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La afición

 Sin dejar de reconocer la difícil coyuntura socioeconómica en que se encuentra actualmente el espectáculo taurino, la decadencia de la Fiesta no deja de ser un tópico que viene de lejos. Ya en 1932, viéndose la empresa de Madrid en el apuro de inaugurar la nueva Plaza Monumental de Las Ventas, y habiendo comprobado que no tenía público ni para llenar la vieja Plaza de la Fuente del Berro (con menos de la mitad de capacidad que Las Ventas), escribe al respecto César Jalón Clarito  en Grandezas y miserias del toreo  (1933): «Sobran corridas, muchas corridas en los corrales, aún contada la ayuda que supone el incremento del espectáculo en el Mediodía de Francia. Sobran toreros y aspirantes por esos cafés del diablo. Es la ocasión para enderezar la Fiesta, cuya decadencia ha dejado de constituir un tópico». El diagnóstico del célebre crítico taurino está claro: sobran toros y toreros, al tiempo que falta gente en los tendidos.   Noventa años después, toro, torero y afición siguen siendo los tres puntales básicos del viejo rito. En ningún caso se trata de equipararlos, puesto que cada uno tiene su propio papel en la Fiesta, pero sí de cambiar la actitud pasiva —tantas veces maltratada— del tercero de ellos. En efecto, seguimos enfrentándonos a la necesidad imperiosa de «enderezar la Fiesta», pero esta vez será imprescindible contar con el aficionado o no habrá ocasión para tal enderezamiento.

La afición debe reclamar su derecho a desempeñar un papel de mayor relevancia en esta ecuación, sin caer en el riesgo o la tentación de anteponerse a los otros dos actores principales, pero sí por encima de otros elementos que, históricamente, han ido ganando cada vez más poder e influencia (empresarios, apoderados, críticos taurinos, comisionistas, políticos, veterinarios, presidentes, comisarios y demás advenedizos en general…). No se trata de suplantar a nadie, pero, en su justa medida, no se debería olvidar nunca por parte del estamento taurino la importancia de la afición para el sostenimiento y futuro del negocio. ¿En qué momento dejó de ser tenida en cuenta la afición? A día de hoy, duele tener que reconocer que el ínclito Jesulín de Ubrique quizá llevaba razón cuando, en pleno apogeo de su fulgurante carrera, decía: «Los verdaderos aficionados caben todos en un autobús». ¿Estamos a tiempo de revertir esta situación recuperando un nuevo tipo de aficionado de cara a los próximos años?

En todo este bizarro entramado que conforma el llamado «planeta de los toros», la afición debe reivindicar y defender su papel como defensora de una visión ética y a largo plazo de la Fiesta, frente a las triquiñuelas, los tejemanejes y el cortoplacismo imperante en la actualidad.

Los objetivos: abogar por la integridad del espectáculo (nadie pretende que salga el toro de Madrid en Olivenza, pero sí con las astas íntegras y sin manipulaciones); fomentar la variedad de encastes como patrimonio esencial de la tauromaquia (defendiendo al toro bravo como animal en peligro de extinción); participar con voz y voto en cualquier cambio reglamentario que se plantee en el futuro y reclamar la homogeneización nacional del reglamento; reivindicar la importancia de los dos primeros tercios y de la suerte suprema; servir de contrapeso a la visión cortoplacista de empresarios y administraciones públicas; exigir la meritocracia en los carteles (tanto en lo relativo a ganaderías como a matadores); contribuir al acercamiento de la Fiesta a la sociedad, hacer pedagogía, explicar y enseñar la tauromaquia; acceder a la gente joven, ya que son el futuro y se está comprobando que acuden a las plazas donde se les hace un hueco; promover en el ámbito universitario los estudios rigurosos sobre la Fiesta como fenómeno cultural de primer orden y darles difusión en distintos tipos de foros (no sólo taurinos).

La afición, por tanto, debería convertirse en un nexo intermedio entre los numerosos actores: empresa y administración; empresa y toreros/ganaderos; profesionales y sociedad. ¿Cómo se logra esto? Dando un mayor protagonismo al aficionado. Si la mayoría de las plazas son de propiedad pública, parece lógico pensar que los dueños últimos (es decir, los aficionados, el equivalente a «los votantes» para los políticos) tengan algo que decir a la hora de confeccionar pliegos y carteles, adjudicar plazas, controlar la gestión de los empresarios mediante representación en algunos organismos como, por ejemplo, el Centro de Asuntos Taurinos de la CAM.

Ante la actividad cada vez más decidida y proactiva de los antitaurinos, el sector taurino debe reaccionar con un liderazgo claro por parte de la afición de cara a la opinión pública. En este sentido, resulta imprescindible recabar la colaboración de los aficionados a los toros que subsisten, más o menos de tapadillo, en distintos ámbitos de la sociedad (desde la Judicatura hasta la Administración pública, desde los partidos políticos hasta la Universidad, desde el mundo del arte y el espectáculo hasta las redacciones de los periódicos, por poner sólo unos pocos ejemplos), que sean capaces de manifestarse públicamente como tales aficionados. Es necesario detectarlos, acercarse a ellos y ofrecerles medios de difusión atractivos y solventes para que se atrevan a descubrir abiertamente su adhesión a la Fiesta. También sería necesario conseguir patrocinios de empresas dispuestas a vincular su imagen de marca con la promoción de la tauromaquia como patrimonio cultural de nuestro pueblo.

En definitiva, el aficionado puede (y debe) ser una figura intermedia que vele por el interés de la tauromaquia con un rol mucho más activo e influyente que el limitado al simple hecho de pasar por taquilla, pagar una entrada cada vez más cara y ver lo que le echen, como en gran medida sucede actualmente. Se trata, por tanto, de reforzar el estado de la tauromaquia asegurando su futuro desde una visión a largo plazo (de la que carecen muchos de los principales actores del actual entramado taurino), y de garantizar la ética y el rigor en la organización de los espectáculos taurinos. ¿Estaremos aún a tiempo de enderezar esto?