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Una historia (flamenca) del toreo

Siendo los flamencos y los toreros una gran familia, no es de extrañar que los primeros hayan dedicado una parte de su arte a creaciones de temática taurina. No voy a hablar de las ocasiones en que un cantaor ha ilustrado con su voz la faena de un torero admirado, sino que voy a centrarme en aquellos cantes flamencos en los que se alude al toreo. Tantas y tan magníficas muestras tenemos que se podría contar la historia del toreo a través del cante flamenco.

En 1963 Pepe Marchena rescataba unos antiguos tanguillos de las Viejas Ricas en los que El Tío de la Tiza, su autor, evocaba –allá por 1884– nombres de toreros históricos (“Recordemos los tiempos remotos de Pepe-Hillo / de Costillares y Pedro Romero / Lagartijo y Bocanegra / y de Cádiz El Marinero / Sanlúcar de Barrameda / el simpático Hermosilla / Guerrita y El Espartero / de Córdoba y de Sevilla”) para, a renglón seguido de la retahíla, ensalzar al mítico Curro Cúchares fallecido en La Habana en 1868 del vómito negro (“Con el mar revuelto y brusco / a La Habana fuimos a parar / visitamos los sepulcros / de Cúchares inmortal […] Y entonces nos descubrimos / recordamos su memoria / con sentimiento dijimos / Dios lo tenga en su Santa Gloria”).

La cosa tenía su aquel, pues tanto Cúchares como Marchena fueron dos heterodoxos declarados que concitaron las iras de los guardianes de la pureza de sus respectivas épocas y artes. Sin embargo, Cúchares fue un diestro largo y variado, imaginativo y genial —tan genial que al toreo lo llamaron “el arte de Cúchares”—, y Marchena, payo en época de gitanofilia, fue muy admirado por los cantaores gitanos. Manuel Torre, gitano, dijo que cantaba “como ángel caído del cielo”; Tomás Pavón, gitano, que “cuando Dios creó el cielo tiró la sal y toda le cayó al Niño de Marchena porque sólo andando tiene más arte que todo el mundo”; y Carmen Amaya, gitana, remachó: “Marchena, figurón del cante. Merecería ser gitano”.

 Pero el toreo no es un mero listado de nombres famosos o la evocación cuasi religiosa de los grandes toreros, sino también un drama hecho a sangre y fuego. Por eso, desde los primeros tiempos la muerte del torero en las astas de los toros ha sido llorada y cantada por el pueblo y por los flamencos.

En mayo de 1820 y en Ronda, muere Curro Guillén. Juan León, banderillero de Guillén se colgó de un pitón de un toro de Cabrera (antecesor de los actuales miuras) por hacer el quite a su maestro. Hubo un momento, en el imaginario colectivo, en el que los dos colgaban cada uno de un pitón del toro. Y es que los toreros son capaces de jugarse la vida por salvar la de un compañero. Como sentenciara Gregorio Corrochano, “Judas no hubiera podido ser torero”.

Guillén fue cogido por citar a recibir a instancias de una voz del tendido (¡qué inoportunas son siempre las inoportunas voces del tendido!). Curro de Utrera le canta a Curro Guillén por rondeñas: “Plaza de toros de Ronda / triste recuerdo para Utrera / Curro Guillén su torero / con un toro de Cabrera / perdió la vida en tu albero”.

Curro Guillén transmitía la alegría característica de la escuela sevillana. La copla popular lo inmortalizó: “Bien puede decir que ha visto / lo que en el mundo hay que ver / el que ha visto matar toros / al señor Curro Guillén”. Y eso que le tocó una época muy complicada de prohibiciones. La época de la invasión francesa. Conviene aclarar que (igualito que hoy) los prohibicionistas eran los nuestros (antes los borbones y ahora los gobiernos catalanes) y los defensores de la Fiesta (ayer y hoy), los franceses.

Al diestro Juan León, el del quite a Guillén, nos lo encontraremos años después junto a otros compañeros en el famoso Café de la Unión madrileño. Allá por el siglo XIX, la vida española se desarrollaba en los cafés y, por eso, los flamencos cantaron por caracoles “Vámonos, vámonos / al café de la Unión / donde paran Curro Cúchares / El Tato y Juan León”.

El tercero de esa terna cafeteril, El Tato, yerno de Cúchares, fue un afamado espada que perdió la pierna por gangrena tras un puntazo del toro Peregrino de Vicente Martínez en Madrid. Fue allá por junio de 1889. Su competencia con El Gordito —espada banderillero maestro de Lagartijo y potenciador de los quiebros— había sido tremenda.

Pero, para competencia épica, la que sostuvieron Lagartijo y Frascuelo. Nada más y nada menos que casi un cuarto de siglo de encarnizada lucha sin cuartel, con fortuna desigual y con un fondo de apasionados partidarios luchando a brazo partido en defensa de sus toreros. Los anabaptistas custodios del arte de Rafael Molina y los partidarios del Negro Frascuelo pelean y riñen en los tendidos mientras los diestros hacen tales locuras en la arena (sobre todo, en sus primeros años) que los presidentes los tienen que llamar al orden no pocas veces.

Por bulerías les cantaba La Niña de los Peines. Había pasado mucho tiempo pero algunas cosas no se olvidan fácilmente: “Las tres, señor presidente / saque usted ya su pañuelo / a ver quién es más valiente / si es Lagartijo o Frascuelo / Qué guapa es la ganadera / Frascuelo le está brindando / Lagartijo entre barreras / los tufos se está peinando […] Cayó el toro de rodillas / con media lagartijera / debajo de las mantillas / suspira una cigarrera / Frascuelo tiró la capa / Que me abran ese toril / Prepárate niña guapa / Que me vas a ver morir /  Mamita mía / Da miedo ver / La valentía / De Rafael / Que ya sonaron las tres / y hay un toro de bandera / en medio del redondel / Ay, ay, un toro en el redondel”. La voz de Pastora Pavón, La Niña de los Peines, voz de estaño fundido, fue declarada Bien de Interés Cultural por la Junta de Andalucía en 1999.

La competencia de Lagartijo y Frascuelo se intentó reeditar con Guerrita y Espartero. Lo testimonia, por tanguillos, El Mochuelo: “De la grande competencia / del Espartero y Guerrita / es un deber de conciencia / de dictar esta coplita […] Por esa razón sencilla / decimos los bandoleros / vivan Córdoba y Sevilla / Guerrita y el Espartero”. Sin embargo, Maoliyo no era rival para el Guerra, y todo acabó cuando lo mató un toro de Miura en Madrid. Lo cantaba también por tanguillos el mismo cantaor: “La muerte del Espartero / en Sevilla causó espanto / desde que aquí lo trajeron / y hasta el mismo camposanto […] Murió por su valentía / el simpático torero / llamado Manuel García / y por apodo El Espartero / En el circo madrileño / trabajó con mala suerte / porque un toro de Miura / le ha ocasionado la muerte / Un toro quitó la vida / a ese matador valiente / la afición quedó dormida / lo llorará eternamente”.

Corría el mes de mayo de 1894. Mal mes el de mayo para los toreros, mucha primavera en los campos y mucha sangre brava en los toros. En mayo murieron Guillén y el Espartero y, en mayo, murieron Varelito, Granero y Joselito El Gallo: “En Madrid murió Granero / y en Sevilla, Varelito / y en Talavera de la Reina / mató un toro a Joselito / el hijo de la Gabriela”. Agujetas lo canta por bulerías, pero trastocando sitios y nombres. También en mayo, en 1934, un toro de Graciliano dio una cornada que luego sería mortal a Francisco Vega de los Reyes, Francisco Vega de los Reyes, también llamado Curro Puya o Gitanillo de Triana, aquel al que se le paraba el corazón toreando. Le lloró por alegrías un gran cantaor Antonio el Sevillano (“fandanguero egregio”, según Antonio Mairena): “Tenía Triana un torero / Curro Puya se llamaba / el que asombró al mundo entero / con su toreo de capa / Siempre lo recordaré / como nunca olvido / el arte gitano / de su hermano Rafael”.

A este Rafael Gitanillo lo llevaba Manolete por delante en los carteles pues le gustaba, después de las corridas y metidos en juerga, oírle cantar. A Manolete también lo mató un toro de Miura, Islero, como otro miura, Jocinero, había hecho lo mismo con su tío-abuelo Pepete.

A Pepete le cantaba por tanguillos gaditanos, Fernando El Herrero: “El gran José Rodríguez ese fue el primero / víctima fue en Madrid del toro célebre Jocinero / ya ocupaba en el arte por su valor / un buen puesto, la muerte lo destruyó”. A Manolete lo lloró su amigo del alma Manolo Caracol por aires de zambra y con el piano de Arturo Pavón, con una repetición de los tercios que tiene ecos de doble de campanas: “Tiene los ojos cerraos / el mejor de los toreros / también se llama Manuel / lo mismo que El Espartero / El as de los ases fue / mezcla de gitano y moro / Manolete el cordobés / dejó su vida en el toro / Y el pueblo que lo aclamó / No lo lloraba bastante / y para calmar su dolor / con el eco de mis cantes”. Una copla que —no sé porqué— me recuerda la elegía que compuso Miguel Hernández para Ramón Sijé, su compañero del alma.

Es el precio de la gloria. Esa gloria taurina que tan bien supieron cantar los flamencos. Como también supieron cantar los triunfos de los toreros más populares (mediáticos, les dicen hoy) que se llamaron Pepe-Hillo, Curro Guillén, El Gordito, El Espartero, Reverte o Juan Belmonte.

Lo de Reverte, por ejemplo, fue un caso aparte. Reverte fue un torero corto que tuvo que competir nada menos que con El Guerra, torero largo y poderoso, a base exclusivamente de valor y leyenda. Y, en efecto, su vida de leyenda pasó a los cantes y a las coplas. Una de estas coplas decía:Cuando anuncian los carteles / que Reverte va a matar / se escandaliza Sevilla / y todo el pueblo de Alcalá”. Y otra aquello de: “La novia de Reverte / tiene un pañuelo / con cuatro picadores / Reverte en medio”. Copla esta que Concha Piquer metió por sevillanas y Juan Valderrama por serranas.

Y cerramos con un recitado de Juan Valderrama dedicada a los cuatro grandes puntales del toreo: “Cuatro puntales sostienen la catedral del toreo / cuatro torres andaluzas esculpidas por el genio / Juan Belmonte, Joselito, Rafael Gallo Hechicero / y un Manuel, Manuel Rodríguez Manolete, ¡qué torero! / Los cuatro grandes del toro / ¡Ay qué pena de no verlos! / Cartel de feria exclusivo / del empresario del cielo”.

Valderrama remataba, cantiñeando: “El que quiera ver toritos / que suba al cielo / que se han juntado lo mejor / y más puro de los toreros”.

Y rematamos nosotros, apostillando, que el que quiera de verdad ver toros, disfrutar con los toros, con lo mejor y más puro del toreo, que empiece escuchando estos cantes flamencos. No se arrepentirá.

JOSÉ MORENTE es arquitecto y autor del blog taurino La razón incorpórea.

SEGUNDO AÑO. NUMERO CUATRO. FERIAS. MAYO – AGOSTO. 2018