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De duelos y héroes en memoria del matador caído

CUENTA UNA VIEJA leyenda que Tetis, la madre de Aquiles, quiso advertir a su hijo de los dos caminos que el destino le reservaba. Enfrentado a una doble ventura, aquel héroe antiguo tuvo que elegir entre dos formas de existencia: una larga y pródiga en placeres, provista de ocio y comodidad tras la cual, sin embargo, nadie lo recordaría. El otro camino posible lo conduciría a una guerra ajena y lejana, la de Troya, donde con toda certeza moriría joven, pero a cambio su nombre sería recordado por toda la eternidad. Vivir en el nombre y por el nombre, tal fue siempre el destino de los héroes y con justicia cabría preguntarse si la verdad del mito no queda probada en el hecho de que todavía hoy sigamos recordando el de Aquiles. Con exactas palabras lo advirtió también, tanto tiempo después, William Shakespeare cuando señaló que los cobardes mueren mil veces pero el valiente sólo prueba una vez la muerte. La cita, tal vez, requiera una enmienda y es que la lógica del héroe no es otra que la de morir una vez para no morir nunca.

Por Víctor volvimos a saber, esto es, a no olvidar, que la verdad del toreo se dice de muchas maneras, pero todas convergen en una: matar la muerte. Valor, ciencia y belleza fueron las únicas armas, frágiles y humanas, con las que el hombre concurrió al encuentro con el toro. Provisto de tales virtudes y con una inocencia comprometida hizo que el toreo volviera a mostrarse como un ritual intempestivo y de imposible comprensión. Como todo lo trascendente, en la vida y en la muerte, la tauromaquia ni es hija del tiempo ni atiende a las deudas puntuales que imponen el contexto, la circunstancia y la historia. Acaso la verdad nunca haya sido hija del tiempo. Por todo ello, la razón y el argumento jamás podrán legitimar la verdad que invoca toreo, una verdad profundamente moral y estética en la que el bien y la belleza quisieran resumirse, como en ideal platónico, en la escena de un hombre valiente que enseña y que se enseña provisto de la más divina y generosa de las locuras. Fue también Platón quien dijo que el amor es una locura propia de los dioses capaz de infundir la más leal de todas las virtudes. Parece probado: nadie es tan cobarde como para no convertirse en un héroe ante los ojos de la persona amada.

La lidia del toro es, con todo, un duelo generoso que no sólo nutre de fama y gloria a quien la ejercita. Como en toda gesta, el héroe necesita testigos que amparen y custodien su memoria pero, hará falta recordarlo, el público taurino no concurre al festejo movido por un arte espectacular ni por un mero deleite estético. La plaza es un lugar singular en el que el torero exhibe su valentía pero es también un escenario en el que los aficionados ejercemos algo tan noble e inusual como una confesión pública: venimos a contemplar a hombres que son mejores que nosotros con la silente esperanza de que algún día, con suerte, seremos capaces de emular un gesto o una actitud que sabremos inspirada por un juego tan real como la vida. Es Víctor un hombre y un nombre consagrado a la victoria, una victoria que generosamente quiso compartir con nosotros. A él le debemos la confianza íntima de que existen prácticas humanas capaces de elevarnos por encima de la necesidad hasta demostrar que podrán resolverse todos los contrarios. Gracias a la lidia sabemos que pueden conciliarse la fuerza y la fragilidad, la valentía y la vulnerabilidad, la seguridad y el riesgo… Y gracias a Víctor sabremos conjugar, hoy y siempre, la muerte y la esperanza. Algunas lecturas quisieron hacer del toreo una metáfora más o menos perfecta de la vida pero la muerte de Víctor Barrio podrá incluso prolongar la aspiración hasta convertir la vida en una metáfora del toreo. La esperanza es siempre una sed de justicia y en la tauromaquia se demuestra que, allí donde caiga la muerte, en el hombre o en el toro, nos encontraremos siempre con la vida. Como Aquiles: que sea larga sobre la tierra o inmortal en la memoria.

DIEGO S. GARROCHO es profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad Autónoma de Madrid

NÚMERO UNO. FERIAS. MAYO – AGOSTO, 2017.