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Los maestros no se barren, nenes

[…] Porque desde el parvulario donde aún aprenden la cartilla, los jóvenes barrenderos ignoran que hay en estos veteranos una torería consolidada a lo largo de muchos años de fatigas, vocación, triunfo y miedos; y con la torería, cuantos pronunciamientos conforman la condición de maestros en el arte de torear. Y que esta maestría surge en cualquier momento, entre carraspeo, tos y golpes de cachaba, según ocurrió en el cuarto toro de ayer y, sobre todo, según ocurrió en el monumental quite de Antoñete al sexto.

Los maestros no se barren, nenes, pues, en primer lugar, conocen al toro, saben darle distancia y no les importa jugársela en la acometida larga y vibrante que produce el cite desde lejos. Antoñete toreó así, dejándose ver, con ritmo y reposo; cuajó series enjundiosas de redondos, ligó pases de pecho antológicos, su ayudado por bajo repetía la estampa clásica de los padres de la tauromaquia. No ganó oreja, por matar mal, pero le ovacionaron con tanta fuerza que pudo haber dado la vuelta al ruedo. Si no la dio fue porque se cansa y tiene que estar sin agujetas el día 3, que repite.
[…] El momento cumbre de la corrida fue el tercio de quites en el último toro. Lo concluyó por gaoneras desiguales Curro Vázquez. Lo abrió Julio Robles, por verónicas del delantal exquisitas. Y Antoñete subió a la cátedra.

Se abrió de capa el maestro e instrumentó tres verónicas hondas, coronadas con media de escalofrío; media liándose el toro a la cintura, que constituyó el monumento vivo al arte de torear. El público saltó de sus asientos y era el delirio. Saludó Antoñete montera en mano. Los maestros no se barren, nenes. A ver quién barre esa media verónica, inmortalizada en el ruedo de Las Ventas.

Extracto de la crónica de Joaquín Vidal, de la decimotercera corrida de San Isidro, celebrada en la plaza
de Las Ventas y publicado en El País el 27 de mayo de 1983.