m
Post Recientes

La tauromaquia de Morante

¿Qué distingue a un torero artista? La facilidad, la naturalidad, el hacer las cosas sin esfuerzo aparente delante de la cara del toro. Todos los toreros artistas sin excepción —desde Chicuelo, Pepín, Pepe Luis o Curro Romero hasta Curro Puya, Cagancho o Rafael de Paula— han sido acusados muchas veces de negligentes, descuidados, indolentes… Hasta que les sale un toro con el que se acoplan y pueden hacer «su» toreo. Esta clase de diestros sabe muy bien que poco mérito tiene lo que se debe únicamente al arrojo y la voluntad. «Bien poco vale para el español —escribe María Zambrano— aquello que sólo se debe al esfuerzo; es como un saber ilegítimo, un saber desgraciado en que se muestra más la presunción del hombre, su vanidad o su soberbia, que la verdad; un saber no deseable». En los toreros artistas, cuando se encajan con la embestida del toro, no apreciamos ningún esfuerzo. La verdad del toreo fluye entonces con naturalidad en las distintas suertes. No obstante, en la temporada de 2021 Morante ha llevado el toreo de arte un paso más allá porque ha sido capaz de torear artísticamente a muchos toros que, en principio, no se prestaban para ello. Ya lo había demostrado en anteriores temporadas, pero este año lo ha hecho con una sorprendente regularidad.

«La belleza —escribe Kant en Crítica de la facultad de juzgar— es cuestión de reglas racionales y la gracia del juicio irracional». Por eso mismo es imposible juzgar racionalmente a un torero como Morante, porque su arte no depende tanto de reglas, sino más bien de… otra cosa. Sus partidarios no le piden rigor ni racionalidad, sino esa «otra cosa» tan difícil de ver en una plaza de toros: la gracia, un don natural. Como Morante lo tiene, muchas veces a lo largo de su carrera se ha acomodado y se ha dejado llevar, esperando que saliera el toro que le permitiera expresarse. Pero en 2021 ha demostrado sobradamente que él no sólo está tocado por la gracia, sino que también posee la técnica. Su torero, por tanto, lo reúne todo: la belleza racional derivada de las reglas de la tauromaquia junto con esa gracia irracional derivada del toreo entendido en su máxima expresión artística y estética.

La tauromaquia de Morante se sostiene en una concepción magistral de la técnica como esqueleto invisible de la expresión artística. Al mismo tiempo, se trata de un matador que odia lo convencional; busca la belleza sobrecogedora al mismo tiempo que da rienda suelta a sus distintos estados de ánimo y, en el ruedo, se manifiesta por medio de diferentes síntomas a lo largo de la lidia. En toda esta búsqueda febril delante del toro sólo parece existir una constante: el temple, algo que se constituye creadoramente. Esto mismo es aplicable a cualquier faceta de la vida, por eso se dice que hay que ser torero tanto dentro como fuera de la plaza. Ser torero equivale así a un constante vivir con temple, una permanente ejercitación del temple.

Torero siempre auténtico, en cualquier caso, para bien y para mal. Cuando Morante ve que no puede estar bien con un toro no se da coba. En honor a la verdad hay que decir que, de todos los toreros artistas que hemos conocido, el de La Puebla es, indudablemente, el que ha alcanzado una técnica más completa y depurada. Esto le ha permitido hacer faenas importantes a toros complicados y peligrosos. En 2021 Morante ha dado definitivamente la razón a todos aquellos aficionados que, dada su capacidad y talento lidiador, le exigían más. Es indiscutible que el aspecto estético y artístico siempre lo ha tenido, pero en cuanto al compromiso ético cabe destacar que esta temporada ha ido más lejos que nunca. En este sentido, fue paradigmática su faena a un ejemplar de Alcurrucén en la Feria de Otoño de Madrid. Aquél fue un toro sin entrega, que no humillaba y que punteaba, pero Morante lo toreó con una gran entrega, con una gran firmeza y pasándoselo muy cerca. Desde el punto de vista artístico, Morante ha dado un paso adelante porque ha demostrado sobradamente tres cosas que no suelen derrochar en demasía los toreros de este corte: valor (se asienta mucho y se pasa a los toros rozándole la taleguilla), técnica (es capaz de torear muy bien a la mayoría de los toros) y voluntad (para mandar en el toreo).

En el ruedo Morante nunca está solo porque le acompañan los fantasmas de todos aquellos toreros «enduendados» que le precedieron. ¿Por qué es tan bello el toreo de Morante? Una posible respuesta nos la da Valle-Inclán: «El Arte es bello porque suma en las formas actuales evocaciones antiguas, y sacude la cadena de siglos, haciendo palpitar ritmos eternos, de amor y de armonía». Así queda expuesto en la arena un cuerpo que, desde el más profundo amor por la historia del toreo, lo interpreta con idéntica pureza acordándose de los fantasmas que le acompañan: Joselito el Gallo, Belmonte, Rafael el Gallo, Chicuelo, Curro Puya, Pepe Luis, Antonio Bienvenida, Pepín Martín Vázquez… El resultado no es nunca una copia, sino una sublimación del arte de torear con arte, del cual Morante es, a día de hoy, monumento vivo.

Es el cuerpo de este torero sevillano ya antológico el que guarda las imágenes que resisten contra el olvido. Morante es ya materia y memoria del arte de torear. En un simple gesto suyo podemos llegar a intuir diferentes tauromaquias intercaladas en perfecta simbiosis, con una naturalidad pasmosa. Torero anacrónico en el que se superponen diferentes estilos, conceptos, formas; diferentes tiempos históricos que se pueden rastrear a lo largo de la historia de este arte esencialmente romántico que es la tauromaquia. Morante, torero añejo, artista romántico a base de someterse a las tauromaquias más clásicas y expresarlas en pleno siglo XXI como si se las hubiera inventado él.

Es justamente en la expresión de Morante donde podemos ver distintas tauromaquias superpuestas. No obstante, aunque pueda recordarnos en diferentes momentos de la lidia a otros toreros que quedaron grabados en el imaginario colectivo de la afición, su concepto es absolutamente personal y único. Cada vez que le vemos torear tenemos la misma sensación: se trata de gestos demasiado antiguos para ser reconocibles, tan olvidados que, al final, nos resultan nuevos y deslumbrantes. Baste recordar el inicio de faena al citado toro de Alcurrucén en la pasada Feria de Otoño de Madrid. Morante sólo se parece a sí mismo porque su íntima búsqueda y su entrañable convicción torera sólo a él le pertenecen. Ahí radica su misterio.

El arte de Morante está basado en una continua pelea con el duende. De salida, cuatro verónicas lentas, ajustadas, mecidas a compás (en la primera se juzga, en la segunda se pregunta, en la tercera se responde y en la cuarta se condena) y rematadas con esa media que sirve como absolución por una larga temporada. Lo que nos deslumbra por un instante en sus faenas es esa lucha permanente, esa íntima insatisfacción que confiere a lo que hace y deja de hacer en el ruedo de cierto aire melancólico. Y es que Sevilla dota a sus artistas de una particular alegría nunca exenta de dolor. «No se consigue este intenso placer del alma —escribe Manuel Chaves Nogales— que es la alegría sevillana más que cuando el dolor ha sido, no extinguido, sino purificado, embellecido, hecho armonía honda y estable por estas almas capaces. El dolor armonioso, el incomprensible equilibrio de estas almas, es el que da esa alegría sublime».

El toreo de Morante consigue transformar el dolor en armonía. La suya es una torería embellecida por ese incomprensible y difícil equilibrio que consiguen a veces estas almas peleadas con el duende: gravedad y gracia a partes iguales. Ese es el milagro, el misterio del toreo entendido como arte que queda impreso en el aire, como aquella media verónica que le esculpió Morante a un toro de Miura sobre el albero de la Maestranza de Sevilla en la pasada Feria de San Miguel.

Desde luego, el de La Puebla ha puesto el listón muy alto de cara al 2022.

ANTONIO J. PRADEL es director de Minotauro