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¡2019!

Al hilo del debut como ganadero de Juan Belmonte en 1925, Ignacio Sánchez Mejías, torero y escritor, redactó una crónica de la que entresacamos la siguiente reflexión acerca de lo que él consideraba el «desacuerdo que existe entre toreros y ganaderos» a la hora de apreciar las condiciones de los toros. La conclusión no podía ser más esclarecedora: «Los toreros no suelen ser buenos aficionados a toros». Esta temporada hemos podido constatar, una vez más, que el diagnóstico de Sánchez Mejías sigue siendo a día de hoy una realidad palmaria; no hay más que oír los comentarios de algunos toreros en los micrófonos de Canal Toros al terminar sus faenas. Salvo honrosas excepciones, si los toreros fueran buenos aficionados a toros no dirían las cosas que dicen respecto al juego de los astados que les tocan en suerte. Lógicamente, el matador siempre busca (y acaba por encontrar) la excusa perfecta para tapar sus carencias, inseguridades, miedos, apatías, impotencias, etc. No es al torero al que hay que preguntarle en caliente por el juego de sus toros; tampoco al ganadero. Quizás deberían dejar de preguntar a los profesionales, micrófono en mano, por los callejones de las plazas, o al menos dar la oportunidad al telespectador de ver los toros sin tener que oír obligatoriamente a los toreros que ejercen como comentaristas; con el sonido ambiente, sobran casi siempre los comentarios.

El gran protagonista de la temporada 2019 ha sido el toro. Esta es una muy buena noticia de cara a los próximos años, puesto que es el pilar fundamental de la Fiesta. Hemos tenido la suerte de asistir al gran juego mostrado por un número muy elevado de toros. Los ganaderos punteros que han destacado han conseguido algo que parecía imposible: que un toro con mucho peso llegue a desarrollar grandes finales en la faena de muleta. Y eso teniendo en cuenta que, por regla general, muchos toreros manifiestan una tendencia sumamente irritante que consiste en alargar las faenas de forma injustificada. No obstante, no podemos pasar por alto que conceptos como «casta» o «bravura» han ido cambiando a lo largo de los últimos años: hoy se considera la máxima toreabilidad como símbolo máximo de bravura, cuando son conceptos que no tienen por qué ir necesariamente unidos.

En Madrid vimos una gran corrida de Santiago Domecq, con un último toro, Zahareño, de excelente juego en el caballo. Allí lo masacraron en un tercer puyazo extraordinario de José Bernal. La pelea en varas de aquel último toro de San Isidro fue impresionante; Zahareño estaba destinado a ser lidiado por Pablo Aguado, pero, por estar el torero sevillano en la enfermería, fue a para a manos del Fandi. Cruel capricho del destino; a los toros también les tocan «en suerte» sus matadores. Aquel bravísimo toro fue excelente en el caballo, pero debido a la actual suerte de varas salió prácticamente muerto del caballo: en la muleta no pudo dar más de sí y, después de correr detrás de su matador en banderillas, se acabó parando, moribundo. Se sigue abusando del toro que manifiesta cierto poder en el caballo. Se le masacra por sistema. El caballo es un muro contra el que el toro se estrella, y, además, las puyas actuales hacen sangrar mucho a los toros. Quizás habría que escuchar lo que los ganaderos tengan que decir al respecto para cambiar la suerte de varas; es un debate que se debe afrontar de cara al futuro inmediato.

En cuanto al abanico de matadores, vivimos un tiempo ilusionante porque hay varios toreros —algunos relativamente nuevos— que manifiestan en el ruedo una clara voluntad de torear bien de verdad. Frente al toreo especulativo, de larguísimos trasteos de muleta, efectista, despegado y ventajista, ¿estaremos ante un cambio de tendencia en el modo de torear? La buena noticia es que ese toreo especulativo y despegado que ha imperado en los últimos quince años empieza a dejar de estar vigente, y las comparaciones van a resultar cada vez más odiosas. Los trasteos a base de medios pases hilvanaos al hilo del pitón, ponerse el torero en la oreja del toro y hacer la noria parece que ya no cuela, o, al menos, no como hace unos años.

Pablo Aguado, Paco Ureña, Diego Urdiales, Emilio de Justo y Juan Ortega. Este repóquer es el resumen de lo más positivo que hemos visto en esta temporada 2019. ¿La mejor faena del año? Quizá la de Ureña en Bilbao (por templada, maciza y rotunda). La más inspirada, alguna de Pablo Aguado. Los hitos de la temporada: Aguado en Sevilla y Ureña en Bilbao. Al hacer balance, en este año no cabe más que hacer una reivindicación de Pablo Aguado después de quince años de toreo impostado, de poses teatrales y amaneradas. El torero sevillano ha vuelto a traer la naturalidad y el toreo excelso a media altura, sin exageraciones de ningún tipo: Pablo Aguado o el gesto justo.

Otros toreros destacados de la temporada y con conceptos muy diferentes: Roca Rey, a pesar de que tuvo que cortar la temporada después de su comparecencia en San Fermín. Recordemos que el peruano «rozó» el rabo en Sevilla, y salió por la Puerta de Madrid en San Isidro con una faena rotunda, indiscutible. Antonio Ferrera, con su extraordinaria e inspiradísima tarde en San Isidro, cúspide de su carrera como matador en plena madurez. Y Perera, que cerró una temporada seria, sólida y muy regular con una gran faena en la Feria de Otoño de Madrid.

¿Qué decir de cara al 2020? Que lo mejor, como siempre, está por venir.

 

Antonio J. Pradel es director de Minotauro

CUARTO AÑO. NUMERO NUEVE. INVIERNO. ENERO – ABRIL. 2020