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Radiografía de una escuela

El toreo es una compleja maquinaria repleta de engranajes que hacen posible el buen funcionamiento de la totalidad. En el momento actual, uno de los mecanismos básicos y elementales que condicionan la supervivencia del sistema lo constituye la escuela taurina, imprescindible para que los muchos llamados comiencen a adiestrarse y a experimentar la dura y hermosa realidad del arte de lidiar reses bravas. Las escuelas taurinas son la puerta para iniciarse en la senda del toreo; un pórtico casi exclusivo, pues difícilmente podrán los chavales comenzar a torear sin figurar como alumnos en alguna de ellas. En las escuelas, empezarán también a vivir la criba que las exigencias de la profesión provoca en todos los aspirantes a la gloria, que progresivamente irá descartando a la mayoría para, al final, quedarse con un pequeño grupo de elegidos.

José Manuel Berciano, matador de toros portuense y, actualmente, banderillero y profesor de la Escuela Taurina La Gallosina del Puerto de Santa María, conoce bien cómo funciona el sistema. Para él, una escuela taurina constituye un aliciente para el chaval que quiere ser torero. Ni más ni menos que eso. De ahí que se apresure a puntualizar que, en contra de lo que cree mucha gente, la escuela taurina no está para descubrir toreros, sino para aportar un granito de arena más a la carrera del aspirante a la gloria; asesorarlo y prepararlo dentro de las clases que se imparten hasta que debuta con picadores, momento en el cual queda libre. Las escuelas no pueden marcarse el reto de formar toreros porque en el instante en que debuta con caballos la vinculación con el torero se acaba.

El tránsito de las novilladas sin caballos a las novilladas con picadores sume al novillero en una tremenda orfandad. Para el que pega el salto, las novilladas que montan las escuelas han quedado atrás; tratar de meter la cabeza en los escasísimos festejos picados que se le ofrecen es una tarea frustrante, capaz de descorazonar al más dispuesto. Buscando paliar este grave desajuste, la Escuela Taurina El Puerto recoge en su reglamento interno, e incluso en la documentación que anualmente remite a la Junta de Andalucía, la posibilidad de matricular a alumnos que ya hayan debutado con picadores para ayudarlos en ese tránsito de un escalafón a otro, que es cuando ellos se sienten más desprotegidos y abandonados. Aunque ya no pueden participar en clases prácticas, ni en cualquiera de los proyectos que involucren a los alumnos sin picadores, esta continuidad los ayuda en todo lo que se refiere a hacer campo, a entrenar y a recibir asesoramiento en sus novilladas picadas. Par completar este objetivo, el pliego de condiciones de la plaza de toros de El Puerto incluye que en las novilladas picadas que pudiese anunciar debe reservarse un puesto a la escuela taurina por si ésta tuviera algún nombre que aportar al cartel.

Conforme al Reglamento de Escuelas Taurinas de Andalucía, la edad mínima de admisión en cualquiera de ellas es de doce años. La de El Puerto aquí también marca sus características, pues, aunque no puede matricular a ningún alumno por debajo de esa edad, permite a los más pequeños que vayan a la plaza y jueguen al toro sin mezclarse con los demás alumnos. Una buena ocasión para los maestros observen si alguno despunta ciertas cualidades, le presten un poco de atención y alimenten su afición.

El ingreso en las escuelas sigue una minuciosa burocracia. Los mayores de doce años solicitan una instancia oficial que recoge todos los datos del chaval, así como los de su tutor legal. Se les pide, además, un certificado de escolaridad, de asistencia al colegio y que tenga todas las notas aprobadas; un certificado médico, para garantizar que al alumno no le ocurra nada físicamente entrenando, además de un seguro obligatorio de responsabilidad. En el caso de la Escuela Taurina El Puerto, que no cuenta con ninguna subvención económica, tal seguro es el único requisito que los alumnos tienen que pagar.

Pasados los trámites, el chaval se matricula y se somete a un estudio para valorar su estado físico y técnico, así como los conocimientos que posee. Dependiendo de esto último, se integra en uno de los grupos en que se divide el alumnado. En uno de ellos están los más destacados y preparados para torear; después está el grupo de los que se están iniciando y tienen distintos niveles de conocimiento, incluidos los que todavía ni saben coger bien los trastos. Tanto a unos como a otros, al inicio del curso —que se extiende de febrero a noviembre, con vacaciones en julio y agosto—,se les imparten clases teóricas sobre el reglamento taurino, la colocación de los lidiadores en la plaza —algo muy importante, pues en el toreo todo tiene su razón de ser, su tiempo y su lugar— y se les ilustra para que tengan una base de conocimiento de lo que es el capote, la muleta, el estoque, las banderillas y la puya.

En cuanto a lo que es torear, al alumno sólo se le enseña la técnica y la base para que vaya adquiriendo oficio. No se le dice “cómo pintar el cuadro”, sino la técnica precisa para pintarlo,  para que él, de su cosecha, acabe decidiendo su estilo. Esto es más fácil de decir que de llevar a la práctica. De hecho, la principal crítica a las escuelas taurinas es la acusación de fabricar toreros en serie, demasiado iguales entre sí, aunque la realidad se encarga de poner las cosas en su sitio. Es verdad que el toreo actual adolece de cierta monotonía, pero también es cierto que toreros formados en la misma escuela taurina han desarrollado un toreo muy distinto, sin parecerse en nada los unos a los otros. Valgan de ejemplo, Joselito, El Juli y Rafael de Julia, aprendices los tres en la Escuela Taurina de Madrid.

Además del toreo de salón, los alumnos adquieren otra parte de su formación en el campo. Este aspecto es cada día más difícil, porque los ganaderos han reducido mucho el número de cabezas, y porque no son muy partidarios de echarles vacas a los principiantes, pues prefieren verlas con los profesionales. Estos dos motivos hacen que cada vez cueste más trabajo obtener tentaderos para las escuelas.

Para ir al campo, las escuelas establecen tres niveles de alumnos: los que están preparados para realizar la faena de tienta; los que sólo están cualificados para torear con la muleta; y los que están iniciándose. Supongamos un tentadero de cuatro becerras. Parar, poner y sacar las vacas del caballo corre a cargo de cuatro chavales de los más preparados. Una vez que el ganadero dice “¡Vista, coger la muleta!”, pueden intervenir los menos preparados para ir soltándose con el capote. La becerra la torea de muleta uno de los aventajados, y detrás de él salen los otros. A los más nuevecitos, se les lleva para que miren y aprendan, o para que, cuando salte una vaca extraordinaria por su nobleza y claridad, se pongan delante. Ahí, aunque el chiquillo no tenga ni idea, se puede apreciar su actitud y si tiene o no valor, ya que el valor, como el arte, es algo innato, que no se aprende.

En el toreo actual, las escuelas son imprescindibles para los chavales; fuera de ellas prácticamente no hay novilladas sin picadores. Si vas por libre, es muy difícil torear. Si organizar una clase práctica puede costar diez o doce mil euros, las novilladas sin caballos se ponen en treinta o cuarenta mil; por eso la mayoría de los empresarios no las montan.

También la burocracia y los trámites de una clase práctica son totalmente distintos a los de una novillada. La seguridad impone un protocolo minucioso. En el caso de las escuelas andaluzas, para las clases prácticas hay que hacer un informe a la Delegación de Gobierno de la Junta especificando el cartel, la fecha y el tipo de espectáculo, que puede ser de tres modalidades: clase práctica, clase magistral y tentadero público. La diferencia entre clase práctica y magistral es que en esta última, además del alumno, actúa un matador de toros o un profesional. También se aporta la reseña de los novillos, con sus edades correspondientes, que pueden oscilar entre uno a tres años, y se especifica si el espectáculo se da con o sin público, aunque en cualquiera de los casos siempre es gratuito. A esa comunicación hay que adjuntar la documentación de los participantes —si son menores de edad debe acompañarse de la autorización del padre o del tutor legal—, el seguro del alumno y una autorización del ayuntamiento de la localidad donde se vaya a celebrar la clase práctica. Para completar los requisitos, debe llevarse a la plaza un equipo sanitario y una ambulancia con UVI móvil. Por si no fuera suficiente con el valor, la acumulación de papeleo es otra prueba de fuego para los aprendices de  toreros.

Visto por dentro, el mundo de las escuelas conlleva un extraordinario esfuerzo y un trabajo ingente que deben poner en práctica un grupo humano para el que —en muchos casos, como es el de la Escuela Taurina El Puerto— no existe ninguna remuneración. Los portuenses cuentan con la ayuda del ayuntamiento, pero ésta se limita a prestarles la plaza de toros y cederles un local como sede. Por lo demás, ni el director ni los profesores cobran; incluso les cuesta su dinero cuando viajan con los chavales. Una labor impagable; la maquinaria del toreo sigue funcionando gracias a ellos.

Santi Ortiz es periodista.

SEGUNDO AÑO. NUMERO CINCO. FERIAS. SEPTIEMBRE – DICIEMBRE. 2018