m
Post Recientes

Nihil difficile volenti

Al parecer, los empleados de mantenimiento de la plaza de Las Ventas tuvieron que arrancar a finales de mayo algunos brotecillos verdes que, ajenos a la pandemia, empezaban a asomar por entre el granito inconmovible de los tendidos. Un primer síntoma que anticipa la decrepitud de “la catedral del toreo”. El confinamiento forzoso ha propiciado que la naturaleza siga su curso y, si no se hace nada para evitarlo, las malas hierbas acabarán por convertir el coso venteño (y con él la Fiesta en su conjunto) en una auténtica ruina. Esto no es más que un pequeño indicio (¿una metáfora?) del actual estado del sector taurino. La principal plaza de toros pasará 2020 (el año Gallito) sin que en su ruedo se celebre ni una sola corrida.

“No hay ruina —escribió María Zambrano— sin vida vegetal; sin yedra, musgo o jaramago que brote en la rendija de la piedra, confundida con el lagarto, como un delirio de la vida que nace de la muerte. Sólo el abandono y la vida vegetal naciendo al par de la piedra y de la tierra que la rodea, abrazándola, invitándola a hundirse en ella dejando su fatiga, hace que la ruina sea lo que ha de ser: un lugar sagrado”. Cualquier coso con el ruedo y los tendidos cubiertos de maleza resulta un espectáculo ciertamente fascinante y, al mismo tiempo, deprimente: pocas ruinas hay tan prematuras, solas y tristes como las plazas de toros abandonadas a su suerte.

En los últimos meses oímos con frecuencia preguntar (y, lo que es aún más sorprendente, responder) cómo será el futuro que nos espera después de la epidemia. Una plaza vacía es, ciertamente, un espacio inquietante; algo así como un contenedor que no adquiere su verdadero sentido, orden y valor, hasta que no se llena por completo. En lo taurino, esta temporada pasará a la historia como aquella en que las principales plazas de toros del país se quedaron vacías. Esperemos que la situación se pueda revertir de cara a la próxima, no sin antes expurgar algunas malas hierbas que amenazan con hacer inviable la continuidad de los espectáculos taurinos a corto plazo.

Lo que expresan la palabra “nada” y “vacío” no es tanto una cosa como un afecto, una emoción, una nostalgia. El aficionado pasa esa temporada preguntándose cómo será la próxima. Muchos pronósticos se han hecho y se hacen sobre qué vendrá después del virus. ¿Un mundo nuevo? Más bien el mismo, pero muy probablemente algo peor. La tauromaquia se encuentra en una encrucijada histórica de capital importancia, un punto crítico sin precedentes. Nunca fue tan cercana y posible su definitiva extinción. Y mientras tanto, los principales protagonistas y responsables del sector (salvo muy contadas excepciones) parecen no darse cuenta de la situación o, lo que es aún peor, parece no importarles nada más allá de sus intereses particulares.

El proverbio latino nos advierte de que “nada es difícil si hay voluntad”. Pero en el sector taurino la única voluntad que parece haber es la de cada uno mirando por su propio beneficio. Se está perdiendo así una gran oportunidad en esta temporada vacía para afrontar una profunda reestructuración del entramado taurino que no se puede postergar por más tiempo. El sector, por medio de erráticas decisiones y una política de comunicación ciertamente mejorable, está dando muestras de una incompetencia y una inconsciencia absolutas a la hora de hacer un diagnóstico inteligente, sereno y sincero de la situación actual.

La organización de la mayoría de los espectáculos que se han celebrado durante este verano por esas plazas de Dios con la única intención de “no dejar pasar la temporada en blanco” no han hecho más que enfatizar la crisis de la tauromaquia actual como espectáculo en pleno siglo XXI. Toros afeitados que salen derrengados de los chiqueros; simulacros del tercio de varas con toros que no necesitarían ser picados; triunfalismo patético a toda costa para demostrar que este espectáculo sigue teniendo tirón a día de hoy, indultos injustificados, supuestas figuras sobreexpuestos en programas de telebasura… Ese no es el camino.

Mientras tanto, se sigue expulsando al aficionado. No se ha contado con la afición (a la que se ningunea sistemáticamente) a la hora de reencauzar la situación de cara al futuro próximo. Visto desde fuera, la sensación que da es que el sector (toreros, empresarios, ganaderos, apoderados y demás satélites que orbitan en torno a este mundillo) no es consciente de lo que nos estamos jugando, que no es ni más ni menos que la continuidad de la Fiesta de cara a un futuro inmediato.

La cada vez más exigua afición debe seguir pasando por taquilla para asistir a un espectáculo que, en la inmensa mayoría de los casos, no deja de ser un triste remedo de lo que la tauromaquia podría y debería ser. Porque (y esto es lo más triste de todo), hay toros bravos con trapío en las dehesas y hay toreros dispuestos a hacer el toreo. ¿Por qué no estamos viendo entonces espectáculos que deberían cuidarse más que nunca? ¿De verdad hay voluntad para revertir la situación actual? Desgraciadamente, parece que no. En cualquier caso, no hay una voluntad conjunta y consensuada del sector, lo que sería imprescindible a día de hoy para afrontar el futuro con alguna esperanza.

En semejante encrucijada nos remitimos a las palabras del oráculo. ¿Cómo revertir la situación actual? Para empezar, volviendo a llamar a las cosas por su nombre. En la descarnada entrevista con Rafael de Paula que traemos en este número a nuestras páginas, el maestro lo deja bien claro: ni Fiesta ni espectáculo, los toros son un “acontecimiento”. Y así deberían organizarse las corridas, pensando en ellas como eventos excepcionales.

Aquellos brotecillos verdes que asomaron en primavera por los tendidos de Las Ventas no anticipan la recuperación de la Fiesta, sino más bien todo lo contrario, su ruina. Esperemos que no sea definitiva.

NÚMERO ONCE. OTOÑO. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE 2020