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En el andamio de Dios

 

«Toro sublime, creador del mundo, señor de países,

pastor del pueblo de cabellos negros».

Himno babilónico

 

 

Pertrechados en los tendidos de las plazas de toros todos: público, aficionado, espectador, partidario, seguidor, gente y el pastor de cabellos negros.

Entendidos. Allí, elevados a una posición de privilegio, participamos de una liturgia del misterio gozoso y del milagro. Sacralidad, sacrificio, sangre y verdad, por este orden. Cada tarde, el rito. En cada suerte, contradecimos al milagro por esperado. En los lances del vivir o morir. Entre la nada y ser.

Amparados, levantados, a tientas, la gente en los toros respondemos al contexto, a la realidad actual, histórica, geográfica y política. El contexto dispone, califica, hila. Al aficionado con el espectador. Hilvanados. Torero y toro: paradigma y malentendido. Y mal entendidos. En crisis en todas las épocas. Saliendo siempre a flote. Transfigurados de abismadas faenas.

En el tendido de una pintura de Domenico Gnoli, un espectador uniforme, simétrico, singular, combinado, atrezo; el escenario de un arte de ensueño. El de los sanfermines es un público que conmueve al unísono. El tendido siete de Las Ventas rebate que el tres está pintado. ¿Es una pintura lo que el torero ve? ¿Cómo siente al espectador? El diestro torea para cada uno de nosotros, para él mismo y para nadie. Seguimos a un torero que nos llega en un acto de pasión que nos da razón. Con razón el corazón argumenta.

La diferencia entre ser y estar en la plaza. El público está. El aficionado es. El público va a los toros. El aficionado ve los toros. Entendido o no. El toro no es materia de entender, sí de sentir. De escuchar la música callada de Bergamín. Si un público no entiende no es menos público. Aficionados que lo son sin estar en la plaza. Y aficionados de naturaleza congénita a descifrar este credo inefable. Entre dicho y dicha.

Un malentendido fundacional: los toreros crean al aficionado y luego lo contradicen. Lo primero que deja de ser un torero es aficionado, lo que tiene es vocación. Por el toro y su mundo. En cuanto se hace matador comienza a pensar en los públicos, especialmente en los que no son partidarios, en cómo ganarlos. Sus seguidores se convierten en creyentes y comienzan a no contar. Así, a los toreros que alcanzan una cumbre, aun teniendo miles de partidarios, les inquieta ese público que no suma, que no está con ellos, que no reza. El silencio desazón. El público que calla sin guardar silencio. Los inclinados por devoción, aficionados sin cartera. Espectador total, el que siente y se sienta como Dios le da a entender.

Público exigente y entendido: ¿es lo mismo? Público defensivo y publico ofensivo: el del exabrupto extemporáneo, el de las pipas y el de mal asiento que se levanta sale y entra a destiempo con el toro en el ruedo, sin haber comprendido ese andamio, el espacio sagrado donde está sentado. El público se contamina. El aficionado simpatiza. El seguidor mimetiza. «Todas las tardes, seis toros y generalmente negros». Todas las tardes, generalmente, tres toreros y vestidos de luces. Asistimos a un espectáculo de alta costura, de cultura alternativa, un culto alternativo. No en vano, el torero se hace matador tomando la alternativa, en la ceremonia sacramento de pertenencia al superior escalafón.

Un torero quiere ser único, distinto. Distinguirse. El arrastre de públicos se da en flujos como la corriente de un río, fluyen humores y amores. Influyen los seguidores que comparten secretos significados, hermetismos por destapar. En el poder de convocatoria, la rivalidad se desvanece a favor del carisma. En realidad, el aficionado no tiene asignado un papel de privilegio en la historia, participa del rito, como lo hace el espectador o el seguidor. La historia no se escribe desde la meseta del aficionado; éste es sólo testigo de ceremonia.

Una gran mayoría de los espectadores están como Platón nos indicó: expulsados de la plaza, de la feria. El público tiende a negar la variedad porque todos quieren ver al único. Al que suena. Con frecuencia, en la diversidad del tendido se da uniformidad y lo contrario; el espectador en sus diferencias confirma lo heterogéneo. De tanto en tanto, el público se hace iconoclasta. En la intranscendencia se amodorra. Las ferias lo asemejan. El espectador muda en los matices de pertenecer a un país o a otro, a una ciudad o a un pueblo, al norte o al sur.

La fundamentación metafísica de las costumbres de Kant puede aplicarse al aficionado espectador, a la razón práctica del que asiste a una corrida de toros, con buena voluntad y no por deber. El público debe ser libre de ir o no al espectáculo. Y seguir la verdad suprema del bolsillo del chaleco. Salarios de dios en días de Fiesta. Una mesa donde el sistema diserta en cómo el toro navega, cómo se forma el criterio del aficionado, quiénes son los prescriptores taurinos unidos a los presentimientos. Una voz interior que dicta y a veces somete. La mano baja. Reunidos para establecer el diagnóstico de la situación actual de la fiesta de toros en el siglo xxi, y elaborar programa de medidas. Esto es así desde el siglo xviii.

«¡Fuera, gente!», se le oía decir al Monstruo al comienzo del último tercio de la faena para que se taparan banderilleros y terceros. Muy simplificado, venía a querer decir lo de Mariano de Cavia en boca de Sobaquillo: «¡Dejadme solo!». El valor sin medida no vale.

Y la gente se echó a la calle, a los festejos populares, a la jarana taurina y a las tradiciones que promueven espectadores, seguidores del toro o de la vaca. Gentes de pueblo y urbanas. Hábitos y aficiones de soltar el ganado y saltarlo. Un medirse el hombre con la bestia. En días de fiesta: espantes, esperas, encierros, toros de fuego, toros ensogados, bous al carrer, vaquillas… gente que se baja del andamio de Dios. A tomar el asfalto, aficionados, público, partidarios, familiares, consumidores, inconscientes, piadosos, arrojados…

Tauromaquias a cuerpo limpio. De todos los que no llevan engaños para de verdad medirse con el toro (corredores, recortadores, saltadores, roscaderos, anilleros, garrochistas, pastores de los encierros, raseteurs de la Camarga, ecarteurs en las landas francesas), los Forcados portugueses son los más aficionados: ¡No evitan al toro! y la pega es una suerte esencial de la tauromaquia en Portugal.

Pegar es torear. Sin trastos, el forcado carga la suerte en los brazos. El sitio, el temple y el conocimiento de los terrenos. Un hombre hecho muleta, el fajín rojo liado, en la boca de riego, cita al toro con el cuerpo —el alma dentro—, en el barrete el espíritu.

El toro arranca y en un templar, mandar y parar, el forcado se entrega al toro, deteniendo la embestida con un abrazo cargado de técnica, pericia y coraje. El número del infinito, ocho: el forcado que va a la cara y siete ayudas. Cantera de devotos en los tendidos de las plazas en Portugal, sean estos aficionados, espectadores, seguidores, cuadrilla, familiares, clanes, conocidos… y procedan del Ribatejo, del Alentejo, de las Beiras, de las Azores o de Lisboa. Mantienen sentido de amistad y pertenencia geográfica, conectados a la ciudad, a la par que la representan, son seña de identidad. En México hay grupos de Forcados, la mayoría proceden de descendientes lusitanos.

El toreo bajo palio, ley de los dioses, a mayor gloria del toro sangrado y sagrado. En el sagrario, el cuerpo y la sangre. Del ritual eterno. Desde todos los tiempos. En la epopeya de Gilgamesh se nombra el Toro del Cielo. El toro de San Marcos presente en la eucaristía (siglo xvi). En la Biblia mozárabe de san Isidoro se representa la Adoración del Becerro de Oro, en la Colegiata de Isidoro, León.

El toro que se alza, los alados babilónicos, vocación al animal como divinidad. El torero ángel de Ginés Liébana y su particular visión de la tauromaquia, un ruedo de ángeles toreros. El deslumbramiento de sentir alas en el fervor de vivir una faena sublime. Clama al cielo. Hasta el torero hace la cruz al entrar a matar, la suprema suerte, e invoca la poderosa intercesión Kyrie, eléison:

 

Señor, ten piedad

Aficionados a un toro

Aficionados a un torero

Aficionados a la práctica

Aficionados de la fiesta

Aficionado a una tienta

Aficionados a la merienda

Aficionado expectante

Aficionados al callejón

Aficionado a la algarabía

Aficionado público

Aficionado heredado

Aficionado singular

Amparo de entendidos

Consuelo de afligidos

Estribo salvador

Público plural

Público teórico

Público sin fiesta

Público al sol

Público general

Público de sombra

Público documentado

Criador redentor

Valle del Tiétar

Espectador amable

Espectador admirable

Espectador castísimo

Aficionado fiel

Ganadero clemente

Trono de sabiduría

Recinto de la Maestranza

Bilbao en semana grande

Coso de Misericordia

Pamplona digna de honor

Las Ventas Puerta del Cielo

La Glorieta en Salamanca

Faena digna de alabanza

Torero de adoración

Maestro venerable

Miura mártir

Victorino de todos los Santos

Afligidos de Cenicientos

Recortador de justicia

Estrellas de un mañana

Forcados de acero y toro

Cantera mística

Taurinos de marfil

Reina Vaca de la creación

Rey Toro de la Fiesta

Ten piedad de nosotros

 

Aficionados pacientes y pacientes en triaje continuo. Sistema clasificatorio de las guerras napoleónicas, sin ser la fiesta guerra, con frecuencia es batalla mental impiedosa. Así estamos espectadores, gente y todos, en selección. Entre prioridades que privilegian los que más posibilidades tienen de sobrevivir. Públicos sin peligro, de urgencia, en emergencia y aficionados a punto de resucitar…

 

Rogad por nosotros.

 

María José García es aficionada y escritora