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Hay que mirarla bien

A Carlos Checa

Para quienes asistimos a la última corrida de toros celebrada hasta ahora en Barcelona, acudimos al llamado de José Tomás, cómo no, pero también al de la emoción que se experimenta cuando algo parece que va a acontecer por última vez, que es un fin de raza, un momento irrepetible, o, ya que estamos en lo que estamos, un fin de fiesta. Y la emoción estuvo, desde luego, en esos abrazos de aficionados que no tenían nada más en común que su abono contiguo, pero para quienes ese abono contiguo era de las mejores cosas que les había pasado en la vida, y ya no. La semana siguiente ya no, el año próximo, ya no. Y esa emoción estuvo por supuesto en la corrida misma, en las dos faenas de Tomás, hubiera sido ésa la última o la primera, hubiera tenido lugar en Barcelona o en Quito, en pleno agosto sin brisa o cayendo impertinentes chuzos de punta. Pero es cierto que esa sensación anunciada de última vez, de momento irrepetible, hace que uno quiera exprimir cada minuto, que se alargue el tiempo por el mero ejercicio de otorgarle una severa intensidad a su transcurso, porque todo tiene que ser recordado, porque al cabo es posible, sí, que todo esto ya no vuelva a verlo, que ésta sea, en efecto, la última vez. Y es que de pronto cuanto era normal o al menos consuetudinario se torna excepcional, y es que entonces le otorgas, no sólo la severa intensidad al transcurso del tiempo, también valor a lo que sabes estar a punto de perder, un valor que hasta ese instante no habías nunca calibrado, lo calibras precisamente en el instante en el que de verdad sabes que puedes perderlo. Y esa sensación puede ocurrir en todos los ámbitos de la vida, ocurre sin duda, pero suele darse pocas veces, porque lo irrepetible no puede volver a suceder, si no quiere el epíteto perder canalla su mismo sentido.

Y ya que tanto nos cuesta a los taurinos explicar aquello que a veces resulta inexplicable, convencer al profano —que no ya desde luego al refractario— transmitir eso que nos hace ser merecedores del adjetivo, tal vez esa sensación de última vez consiga aclarar un poco cuanto queremos decir. Porque; ¿no es al cabo eso lo que hace distinta a la tauromaquia?, ¿no es precisamente la sensación de última vez, de posible última vez, que ocurre cuando alguien como José Tomás se pone delante de un toro, la que resulta única y al menos durante ese instante irrepetible? Y cito al que desde luego consiguió emocionarnos en ese día, porque su manera de enfrentar al toro transmite más que ninguno esa sensación, que es, en el fondo, el rasgo diferencial de la Fiesta, aquello que no logra transmitirnos ni una obra de teatro, ni la contemplación de un cuadro, ni siquiera la lectura primera de un texto que nos sobrecoge. Lo expresa Borges mejor que nadie en su poema La cifra, que termina con estos versos:

 

Vivimos descubriendo y olvidando

esa dulce costumbre de la noche.

Hay que mirarla bien. Puede ser la última.

 

Pero si hablamos de la noche, pensamos ingenuos que estará para siempre, por eso la olvidamos, por eso estamos obligados a recordarnos que debemos mirarla bien, no vaya a ser que, en efecto, sea la última. Vivimos inconscientes de esa ignorancia, o sumidos de lleno en ella, en casi todos los ámbitos de la vida actuamos sin darnos cuenta de que cada paso puede ser el último paso, que cada almuerzo puede ser el almuerzo postrero, aunque hayamos pasado del flan con nata. Pero basta que salga un toro por la puerta de chiqueros, basta que alguien lo espere con los pies juntos y se haga el silencio, para que sintamos eso que sentimos quienes asistimos esa tarde a la Plaza en Barcelona. No, no hacía falta que en ese caso nos hubieran dado el aviso, o quizá los tres, de que esa sería la última tarde. Hoy también podemos experimentar la misma sensación, esa sensación la lleva la tauromaquia en sus entrañas, no es que temamos estar ante un fin de la Fiesta y no de fiesta, que ojalá no, basta que salga un toro, y ahí estará esa emoción. Concéntrate en la faena, pon atención. Y si hay verdad de por medio, que ésa es la clave de la supervivencia y no los refractarios, no necesitarás recordar lo que escribió Borges de la muy rutinaria costumbre de la noche. Hay que mirarla bien. Puede ser la última. Porque eso viene con la Fiesta, porque esa sensación te la aporta la Fiesta, y casi nada más. Y nada menos.

MIGUEL ALBERO es diplomático y escritor.

NÚMERO UNO. FERIAS. MAYO – AGOSTO, 2017.