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AL TIEMPO EN QUE allá en las plazas de Francia, toda manifestación antitaurina queda restringida a una prudente distancia, lejos de los aficionados que libremente eligen asistir a las corridas…, en México, por el contrario, se registran cada vez más los peligrosos escenarios del abierto enfrentamiento. En las inmediaciones de la Monumental Plaza de Toros “México” ha habido lluvia de pedradas (que han lesionado a niños y adultos, aficionados o villamelones por igual) y no simples puestas en escena donde jóvenes confundidos se tiran al suelo, simulando haber sido banderilleados y muertos a estoque con salsas de tomate.

Más que recurrir al mise en scène, los objetores en Francia han recurrido al civilizado territorio de lo judicial, donde descubren la ligera neblina de su propia ignorancia: desconocen que la tauromaquia no es que sea tolerada, sino abiertamente considerada como parte de la cultura mediterránea del sur de su país y confirman que, al menos en las leyes que heredan el gran espíritu de la Revolución Francesa y aquello de la Hermandad, Fraternidad y Libertad garantiza el respeto al derecho ajeno que debería garantizar todas las paces que urgen en México. Así como se ha mencionado el enrevesado proceso que se debate en Colombia –y en particular, el caso de la Monumental Plaza de Santa María de Bogotá– y así como toda empresa y empeño se encuentra actualmente empañado por las barbaridades que sufre Venezuela, no se registran manifestaciones agresivas en contra de la celebración de corridas de toros en Perú o en Ecuador que tengan parangón con la cada vez más tensa situación que ronda sobre ellas en México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos y su cultura supuestamente aséptica de los rodeos de jaripeo y birlibirloques pintados de payaso. Con todo, consta que al final toda diatriba y moción en contra de las corridas de toros ha de dirimirse en un clima sano de abierto debate (donde ambas partes finquen en la razón la defensa o denostación del arte con hondas raíces históricas y culturales en nuestras sociedades) y no en la pública confrontación y la abierta agresión donde sólo se manifiesta la ominosa animalidad de la violencia.

N. de la R.

NÚMERO DOS. OTOÑO. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE, 2017