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La última faena

Domingo, 7 de octubre. Última de abono. Llega el otoño a Madrid. Quinto paseíllo del año de Diego Urdiales. Temporada surrealista de un artista marginado.

Hurón, un altísimo toro de Fuente Ymbro, ha pasado desapercibido en los primeros tercios. Coge los capotes por abajo, pero con brusquedad. Diego lo somete en un inicio de faena por bajo para ahormar tanto su embestida como el viento. Entre ellos, surge un trincherazo como declaración de intenciones.

En la primera tanda de derechazos destaca uno larguísimo, inmenso, que produce el primer “ole” ronco en los tendidos. Remata la tanda un gran pase de pecho. Le sigue una segunda serie con derechazos aún más lentos y profundos. La colocación de Diego es perfecta durante toda la faena, en la que la virtud del temple hace que el toro quiera comerse la muleta en cada pase. La transmisión del toro y la sinceridad de su toreo arrebata los tendidos.

Se echa la muleta a la izquierda y surge el milagro. Diego Urdiales crea las dos mejores tandas de naturales de la temporada ¡Y de muchas temporadas! Suaves los toques, con las yemas de los dedos; baja la mano, toreando con la panza de la muleta; la pata p’alante, la suerte cargada y el medio pecho acompañando. La cintura torea y cruje al toro en la cadera. Naturales eternos rematados por debajo de la pala del pitón. Hasta cinco a cuál mejor antes de adornarse con un molinete y el de pecho.

Los niños aprietan aún con más fuerza la mano de sus abuelos incrédulos ante lo que están descubriendo. Los mayores se frotan los ojos recordando el toreo de cuando ellos eran los nietos.

La segunda tanda de naturales es la apoteosis. La constatación de que la primera no había sido un sueño (¿o si?). ¡Qué aroma en los remates! Trincherilla, el del desprecio… Ya decía Curro Romero que a Diego sólo le faltaba haber nacido en Triana.

Los tendidos son un manicomio. Lágrimas, abrazos, gargantas roncas; la plaza en pie. Su pureza y su frágil naturalidad han calado más fuerte que nunca. Probablemente estamos ante su mejor obra. Cuánta torería.

Un trincherazo preludia la última serie de derechazos lentos y profundos. El gran Hurón se rinde. Ya con el estoque, dibuja una última serie de naturales de uno en uno en medio de la apoteosis colectiva; rematados con un “kikirikí” y un ayudado rodilla en tierra, en blanco y negro. Qué estampa más genialmente atemporal.

Se tira a matar por derecho. Dos orejas y dos vueltas al ruedo clamorosas. Entrada la noche otoñal, una multitud se lo lleva en volandas por la Puerta Grande entre gritos de “torero, torero”.

Estamos ante la última faena, no ya de la temporada, sino de una forma de entender el toreo. La del toreo clásico. La sobriedad del toreo castellano y la gracia sevillana fusionadas en manos de un riojano. La globalización también era esto.

Fernández-Kelly es crítico taurino.

SEGUNDO AÑO. NUMERO CINCO. FERIAS. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE. 2018