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DUENDE, de Victoriano del Río, premio Minotauro 2021

El duende, ese misterioso concepto, tiene resonancias flamencas y toreras. Lorca hablaba en sus conferencias del duende romano de Lagartijo, del duende judío de Joselito, del duende barroco de Belmonte y del duende gitano de Cagancho. Y decía que todo el duende del mundo clásico se agolpaba en esta Fiesta taurina perfecta, exponente de la cultura y de la gran sensibilidad de nuestro pueblo. También los toros, los toros bravos, tienen sus propios duendes. Son la bravura, la casta, el celo, la nobleza, la fiereza…

Tiene miga lo del nombre de los toros. Sin ir más lejos, por un Nigeriano y un Feminista han dejado de darse toros en Gijón después del último verano. Por otra parte, la historia del toreo está plagada de nombres míticos asociados para siempre a la tragedia (Bailaor, Islero, Matajacas, Perdigón…), pero también a la gloria (Corchaíto, Ratón, Cantinero…).

El toro de nombre Duende, de Victoriano del Río, negro listón, marcado con el n.º 101 y lidiado en Madrid el 4 de julio de 2021, premiado con la vuelta al ruedo, derrochó bravura de la buena. Recordémoslo.

Empecemos por su estampa. Duende, nacido en septiembre de 2015, se lidió con cinco años y seis yerbas. Don Luis Fernández Salcedo decía que la lidia de un cinqueño no podía compararse a la del cuatreño o la del utrero. Con cinco años, el toro se estira, se agesta, se hace adulto y mejoran sus hechuras. Duende se presentaba con impresionante trapío. Muy astifino, pero muy bien hecho, bajo, hondo, de manos cortas. Un toro muy serio, de esos que se dice que impone estar delante de ellos.

Además, con la edad, también cambia el comportamiento. Los movimientos son más lentos, menos alocados que los de cuatreños y utreros. Puede que su salida sea menos espectacular, pero no nos confundamos. Bien está la alegría retozona de las reses más jóvenes, pero tiene tanta o más importancia, en mi opinión, esos andares pausados, con ese sentido y seriedad que da la edad del toro cinqueño.

Seriedad que Duende puso de manifiesto desde que salió al ruedo. Cumplidor en un muy buen tercio de varas, recargando, sin estridencias, las dos veces que fue al caballo. En banderillas, su imponente presencia y su fuerte embestida pusieron en muchos aprietos a las cuadrillas. Hasta seis o siete palos quedaron tirados en la arena, con el habitual regocijo del público venteño, que gusta de numerarlos a coro cuando los recogen. Además, en casi todos los pares, llegó hasta la barrera persiguiendo a los banderilleros. Otro buen detalle de toro bravo.

Pero si algo caracteriza al toro bravo, desde los tiempos de Joselito y Belmonte, es que la bravura ya no se mide sólo en varas. Pasó ya la época de los decimonónicos toros de Veragua, espectaculares y escandalosos de salida, derribando a las caballerías, pero que, cuando llegaba la hora de la muerte, buscaban refugio, acobardados en tablas. Hoy, cuando por fortuna todavía quedan aficionados que gustan del primer tercio, ese comportamiento ya no se tolera. El toro bravo no debe ir de más a menos, sino de menos a más.

Y ese justamente fue el comportamiento de Duende desde que salió al ruedo de Las Ventas: enterándose de dónde estaba, se vino arriba tras la primera vara, apretó mucho en banderillas y, en la muleta, lució una bravura tremenda e imponente, profunda y de largo recorrido por ambos pitones. Con mucho carbón, como dicen ahora los modernos. O dicho a lo clásico: un vendaval de bravura.

Bravura adobada para remate con una tremenda fijeza, otra cualidad que delata al toro bravo. No en balde, sostenían los aficionados de antes que el toro bravo de verdad era el mejor director de lidia. El que más orden ponía. Frente al manso corretón y díscolo que ataca a quien no le cita y se desentiende de quien lo llama, destaca la fijeza del toro bravo atento a todo movimiento y presto a embestir a la mínima provocación.

Pero la bravura, la verdadera, es peligrosa, ya que acaba descubriendo al torero: Bravío, de Santa Coloma, Amargoso, de Albayda o Tapabocas, de Urquijo hicieron fracasar a sus respectivos matadores: Saleri, Marcial Lalanda y Domingo Ortega.

Al contrario de los citados diestros, y sin ánimo de comparar, Emilio de Justo aguantó la brava embestida de Duende en series muy cortas, pero de mérito. Mejor por la derecha que al natural con la izquierda. Tragando mucho, lo que no es poco con este tipo de toro. Lo mató de una gran estocada hasta la bola y le concedieron las dos orejas, quizás no tanto por la faena que el toro pedía, pero sí por el indudable mérito de aguantar —siempre la muleta por delante— esas oleadas de bravura verdadera de un toro bravo de verdad.

A paso lento, a Duende le dieron las mulillas una triunfal vuelta al ruedo en el arrastre. El toro lo merecía.

JOSÉ MORENTE es arquitecto y autor del blog taurino La razón incorpórea