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¡Como nunca!

Atardecer jerezano de mayo. Justo después de una corrida de feria, en el interior de un colmado del barrio de Santiago, se oye comentar en la mesa de al lado:

—¡Qué maravilla lo de Paula!; de capa, como nunca en su primero; cuatro verónicas rematadas con una media de antología. Un delirio. ¡Como nunca! ¡Qué torero! Y con la muleta… Con la muleta, superior; naturales, redondos con la derecha, los de pecho, trincherillas y trincherazos, los ayudados con las manos muy bajas… Todo desmayado, templado, con ese duende que Dios le ha dado… Siempre que el bicho le obedecía y le entraba al trapo, claro está, que sin materia prima no se puede hacer una obra de arte. ¡Como nunca! Como sólo él es capaz de hacerlo: despacio, jondo, con arte de verdad, con ese compás… Como nadie, Paula.

—Oiga, ¿y qué tal en el segundo? —pregunta uno que estaba allí al lado.

—¡Ah, no sé! Ese no me lo han contao.

Lo mejor de todo es que, aún sin haberlo visto, aquel paulista irredento no había exagerado ni un ápice en su detallada descripción. ¿O sí? En el fondo, ¿qué más nos da? ¿Acaso alguien se pregunta por si son exagerados o no los mitos griegos?

En su imprescindible De Paquiro a Paula, escribe Juan Posada: «No se le podía reclamar conocimiento, técnica ni valor, porque “su toreo”, “mecío”, “jondo”, acompasado e intermitente, no era producto de una reflexión cerebral, asumida y filtrada a través del espíritu, como ocurre con los grandes toreros, sino gesto limpio y sutil, extraído, quizá inconscientemente, del principio puro del arte del toreo…».

Ese gesto limpio y sutil, en el improbable caso de que llegue a ser entrevisto o simplemente adivinado alguna que otra vez, es lo que queda grabado a fuego en la memoria del aficionado. Una vez que se ha tenido esa percepción, el aficionado buscará por todos los medios volver a recuperar ese deslumbramiento primigenio. Sólo por eso sigue pagando la entrada para ir a los toros, con la esperanza de ver con sus propios ojos aquello que no se puede explicar con palabras.

PD: el viernes 23 de septiembre de 2022, mientras Morante de la Puebla (verde manzana y oro) sublimaba una vez más el toreo en La Maestranza, yo volvía de Sevilla a Madrid en el AVE. Y una vez más me tuve que conformar con lo que me quisieron contar los que tuvieron la fortuna de estar allí. Uno, en casos como éste, al igual que sucede en la fábula de la zorra y las uvas, siempre tiene la tentación de decir: «Seguro que no fue para tanto». Pero, en nuestro fuero interno tenemos la certeza absoluta de que sí, de que seguro que fue para tanto y (quizá) más. ¿Quién se atreve a poner límites a la imaginación del febril aficionado?

 

El Tato, aficionado impenitente y desclasado