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Contra la nostalgia

Nunca está de más preguntarse sobre el origen de ciertos tópicos, incluso en el caso de que, tal y como pensaba José Bergamín, ese origen sea autóctono (cosa que seguramente habría que poner en cuarentena). Los tópicos terminan por constituir una especie de corte mitológica popular muy simplificada que, a pesar de todo, contiene siempre una parte de verdad o, si se prefiere, de realidad; una mitología de andar por casa con la que muy probablemente terminemos conformándonos por comodidad o, peor aún, por pereza. En numerosas ocasiones transigimos con lo accesorio porque, simplemente, es lo más sencillo. De cualquier forma, la mejor manera de no caer en los tópicos —o al menos intentar evitarlo— es estudiarlos en profundidad.

Uno de los tópicos más extendidos entre muchos partidarios de la Fiesta de los toros es que «cualquier tiempo pasado fue mejor». No obstante, dada la trascendencia de la actual temporada para el futuro inmediato del espectáculo taurino, quizá habría que plantearse seriamente si no ha llegado el momento de dejar de idealizar el pasado; si los aficionados nos instalamos en él, anularemos el presente de la Fiesta y, de paso, hipotecaremos su futuro. No todo era perfecto en los viejos tiempos, de igual forma que no lo es en el presente ni lo será en el futuro.

La nostalgia es un sentimiento tramposo, ya que no hay más paraísos perdidos que los que inventa nuestra memoria. Con la nostalgia recordamos un pasado que parece mejor de lo que fue, aunque no deja de ser cierto que es muy diferente echar de menos el pasado de vez en cuando que vivir instalado en él. Los aficionados con tendencia a la nostalgia (son muy numerosos) suelen tener problemas para adaptarse a su presente; muchos de los que en su día cantaron las exquisiteces capoteras de un Rafael de Paula o un Curro Romero, por ejemplo, se muestran ahora incapaces de reconocer la excelencia en el manejo del percal de un Juan Ortega o un Pablo Aguado. El problema no está tanto en idealizar el pasado, sino, sobre todo, en creer que no se va a encontrar en el futuro nada similar a lo que se echa de menos.

«La nostalgia es nuestra vida», afirma Roberto Peregalli en un precioso ensayo titulado Los lugares y el polvo. Pero eso no debería hipotecar la vida de los jóvenes aficionados si se pretende que la Fiesta tenga algún futuro. Realmente, ¿qué echamos de menos de nuestro pasado? La nostalgia, más que relacionada con un recuerdo específico, lo está con un estado emocional. Si queremos que exista una joven afición que garantice el futuro de la Fiesta, deberán ser ellos mismos los que se emocionen con lo que vean en el ruedo. Decía Aliosha, un personaje de Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, que lo mejor que podemos proporcionarle a un niño son recuerdos sagrados de su infancia. Esos niños que acuden hoy a los toros deberán forjar sus propios mitos, adorar a sus propios ídolos, encumbrar a sus propios héroes y acabar generando sus propios tópicos. Y todo ello sin tener que soportar obligatoriamente la losa del compañero de localidad que no deja de quejarse en el tendido de que «esto ya no es lo que era».

Ya decía Kant que la nostalgia hace que lo pasado sea más vívido que lo presente, y en vez de luchar contra ese espejismo parecemos muchas veces empeñados en mantenerlo. Usamos artificios para reconstruir un pasado ideal y para ello seleccionamos lo que nos interesa. Así, de los años noventa recordamos más a César Rincón, José Tomás y la faena de Julio Aparicio a un toro de Alcurrucén en Las Ventas que aquel célebre cartel de «los tres tenores» con Joselito, Ponce y Rivera. En otras ocasiones buscamos ficciones que nos reconforten y acabamos añorando incluso pasados que ya ni siquiera son nuestros: la edad de oro con Gallito y Belmonte, Armillita, Pepe Luis, Domingo Ortega, Manolete… El aficionado a los toros quiere lo de siempre, lo familiar, lo cálido, lo confortable, pero, además, castrado por las tijeras del olvido. Admitámoslo de una vez, el revival es una plaga y la nostalgia un lastre.

La nostalgia es peligrosa, una pasión regresiva en la medida en que niega el futuro. Su movimiento es de retroceso porque sitúa siempre la utopía en el pasado, y en la Fiesta, no lo olvidemos nunca, la utopía siempre está por venir.