el desgarro y el poder de su último trasteo. José Tomás se desdoblaba en torero de seda y en torero de acero. Disfrutó como en un tentadero de su primer toro de Cuvillo y se arriesgó como un héroe espartano en la lidia del quinto. Un valor sin teatro ni sobresalto. Una estética ascética e introspectiva. Un temple de plasticidad abrumadora. Y una mano izquierda de dominio y de tiranía que evocó en la plaza de Las Palomas la antigua dimensión de José Tomás en el vértice de todas las líneas rojas. Una temporada, una tarde, una tauromaquia.

Rubén Amón es escritor y periodista.

SEGUNDO AÑO. NUMERO CINCO. FERIAS. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE. 2018