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Tababocas de Urquijo

La temporada de 1934 fue una temporada tremenda, trágica, marcada por las muertes, la de Ignacio Sánchez Mejías y la de Curro Puya. Para Domingo Ortega fue año de triunfos, pero complicado. Si en sus primeros años de alternativa fue un torero jaleado, a partir de éste se le empieza a discutir y cuestionar. Lo habitual con los triunfadores. Se le critica sobre todo la monotonía de sus faenas de muleta con abuso de la mano derecha.

El lunes 30 de abril, Domingo va a vivir uno de sus momentos más complicados en ese año. Toreaba en Madrid con Nicanor Villalta, Vicente Barrera y Maravilla, toros de Urquijo y de García Natera. El primero de la tarde cogía de gravedad al baturro Nicanor Villalta, con herida en la pared abdominal. La corrida no fue buena y Domingo había estado mal en sus dos primeros toros cuando salió el séptimo, de Urquijo y de nombre Tapabocas.

Los toros de Urquijo proceden de un encaste clásico de Vistahermosa, el de Murube. Un encaste que estuvo a punto de desaparecer, pero que Joselito el Gallo salvó de la quema en 1917 aconsejando al banquero Juan Manuel Urquijo su compra. Urquijo puso los toros a nombre de su mujer Carmen de Federico y así se anunciaron. Puede decirse que Joselito, que participó en tentaderos y encerronas, aconsejando al ganadero, hizo la ganadería. El toro de Murube-Urquijo atesora bravura de la buena, aquélla que viene acompañada de nobleza y, además, con mucha clase.

No fue el caso de Tapabocas, cuyo comportamiento fue objeto de múltiples discusiones. El toro era negro, grande y bien encornado. Hizo una salida muy llamativa y tomó seis puyazos. Según Orts y Ramos, con bravura y codicia, por lo que el público se puso de su parte desde que pisó el albero.

Un hijo del ganadero, Carlos Urquijo, que entonces tenía catorce años, lo calificaba sin embargo de «superior», y añadía: «Al toro Tapabocas lo mató Domingo Ortega, y la verdad es que no pudo con él, probablemente otro torero tampoco. Se le dieron dos vueltas al ruedo, parándolo delante del mayoral de la ganadería y tocando la música en su honor».

Para Leopoldo Matos, quien estaba en la plaza, por el contrario, «era un toro manso, con muchísimo peligro. El toro de salida hizo cosas para irse de la plaza […] El toro sembró el pánico en los capotes de los banderilleros. En banderillas estaba peligrosísimo. Con gran bronca por parte del público en contra de Ortega. Domingo Ortega cogió la espada y la muleta, le pegó cuatro muletazos dejándole la rodilla como se la dejaba él entonces, y fue a cogerle el pitón al toro. Entonces el público arremetió de nuevo contra él. Domingo hizo un gesto de reto, o de extrañeza o enfado por la actitud del público hacia él. Le metió la espada al toro y lo mató».

Corrochano lo matizaba y señalaba la alegría de la plaza al descubrir que Ortega no podía con ese toro bravo. Lo contaba así:

«Salió el séptimo toro. Un hermoso toro de cara rizada y anchurosa frente. Salió sacudiéndose, estirándose y alzando el belfo como si ventease. La plaza lo señaló como el toro deseado. “Ahí está el toro”. “Ahora vamos a ver a los toreros”. Ortega le tendió el capote y el toro se fue a él con fiereza. Se le vio a Ortega dudar, se vio crecer al toro, y Ortega, en vez de reponerse, no se repuso, y ahí perdió la partida, porque la mayoría del público se puso de parte del toro. El bravo toro de doña Carmen de Federico se fue codicioso a los caballos. Toro alegre, que en cada arrancada se llevaba al público detrás. Ortega tenía ya que vencer la fiereza peligrosa del toro y la admiración del público por el toro. Era el momento decisivo de darse cuenta de su responsabilidad, de su posición en el toreo, y agotar valor y recursos. La verdad es que no lo hizo. Empezó a dejarse vencer en el momento de triunfar. No intervino en quites sino lo indispensable. Llegada la hora de la muleta, lo más fuerte del toreo de Ortega. Ortega flojeó. Definitivamente se dejaba vencer. Pero con la atención puesta en el torero, hemos desatendido al toro. El toro había cambiado y no era ya ese prodigio de bravura de las primeras varas. El toro ya había empezado a defenderse».

En ese cambio del comportamiento del toro del que hablaba Corrochano se apoyaba Ortega para justificarse: «Era un toro con peligro. Yo al cuarto pase le cogí los pitones y el público se metió conmigo. Lo tiré sin puntilla. Estos fueron los hechos… El toro tenía instinto de defensa. No tenía nada que ver con un toro bravo. Al toro bravo al tercer pase, no hay quien le toque los pitones».

La época era de muchas pasiones y pasado tanto tiempo no resulta fácil dilucidar como fue el toro y cual la respuesta del torero de Borox a la vista de esas opiniones encontradas.

Como hechos probados, tenemos esa espectacular salida al ruedo y su comportamiento en varas. Circulan dos fotografías de esa suerte con el toro arrancándose a los caballos. Una está publicada en el libro del Ángel Alcázar de Velasco Medio siglo viendo toros. Marcial Lalanda ha dicho; y la otra, en un número de El Ruedo del año 1948. En la primera, el toro inicia su galopada (la galopada de los murubeños) contra un caballo mínimamente protegido por el minipeto de los primeros años del peto. En la segunda, la fotografía de El Ruedo, el toro está llegando al caballo y colocando la cara con mucha clase. En ambas, parece un toro bravo, y como bravísimo le calificó gran parte de la crítica y el público de Madrid.

Es muy posible que el toro cambiara en banderillas desarrollando sentido defensivo, como indicaba Corrochano y como aducía en su descargo Ortega, pero me cuesta mucho trabajo calificar de manso un toro tan bravo en varas.

Lo importante es que el toro gustó al público y lo que no gustó fue la actitud de Ortega, desganado y poco comprometido en los primeros compases de su lidia. Es posible que Ortega matara como dice —y dijeron— con prontitud, aseo y sin mayores apuros, pero no era eso lo que pedía la plaza, sino la faena de dominio y poder a un toro con poder y con peligro. Esa faena de la que tanto alardeaban sus publicistas y partidarios, con Federico M. Alcázar a la cabeza.

Eso es lo que Ortega no le dio al público de Madrid y ese el motivo de su fracaso con Tapabocas. Un sonoro y sonado fracaso que todavía hoy se recuerda.

 

JOSÉ MORENTE es arquitecto y autor del blog taurino La razón incorpóre