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Gotita de miel

En sus Apostillas a El nombre de la rosa, citando a un monje benedictino del siglo XII, decía Umberto Eco que de las cosas desaparecidas (como pueda ser un toro, un torero o una faena), al final sólo nos queda el mero nombre.
Gotita de miel es el nombre de un bravo y noble toro de Xajay que se lidió en la plaza de México un 25 de febrero
de 1979. Con ese toro, Manolo Martínez, el torero que más condicionó el devenir taurino en su país, se reencontró consigo mismo y con el toreo tras la cornada que unos años antes le había propinado el toro Borrachón, de San Mateo. Una cornada que le tuvo al borde la muerte.
Pero esa tarde de febrero de 1979, el nobilísimo Gotita de miel (el nombre lo dice todo) le permitió cuajar una de esas faenas que quedan para siempre en la memoria de los aficionados. Y es que Martínez siempre tuvo el toreo en la cabeza. Y con tres premisas: primera, que la base de todo es el toro, el comportamiento del toro; segunda, que lo que de verdad importa, desde hace al menos cien años, a la hora de enfrentarse con un toro, es el toreo ligado en redondo; y tercera, que sobre todo ello, priman la aptitud y el compromiso del torero, su apuesta.
El toreo de Manolo Martínez no se puede entender si no se empieza por entender su manera de enfrentarse al toro, su capacidad para descifrar la embestida del toro, de cada toro. Y si es cierto que hay toreros que se han caracterizado
por imponer o intentar imponer al toro su estilo o modo de torear —léase Belmonte, Manolete o José Tomás—, no es menos cierto que existe otra cuerda de toreros que consideran prioritario empezar entendiendo al toro y ajustar o adaptar su toreo a las condiciones de cada res —léase
Joselito el Gallo, Luis Miguel Dominguín o, por supuesto, Manolo Martínez.
Sobre el toro, sobre Gotita de miel, conviene decir que fue algo abanto de salida, saliendo suelto de los engaños y abriéndose mucho en las suertes, pero que la excepcional
—en todos los sentidos— muleta del de Monterrey consiguió fijar y encelar (Manolo era experto en sacar agua de pozos sin fondo) para culminar en un bellísimo homenaje al mejor toreo en redondo que pueda soñarse. Teoría del toreo (y no toreo de teoría) hecho realidad.
Un toreo en redondo cuyas reglas no escritas —tan criticadas por parte de algunos aficionados— conocía al dedillo Manolo Martínez y que le explicaba a Guillermo H. Cantú en su libro Manolo Martínez. Un demonio de pasión, un título que le venía pintiparado a un diestro capaz de levantar tantas pasiones, ya fuera a favor o en contra de su persona y de su toreo.
Sostiene Martínez en ese libro, que «al torear en redondo es preciso colocar la pierna de salida en la dirección del viaje natural, si se quiere mandar hacia dentro y ligar; es decir, adelantar la pierna de entrada para propiciar su giro en el segundo y subsecuentes pases. Lo que se busca es no tener que enmendar, sino darle a la serie una continuidad armónica que prolongue el juego del toro para que alcance
su ritmo, sin estorbos o quiebres innecesarios que rompan
su son. Echar la pierna de salida para adelante obliga a
enmendar. Es una cuestión de mecánica. No tiene nada que ver con el peligro. En la actualidad lo que se hace es prolongar el encuentro en series de varios pases, donde hay que ir ajustando el empuje del toro constantemente. No se trata de obtener un pase bonito, que apenas sirve para una foto, sino de ligar, de prolongar el control del toro, rematando sólo al final de la serie».
Bellos y precisos conceptos. Ligar sin enmendar. Continuidad. Armonía. Ritmo. No quebrar. No estorbar. No romper el son del toro. Ajustar. Prolongar el control del toro. En resumen, toda una teoría del toreo que —frente a otras mucho más conocidas y celebradas, pero menos creíbles— tiene el valor de lo real. Una teoría pragmática, basada en la experiencia, como son todas las teorías con sentido.
Una teoría válida, a fin de cuentas, porque se basa en la geometría de las suertes y en el conocimiento de los toros. Ese conocimiento adquirido por Manolo Martínez ante tantas y tantas reses (más de setecientas antes de presentarse como novillero en la Plaza La Aurora) y que volcó en la
extraordinaria faena a Gotita de miel, como lo volcó también con Financiero, Jarocho, Traficante, Rebeco, El Cid, Carranqueño, Amoroso, Voy contigo, Presidente, Fundador, Toñuco, Halcón, Tejón, Catrín, Clavijero, Aceituno…
Esos nombres de toros que nos evocan las grandes faenas del torero de Monterrey es lo que hoy nos queda de su toreo porque, como decía aquel monje benedictino citado por Eco, de las cosas desaparecidas sólo nos quedan los nombres.

JOSÉ MORENTE es arquitecto y autor del blog taurino La razón incorpóre