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El héroe de verdad entre héroes de mentira

La “democratización” del heroísmo ha terminado banalizando al héroe. La sociedad de los iguales ha confundido al héroe accidental con el héroe genuino y consciente. El torero pertenece inequívocamente a ésta última categoría, entre otras razones porque su misión está revestida de una intención y de unos peligros que convocan la posibilidad de la muerte. Se requiere valor, técnica y oficio para conjurarla. Necesita el torero un camino de instrucción y de responsabilidad cuya expresión definitiva es la soledad en el ruedo, delante del toro y del público.

En cambio, el héroe moderno o posmoderno adquiere su notoriedad y su prestigio por un hecho imprevisto y por una tarea sensacionalista. Nada más gratificante en este sentido que salvar un gato de una cornisa. O rescatar un cachorro de mapache de un sumidero. El camino de perfección del héroe contemporáneo consiste en una “proeza” susceptible de viralizarse, especialmente si la hazaña concierne la redención de un animalillo vulnerable.

“Un bombero salva la vida a un lagarto tras realizarle una reanimación”. No es una broma el titular  que proponía el diario ABC el 6 de febrero de 2020. Aireaban la noticia muchos otros medios. Y la identificaban con el vídeo que detallaba la operación de salvamento. El bombero no estaba de servicio, pero reaccionó a la llamada de una familia que había alertado del ahogamiento del reptil. Era la mascota doméstica. Y se había precipitado al agua. Parecía difunto el reptil. Y comenzaban a prepararse los funerales cuando apareció el “socorrista” y le hizo un masaje coronario que terminó resucitando a la criatura. Poco importa que el episodio sucediera en Nueva Gales del Sur (Australia). Importa la repercusión planetaria de la noticia,  el orgullo del bombero y la euforia de la “familia” al reencontrarse con el ser querido. La noticia perfecta, el acontecimiento viral.

Es la siniestra perspectiva que convierte al torero en un héroe extemporáneo, difícil e incómodo. No ya por el desprestigio del toricidio, sino porque el “matador” -otro sustantivo molesto- forma parte de una categoría que cuestiona la noción asamblearia, colectiva, de los hábitos contemporáneos. Es un individuo extraño. Tiene un apodo el torero. Una indumentaria específica. Una trayectoria. Un cuerpo remendado de costurones. Y protagoniza un “misterio eucarístico” cuya gravedad explica todos los ceremoniales preparatorios que lo envuelven.