m
Post Recientes

¿Y si el ser aficionado fuera bueno para la salud?

En la corrida de toros, la participación del público como espectador y como juez —brindis, olés, pitos, broncas, pañuelos blancos…— tiene un origen emocional e influye en el desarrollo de la tarde. Ya lo dijo Luis Miguel Dominguín: «A Manolete lo mató el público, no Islero». La psicología del aficionado interesa por las consecuencias que pueda tener en la representación de la tauromaquia. El público no es una masa indiferenciada —«Roca Rey es el torero de los espectadores y Morante el de los aficionados», visto en Twitter—, y los aficionados se distinguen por su sensibilidad, su expresión emocional —sol y sombra, Madrid y Sevilla, los que esperan ver una faena valiente y los que esperan ver arte…—, su cultura o su practica.

«Los toros es la fiesta más culta que hay hoy en el mundo» (Federico García Lorca). La admiración por la tauromaquia y los análisis simbólicos sobre la fiesta de los toros son una constante entre muchos intelectuales. Nuestra intención es destacar algunas de estas propuestas y apoyarlas con los conocimientos actuales desde las neurociencias, que muestran el efecto de las artes en nuestro conjunto mente-cerebro. Lo que defendemos es que la catarsis, el aspecto central y determinante de la reacción estética que se produce en la lidia afectan tanto en el que la crea como en el que la observa y, además, favorece el bienestar individual y social.

«Si hablamos de toros no cabe la palabra espectáculo. El toreo es un acontecimiento» (Rafael de Paula). Cuando se produce un momento mágico en el toreo, ese hic et nunc, el espectador capta y experimenta la emoción. Las artes generan experiencias emocionales, particularmente a través de las violaciones de la expectativa que inducen sorpresa y asombro.

«Lo que importa es que la íntima emoción del toreo traspase el juego de lidia» (Juan Belmonte). Al contemplar una obra de arte, se activan regiones cerebrales asociadas a las emociones (en especial las del placer) a través de los circuitos cerebrales de recompensa y áreas relacionadas con el amor romántico. De este modo, experimentamos una sensación de bienestar como cuando miras al que amas. Este placer y éxtasis del flechazo durante una corrida de toros fuerza a revivirlo volviendo a la plaza una y otra vez; o, lo que es lo mismo, desarrolla la afición (¿adicción?).

«Es el espectador quien hace la obra» (Marcel Duchamp). La experiencia estética se basa en gran medida en un fenómeno empático, es decir, un mecanismo de resonancia motora que nos permite responder emocionalmente a los contenidos de las obras. Los espectadores de un cuadro de Lucio Fontana activan su cerebro como si realmente fueran a cortar el lienzo ellos mismos con un cuchillo, tal y como lo hizo el artista. Gracias a las «neuronas espejo», la observación desencadena una simulación motora de los movimientos implicados en la acción observada y permite la comprensión de la obra al representar las acciones e intenciones del artista. Por lo tanto, la experiencia estética conlleva una interacción recíproca entre el espectador y la obra de arte. Durante la corrida de toros, se empatiza con un torero lidiando un Miura o dando una gloriosa vuelta al ruedo, y se empatiza al mismo tiempo con el animal, visto, al igual que el torero, como agresor y como víctima. Así, lo fascinante del toreo es que el aficionado desarrollará una teoría de la mente (conocimiento de las intenciones de los demás) tanto del toro como del torero, construyendo una auténtica triple intersubjetividad, destacando el papel activo del espectador.

«Se torea como se es y se torea como se ama» (Angélica Liddell). Es interesante también observar que cuando valoramos si nos gusta o no una obra, se nos activa la «red de modos por defecto», circuito neuronal relacionado con la evaluación de la información que nos afecta. Así, nuestro software cerebral emplea, para apreciar el arte y darle un significado a la obra, el sentido de identidad y hace que nos remueva por dentro. Este fenómeno es, sin lugar a duda, más intenso en la plaza de toros, donde el ánimo del público está en constante fluctuación, incluso en una misma faena. Los psicoanalistas (Cecilio Paniagua, «Psicología de la afición taurina», 2008) describieron que existe un conflicto constante y simultáneo en el que queremos, por un lado, que el torero ponga su vida en peligro y, por el otro, que no ocurra ninguna desgracia. Esta ambivalencia en nuestra identificación, junto con el proceso de percepción de la belleza, provocaría sentimientos profundos, conmovedores y placenteros. Así, el arte taurino puede poner al ser humano en contacto con sus sentimientos más hondos e incluso con lo inefable (el «duende»).

Si bien existe una fascinación por el riesgo que corre el torero y el sacrificio del toro en la tauromaquia, nada más lejos de que se acerque esto al sadismo, ya que los aficionados no se conmueven ni excitan por actuaciones crueles. El aficionado, de forma implícita, busca los procesos implicados en la percepción estética, que favorecen, entre otras cosas, el juicio evaluativo, la toma de decisiones y el control cognitivo, justo lo contrario que ocurre en la excitación sádica. Además, al estimular la empatía, el arte puede mejorar la cohesión social y disminuir las conductas antisociales. La violencia se sublima en el arte que pacifica.

«Es como estar con alguien que está ansioso y agresivo, y mostrarle o decirle algo que lo calme» (Pepe Luis Vázquez). De forma más general, las bases comunes entre el cerebro artístico y el cerebro «moral» podrían explicar que la más mínima transgresión de las normas sociales en la plaza de toros sea insoportable para el aficionado. Quizá el aficionado tiende a cultivar una integración entre arte, valores y estilo de vida.

Los efectos sociales del arte del toreo van mucho más allá de esa individualidad. Cuando el público en su conjunto se ve conmovido por un momento de gracia artística, los efectos biológicos facilitan un sentimiento de pertenencia que va más allá del placer de estar juntos y que favorece la cohesión social. Así, se desarrolla una comunicación emocional entre los aficionados. Algo evidente en faenas sublimes, donde se pueden ver abrazos entre desconocidos en los tendidos, donde los aficionados reproducen los pases que han visto, pues así se comunican mejor que usando palabras.

Después de haber comprobado cómo el toreo puede llegar a tocar el alma y crear afición, vamos a ver a reflexionar sobre la psicología del aficionado. En primer lugar, debemos contrarrestar las fake news que circulan bajo la influencia de los animalistas. Pero, antes de ello, conviene recordar que los toreros son también aficionados de forma inequívoca. Picasso nombra a un mismo cuadro El torero y El aficionado (1912, Kunstmuseum Basel).

En un buen estudio científico, el psicólogo David Guillén (2017) puso de manifiesto que los jóvenes que acudían a escuelas taurinas, en comparación con sus compañeros de clase, tenían mejores niveles de bienestar y recursos psicológicos más desarrollados para afrontar los problemas de la vida cotidiana. Aunque este estudio no proporcione una relación causal, muestra que los que deciden investirse en la tauromaquia funcionan bastante mejor psicológicamente, lo que puede ser más importante de lo que pudiera parecer en la actual situación juvenil. Por otra parte, en un estudio portugués de Luís Capucha et al. (2020) se comprobó que no existe una correlación entre la asistencia o la participación en las actividades taurinas y los niveles de delincuencia, incluidos los delitos violentos. Esto refuerza las conclusiones de un análisis científico presentado ya en 1999 por el doctor Enrique Echeburúa Odriozola en que indicaba que no existía ninguna prueba de que la asistencia a las corridas de toros no sólo no tenía un efecto negativo en el desarrollo de los niños, sino que lo mejoraba. La elección de una actividad cultural depende no sólo de las disposiciones psicológicas individuales, sino también de un entorno favorable, por lo que corresponde a los aficionados el transmitir a sus hijos, sin temor, la pasión que permitirá la supervivencia del toreo. Hay base científica para decir que los taurinos no son sociópatas, algo que quizá no se pueda decir de los antis.

«Los artistas vienen a trastornar nuestras certezas, a crear belleza, es decir, lo que escapa a lo conocido» (Nicolas Bourriaud). El estudio sobre los aprendices de torero permite subrayar aquellos rasgos de personalidad más pronunciados entre ellos que entre sus compañeros. Tienen una mayor tendencia a ser generosos, indulgentes y sinceros, así como a ser más reservados y tranquilos, más trabajadores, escrupulosos, perseverantes, curiosos y creativos (mayor «apertura»). Es un hecho bien establecido en psicología que tanto crear como apreciar el arte comparten un rasgo de personalidad: la «apertura a la experiencia». Esta apertura se relaciona con el hecho de ser más imaginativo, creativo y sensible, menos autoritario, tener más actitudes liberales y preferencias no convencionales. Además, también se asocia con la preferencia de las formas redondeadas sobre las angulosas. Ya lo dijo el maestro: «Al toro hay que llevarlo detrás de la cadera. El toreo no es en línea recta, sino en circunferencia» (Rafael de Paula).

Entre los aficionados, la búsqueda activa de experiencias se refleja en su curiosidad, independencia de juicio, tolerancia a la complejidad, experiencia irreal, ambigüedad y ambivalencia, todo ello tan presente en una corrida de toros. Por otro lado, los rasgos propios de cada individuo en lo relativo a templanza, estoicismo e intransigencia permiten la diversidad entre los aficionados, con quienes se comparten emoción y conocimiento.

«El arte es una garantía de salud mental» (Louise Bourgeois). La OMS (2019) ha identificado la importancia del arte en la prevención y promoción de los problemas de la salud mental, el bienestar y la cohesión social. El informe establece los beneficios de las actividades culturales. La interacción social con el resto de los participantes puede reducir la sensación de soledad y de falta de apoyo social, ambas dimensiones relacionadas con el deterioro cognitivo, la depresión y la mortalidad prematura. Desde el punto de vista psicológico, los componentes estéticos de las actividades artísticas permiten la regulación de las emociones y la reducción del estrés, algo sumamente perjudicial para la salud mental y física. Por último, el arte fomenta la empatía, el compromiso social y la colaboración, todo lo cual contribuye a reducir la discriminación y a reforzar la cohesión social, un pilar indispensable para la supervivencia de la sociedad.

«El toreo, como tantas cosas, desaparecerá por la invasión de la mediocridad. Hay que volver al arte, a la liturgia, a la misa. Al teatro le sucede lo mismo, Rafael. Se ha perdido el sentido de la tragedia y el sentido de la verdad. En todos los ámbitos del arte estamos viviendo en el embuste. Es una catástrofe. Yo me siento cada vez más sola» (Angélica Liddell, en conversación con Rafael de Paula).

 

Philippe Courtet y Lucas Giner son psiquiatras